Epílogo para un viaje a las islas





Santa Cruz de Tenerife, 12 de diciembre

Había amanecido ya hacía un buen trecho. Haraganeaba a la espera de que alguna sensación viniera a posar su dedo en alguna tecla de mi ánimo, despertara alguna especial sonoridad en mi cuerpo sedosamente descansado después de una semana y media de caminar por Gomera y Hierro. Era la habitación de un tercer piso de un hotel; la calle estrecha, el ruido del trajín matinal discurriendo de aquí para allá y entrando por la puerta entornada del balcón. Paciente espera: sensaciones. En vez de ellas llegó un recuerdo. Fue en Manila, los arabescos de las pinturas del techo, los ruidos de la calle, un albañil trabajando en un piso cercano, alguna bocina. Sonidos de hotel que despiertan convocados por otros hoteles de alguna parte del mundo. Entonces, entre los ruidos de la calle, se filtraba el gemido contenido de una mujer.
Día sin planes, de asueto, inesperada condición en la que intento abrirme paso recordando algún lejano viaje. El cantar tiene sentido, algo que escribía no hace mucho en mi Diario de las cinco de la mañana; también el viajar tiene sentido. Sólo que, despertando fuera de mis hábitos, que tan hábiles son para encauzar mi actividad y llevarme de acá para allá a lo largo del día, sin ellos, un ligero desconcierto me corre por dentro ante la urgencia necesaria de llenar con algo interesante el día que comienza. Porque interesante ha de ser, seguro estoy de ello.
Y lo inmediato puede ser atender al gemido amoroso que se filtró en Manila desde alguna habitación cercana; es una opción; sería oportuno dejarse llevar, lo que sea, ya mismo y tratar de ver qué sucede en el cuerpo o en la mente fuera de la vida cotidiana habitual. Cuando uno está liberado de impedimentos y obligaciones inmediatas, el mundo de las disposiciones podría llegar a asemejarse a un arco con la cuerda tendida y la flecha dispuesta, pero al que faltara la manzana de Gulliver, una diana, un objeto al que dirigirse; tantas posibilidades pueden dejar el ánimo un poco desorientado a hora tan temprana.
Ateniéndome a lo que flota en la iluminaria del budismo zen no debería hacer absolutamente nada: dejar pasar el día, nada tiene especial cometido en la vida; sin embargo uno es hijo de donde ha nacido y se ha criado y la cháchara zen por mucho que tenga de acercamiento a una verdad sustancial, ella nació en otras latitudes en donde ni el lenguaje, ni el tiempo, ni la forma de entender la vida tienen que ver con nuestra estructura sintáctica, con nuestras formas de pensamiento.
Todo se mueve en el mundo empujado por pequeñas casualidades, muchas de nuestras decisiones son decisiones acaso nacidas en el encuentro ambiguo de esquinas de calles que salieron a nuestro paso sin que estuvieran en nuestro propósito atravesarlas. Sucede como cuando en una larga conversación nos paramos para intentar averiguar cuál es el hilo conductor que nos ha llevado a cierto punto sin ser capaces de descubrirlo. Ese es el modo en cómo se engendran muchos proyectos, la aleatoriedad está en el corazón de muchas de nuestras mejores determinaciones. Mi mañana en esta ciudad es una página en blanco.
Santa Cruz de Tenerife se convierte a esta hora temprana en una ciudad en medio de un viaje; materia, ¿por qué no?, para animarme a mover el culo y ponerme en movimiento. Exorcizar esa idea de que se acabaron ciertas cosas y que ahora toca la santa paz de mi cabaña y apenas más, es una tarea a considerar.
Y así las cosas, me desayuno en el bar de la esquina y me voy paseando mi ocio por las ajetreadas calles del centro camino del TEA (Tenerife Espacio de las Artes), un bello y práctico recinto cultural donde se exhiben algunas exposiciones que me propongo ver.
Piel de gallina: Regina José Galindo. Primera sala: Vestida con una túnica blanca a modo de sudario, cuelga en el espacio aéreo de la calle oscilando al final de un largo cable de acero; desde allí sólo se mueve para ir dejando caer breves poemas que aterrizan sobre los viandantes, sobre la calle, como grandes copos de nieve.
El punto de la emoción, cuando ésta se desborda como gracia por las vísceras y el pecho. Trascender el yo, la acomodaticia laxitud que vive en nosotros cargada de una costrosa cotidianidad, anquilosamiento que debilita la proximidad del derroche de vida que puede estar transitando en nuestros conductos internos. Agua que, en la cueva prehistórica, entre sifones y estalactitas, oculta a la conciencia, pervive subterránea en tortuosa corriente dentro del yo.
Soy una perra, una perra enferma, el mundo mordió mi corazón y me contagio su rabia, grita Regina José Galindo desde los blancos muros donde su cuerpo se exhibe vejado, desnudo, ovillado en el interior de una bolsa de plástico en medio del vertedero de la ciudad de Guatemala. La otra cara del cuerpo, cuerpo desnudo y sin atractivos, cuerpo biológico, posible despojo, carroña para los gusanos o los cuervos. Terrible soledad sin matices.

