Horror


La Caleta, 09/05/12






Una obviedad: la vida sería bastante menos atractiva sin las mujeres por ahí campando por playas y ciudades frente a nuestros ojos o mezclándose en el fluido palpitante de nuestra imaginación. Aquí o en Pekín, aquí frente al mar porque la armonía y las sugerencias de los cuerpos se hace más vivaz en el relajo del ocio, en la contemplación despreocupada de quien no tiene otra cosa que hacer que mirar y admirarse de que el mundo esté tan poblado de féminas. Aquí mismo, en la playa de El Médano; o allí, en Pekín, hace unos años porque la calidad nueva de una tez de porcelana del rostro de una han era inevitable que nos hiciera soñar con algún inviolado paraíso. Si todo esto, que no es fácil de decir, lo tradujera al lenguaje coloquial y prosaico de la calle exaltando esto o aquello de alguna viandante, tendría de inmediato a mi hija echándome un rapapolvos de cuidado; mi hija, la que leerá alguna de las cosas que escribo cuando mis puros huesos estarán harina (sí, de ese César Vallejo de Trilce que ella tanto gusta), confundiendo a su padre, cuando de estas cosas hablamos, con algún macho carpetovetónico, en vez de considerarle lo que es, simplemente romántico y enamoradizo.
Sucede por demás que salí del casi frío madrileño y me encontré de sopetón con la calidez de los cuerpos desnudos, cosa que hace ligeras cosquilla a mi libido mientras me tomo un desayuno inglés frente a una playa salpicada de frescos paisajes feminiles.


Por supuesto, el horror del título no se corresponde con esa visión del primer párrafo que fue mi primera toma de contacto con la isla, se trata de lo que vino después, una costa mutilada, escombrada, destrozada por la desidia e, imagino, la indiferencia de las autoridades: los alrededores del aeropuertos: montones de escombro, tuberías de muchas pulgadas que ni siquiera se molestaron en enterrar y que surcan el terreno aquí y allá; y después de El Médano un par de urbanizaciones que anulan el poco atractivo de la zona; y más allá: hormigón, polvo, escombros, las obras del dique del puerto de Granadilla, que durante kilómetro convierten el paisaje en un salvaje estercolero. Por demás el único camino posible junto al agua se da contra las vallas y me obliga a dar una tremenda vuelta. Craso error el mío el elegir este itinerario, que sólo se humaniza un poco, sólo un poco, en las cercanías de La Caleta. Una muy mala impresión de este mi primer contacto con Tenerife. Aun así logro recoger con mi cámara algunos pedazos de belleza aislado, rescatados de un entorno irreversiblemente arruinado; aun así el sonajero del mar rumorea a mi derecha y de vez cuando aparecen enlomados espinazos de gruesos cantos rodados muy propios para recolectar alguna buena fotografía, formas azuladas, texturas de luces y sombras, curvas y contracurvas sobre el fondo del encaje de las olas.




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