Menorca. Camí de Cavalls




  Madrid-Mahón, 5/06/12






Mallorca a la vista
Paseo perezosamente por el aeropuerto, me siento. Mis bastones; quizás la próxima vez tenga que desmontar las puntas si quiero atravesar el escáner del aeropuerto sin problemas. Todo se aligera, no sólo las ganas. Mi equipaje no supera los cinco kilos y medio, menos que nunca. Mi ánimo parece atravesar fatigosamente por mi esófago, lo noto comprimido, nervioso, agitado, a la altura del esternón. Junto al problema con Mario estos días no me hicieron bien mis lecturas, el largo recorrido, el libro de Naomi Kleim, por la historia de Chile, Argentina, Uruguay, Bolivia, muestra la deprimente realidad de siempre, impenitentes los ricos y poderosos de este mundo sembrando el terror por doquier a impulsos de su codicia. La historia del mundo produce escalofríos.
Y, además, cuando tantos fantasmas se apoderan de uno, el significado de la vida que reclama respuesta desde la bruma del escepticismo. Hace unos días trabajaba yo cerca de la choza de mi hijo donde balaba ostentosamente un cabrito. Su último grito antes de que el cuchillo atravesara su cuello todavía vibra en las cavernas de mi ser. Hace un par de días nuestro perro dejó malparada a una paloma; la cogí entre mis manos, su pecho era todo vida, estaba caliente, me miraba asustada. En la cocina mi cuchillo separó su cabeza de su cuerpo. El cuerpo se estremeció, durante un largo instante lo sentí moverse entre mis dedos; en la cabeza, separada de su cuerpo y caída sobre el blanco frío de los azulejos, sus ojos parpadeaban. Después de un minuto la muerte era definitiva, la inmovilidad inquietante. Por mi cabeza pasaban los muertos y las torturas de Pinochet, los muertos del régimen argentino a los que les abrían el abdomen ante de tirarlos al mar desde los aviones para que no flotaran.
La muerte no era más que el fin de todo, el fin del dolor también. ¡Vaya historia para un principio de viaje, ¿no?, me digo. Ayer me lo advertían en casa, sí, hombre, sí, que te va venir bien cambiar de aires, vete.
Acaso, no siempre, es saludable cumplir años; los años desgastan nuestra ingenuidad, el peso de tanta gilipollez suelta por ahí produce cierta indigestión existencial de la que no es fácil zafarse; ni siquiera volando a una isla o paseando junto al serenísimo mar, inmutable siempre ante nuestras preocupaciones y propósitos.
¿Y probar con el ahora, el ahora de la brisa y los pájaros, tumbado a la sombra de un pino cercano al mar donde rumorea el aire entre las ramas. El ahora no más, los pájaros no más, mi siesta, la suave temperatura del Mediterráneo acariciando mi piel?











Cala Galdana, 6/06/12
Una bonita cala, incluso con los ingredientes del turismo corriente, barquitos, sombrillas. Es raro encontrar un hermoso rincón de costa no invadido (¿invasiones bárbaras, invasión simple que pide descanso, distracciones, un algo diferente de lo cotidiano?) Hablar desde la trascendencia y lo distinto es a veces un vicio que tiene sus raíces en una mal no disimulada falta de armonía con una realidad global. Uno desearía que el mundo se adaptara a la horma de nuestro propio calzado y como esto no es posible ni recomendable el uno se enfurruña con el mundo. Uno tiene que armonizar sus rarezas con el entorno y en la operación de ajuste no siempre el sujeto es consciente de su desbarramiento en tantos asuntos.
Hoy caminé desde el alba por hermosos parajes que se abrían como cuchilladas en el terreno dejando a ambos lados de la senda escarpadas paredes de una piedra calcárea clara que caía vertical sobre los bosquecillos de sus barrancales. Después de dos largas horas de camino volví a ver el mar, estaba en Son Bou al final de cuya playa me senté plácidamente a desayunar un plátano, unas cerezas y algunas magdalenas con leche.
Los caminantes playeros de esta hora temprana son siempre más afables que los del mediodía, saludan, asienten con la cabeza y una media sonrisa mientras me cruzo con ellos. Quizás caiga simpático cruzarse al amanecer con un tipo cargad que hunde sus zapatones de montaña en la arena.
Después de Santo Tomás el camino se aleja de la costa y se sube al monte, montecillo de pinares recoletos en donde se abren pequeños espacios dedicados al trigo o a la cebada. Un paseo tranquilo que termina por descender al mar en cala Galdana.




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