De nuevo las islas: Tenerife



Madrid-Tenerife, 08/05/12




Los tiempos del deseo se ralentizan, la elasticidad de la cotidianidad pierde frescura, se cierra sobre sí y tiende a hacer de las horas del día una cómoda rutina que encuentra el gusto en repetirse a sí misma semana tras semana. ¿Bueno, malo? Quizás ni lo uno ni lo otro. Las cosas son como son y uno tiene que adaptarse a lo que es. Así, lo que es viene a ser la madre del borrego, eso que hay que escuchar y reinterpretar a cada momento para intentar tener al organismo en pacífica convivencia con el desorientado sujeto que se piensa, que tiene memoria, que tiende a reproducirse a sí mismo en sus hechos y en sus modos de pensar. De hecho el sujeto pocas veces está completamente seguro de cual deba de ser su próximo paso. La inercia, esa cuesta abajo de los hábitos, hace que tendamos a repetirnos; aunque llegue el momento en que empecemos a darnos cuenta de que lo que hacíamos antes con tanto agrado empieza a ofrecernos resistencia, nuestro yo se rebela, renuente, dispuesto a hacer frente a eso que en pura lógica siempre ha sido tan bien recibido, un proyecto, un viaje, un recorrido a pie por algún rincón del mundo que siempre quisimos visitar.



Sí, para mí este nuevo viaje es como ponerse los zapatos con calzador. El gustirrinín de lo cotidiano alcanza un momento en que a un servidor, por muy grato que eso cotidiano sea, llegó a mosquearle hasta el punto de que una madrugada en que, sentado junto al fuego dando vuelta a estas cosas, le surgió el impulso de romper la calma chicha de lo habitual, y entonces, ni corto ni perezoso, se incorporó, dejó de contemplar el vaivén de las llamas, enciendió el ordenador y buscó un destino en algún lugar del mundo en donde desentumecer los músculos y la mente. ¿Dónde? ¿Jordania, que ya demora su espera desde hace medio años? No, mi cuerpo no estaba preparado para dejar la plena primavera de mi casa, los rosales cuajados ya de flores, la huerta espléndida, el prado aterciopelado a la caída de la tarde, la luna llena entre los brazos débilmente poblados ya de las acacias; al menos dejarla por tanto tiempo. Busco una alternativa: ¿las islas? ¿continuar pateando, como titula Manuel, Manuel Coronado, su blog de las grandes caminatas, alternando las vistas al mar y el rumor del oleaje (una lectura muy recomendada, por cierto, El rumor del oleaje, Mishima) con las montañas y los bosques? ¿La Gomera y sus bosques de laurisilva, Hierro, Tenerife? Al final me decidí, iría a Tenerife y desde allí... quien sabe.


Total, saqué el billete, los alrededores del Teide, la costa, podían ser un buen destino para hacer algo diferente y atractivo. Sin embargo, a la mañana siguiente, ya más despierto y con un sol primaveral de una calidad sedosa bañando mi parcela, con el ruiseñor de cada mes de mayo llenando el espacio matinal de encanto, ya me había arrepentido. Apenas faltaban tres o cuatro días para la partida; decidí que no iría, que continuaría en mi casa tan ricamente pacífico como en los meses anteriores. Y pasó una semana y me entró remordimientos de conciencia, algo así como el reclamo de esa imagen del yo que uno tiene a veces de sí mismo me abroncaba y echaba la culpa a mi pereza. Mi avión ya había partido, aunque conservaba la validez del viaje de vuelta. Tuve que encender de nuevo el ordenador y comprar un viaje de ida otra vez. Hasta ayer mismo por la tarde Victoria me preguntaba reiterativamente si me iba a ir a Tenerife o no. Tuve que darme un tute a cortar el césped y arar un bancal para los espárragos, amén de extender un metro cúbico de mantillo en una parte castigada del prado, antes de poder preparar mi macuto.

Hoy a las dos y cuarto de la madrugada ya estaba en pie, ya no podía volverme atrás. Retornaba definitivamente a ese caminar cada día que forma parte de mi hacer esporádico de tanto en tanto. Ahora, sobrevolando un mar de nubes, ya es otra cosa, ya me siento más cerca de otro tiempo, el pasado año, por ejemplo, que volaba por esta época a La Palma, o a Ibiza, o a Mallorca. Lo que parecía lejano desde mi cotidianidad de El Chorrillo se acercó de golpe, ese pedazo de mi yo que gusta de los caminos se aproxima más y más según el cacharro este se va acercando a las Canarias.

Y así, en determinado momento siento un conato de gozo; y me pregunto: ¿de dónde viene, cual es el origen de ese como agua de arroyo derramándose por ahí, por ahí dentro, el paisaje interior, acaso entre las vísceras, la sangre, cantarín y risueño; esa alegría que comienza de estar de nuevo en camino? Sólo un poco, pero totalmente perceptible. Lo contemplo en medio de una sonrisa, esas cosas que pasan por uno y que de estar atento a su gestación y a cómo cruza por el ánimo le dejan a uno contento.



Los elementos habituales son otros, la gente y su equipaje, las siempre simpáticas anécdotas de las maletas del equipaje que Ryanair obliga a pasar por esa jaulita a la entrada para comprobar las dimensiones máxima exigidas del equipaje, y de donde a veces es tan arduo sacar el el macuto o la maleta; la maleta entrar entra pero salir ya es otra cosa; mientras dos pasajeros sujetan el dispositivo, el dueño de la maleta tira salvajemente de ella hacia arriba tratando de liberarla. La señora que ruega al empleado que no le obligue a meter su bolso de mano en la maleta, en donde ya no cabe nada más, y éste, impasible, mostrándole el letrerito en donde se advierte que sólo es permitido un bulto por pasajero. Y atravesar la puerta y allí mismo recomponer el equipaje, sacar el bolso, la cámara, el ordenador, otra vez todo en su sitio; y buscar un asiento al fondo, más allá de las alas del avión, y abrir el periódico y leer como al señor Rato le han dado la patada en el culo, y volver a preguntarse si el poco dinero que uno tiene en Bankia no correrá excesivo peligro, y pensar que a lo mejor uno va a tener que estar agradecido al PP, porque inyectando dinero en este banco, algo más seguro van a estar sus ahorros. Porque si no (y leo de paso sobre las faltas de ortografía del señor Urdangarín en algunos correos electrónicos, porque al señor conde no le da la mollera para distinguir un sino de un si no, aunque sí para lamentablemente dedicarse a mangar a diestro y siniestro con la venia de su suegro); porque si no, decía, a ver dónde va a meter uno sus ahorros, huerto, baldosín, el alero del tejado; ya ni una triple A es una garantía segura, esa calificación que ostentaron durante largo tiempo las hipotecas basura.


Esto en medio de los elementos habituales, el sol saliendo entre las nubes bañando de luz el manto níveo de las nubes, los pesados de Ryanair vendiendo a voces esto o lo otro, el monótono ronroneo del avión.

La vida sigue. Dentro de una hora me echaré el macuto a la espalda, dejaré la terminal de aeropuerto y cogeré un camino al norte de las pistas del mismo que me lleve hacia la localidad de El Médano, después seguiré la línea de la costa a ver si en unos días el cuerpo se me pone a tono antes de emprender las subidas que me paseen por las montañas de los alrededores del Teide.









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