Stipo Pranyko
La adustez de la obra de Stipo Pranyko. La reconciliación del hombre consigo mismo sólo puede lograrse prescindiendo de máscaras, poses o modas, mediante un lenguaje artístico propio y autentico, esto es, a través de una vuelta a los valores y las necesidades prioritarias, al blanco aséptico y a la luz, o a la renuncia del color; trasladado a la obra de arte, en definitiva, ese -en palabras de Octavio Paz- “olvidado asombro de estar vivos”.
Y voy de una sala a otra, como quien pasea por sus propios pensamientos, por el delicado paisaje de su propia sensibilidad, y me pregunto: ¿será ésta la manera de encontrar a los propios pensamientos,  escondidos ellos en la marea de lo cotidiano; absorbente y opaca textura que nos  impide la cercanía de la luz, el mate lujoso de la realidad sobre la que se posa el rocío de cada mañana? ¿Habrá que hacer cábalas y buscar también en los museos y exposiciones el modo de transitar por la vida despiertos, expuesta nuestra emoción y nuestra sensibilidad a los ojos, a las manos, a la intuición de otros artistas?
Escrito sobre la blancura desnuda del muro, había estas palabras: ¿Cómo ha llegado el fuego a tomar forma de nopal, de adelfa? Misterios que nos rodean por todos los lados con sólo abrir los ojos. De manera similar el otro día me preguntaba yo por el misterio que hace que un prado verde se pueda transformar en jamón de pata negra. No sólo la belleza y la emoción que ésta conlleva, también el misterio, ese olvidado asombro de la vida.
El horror en las salas vecinas, los trabajos de Regina José Galindo, y la escueta sencillez de Stipo Pranyko invitan a buscar una síntesis, pero y ¿por qué ha de haber una síntesis entre las cosas, entre unas y otras manifestaciones del arte? ¿No es cada cosa lo que es en sí misma, manifestación de la inmensa y prolífica capacidad de la vida sin más?
Después recorro pensativo las salas de Maribel Nazco, Metales. El trabajo de sacar de la ambigüedad de su mudez a la materia inerte para conformar su aspecto, su forma, al mundo de la emoción en donde una curva, una textura, un color pueden llegar al alma y hacerla vibrar. Pueden llegar al alma transformada en poesía, canto, emoción de ver transformarse un metal, en un inesperado canto de sirena capaz de transportarnos a un mundo trascendido en el que quisiéramos pasar una parte significativa de nuestra vida.

Alberto de la Madrid


Maribel Nazco

Alguno de los trabajos de Maribel Nazco me recuerdan muy cercanamente fotografías de mi colección de desnudos, toda aquella ambigüedad en que las curvas y las texturas dejan de representar a dos cuerpos reunidos para convertirse en dunas, líneas, curvas, bellas en sí mismas, abstracciones que no necesitan de la materia que las sustentó. La posibilidad de utilizar el material erótico desposeyéndolo de todo asomo de concreción eleva estos trabajos de Maribel Nazco a una condición preerótica, una sustancia que, lejana y ambigua, recorre nuestra hipófisis como una leve brisa, una resonancia indefinida capaz dejar en el ánimo unos gramos de desorientada emoción.
¿Será cierto que la metería tiene dentro de sí un alma y el trabajo del artista consista en ahonda en ese túnel oscuro de la mina, buscar las betas, seguirlas, dar a luz la engendrada y oculta belleza que la materia y su contenedor poseen escondidos?


Alberto de la Madrid, Venezuela, Mérida



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