Fuente de Cantos, 28/01/13
Hoy, novedad, cantaban los pájaros al filo del alba. Abandonar
pueblos en mitad de la noche empieza a ser una constante agradable en
la que espero encontrarme con alguna novedad. El día anterior fue la
luna suspendida sobre el campanario de la iglesia. Hoy fueron los
pájaros, revoloteaban en las ramas de los alcornoques muy temprano.
Un rato después se producía la acostumbrada irrupción de la luz en
el mundo. Anoche, cuando me acosté llovía, pero cuando abandoné el
pueblo a las seis de la mañana apenas se veían unas pocas nubes, de
ahí que el amanecer fuera más temprano y luminoso. Los pájaros,
que son muy listos para lo que quieren, ya sabían que hoy era día
de piar y hacer cabriolas entre las ramas. No es Extremadura una de
las zonas más cálidas de España, más bien todo lo contrario,
pero, sin embargo, por ahí andaba ya algún que otro almendro en
flor; encontré también margaritas y flores amarillas a la vera del
camino. También tropecé con un nutrido grupo de cigüeñas que
andaban haraganeando en un pantanal. Y, hoy, como si todos los bichos
se hubieran puesto de acuerdo, mira por donde, también apareció un
zorrito que al verme salió pitando y se escabulló entre unas
retamas. También tuve tres amigos que parecían pedirme que les
adoptase y les diera un poco de cariño; tres galgos que caminaron
conmigo durante una hora. Buscaban mis manos con su hocico, corrían
a mi alrededor y volvían a la carrera hacia quien, suponían, podía
ser su próximo dueño. Por aquí también parece haber esa clase de
desaprensivos que habitan las cercanías de donde vivo, Griñón y
Serranillos del Valle, cazadores que cuando un galgo no les sirve lo
abandonan a su ventura, cuando no los atan a una retama para que
muera de inanición. Esas cosas hacen alguno de los cazadores de la
zona. Estos mis amigos de hoy no parecen correr mejor suerte.
Hoy amaneció como si el campo y yo fuéramos dos especímenes que se
conocen desde hace tiempo. El día era amable y mi curiosidad en el
momento previo al amanecer andaba de acá para allá buscando colores
y texturas. La luna flotaba por poniente envuelta en un cálido velo
de malvas mientras por levante el sol llenaba de fuego los encajes de
algunas nubes de forma lanceolada. Es un buen oficio este de ir por
ahí como quien estuviera asistiendo a una inocente cacería buscando
colores y metiéndolos en el cuarto oscuro de una cámara
fotográfica. Es un momento único que apenas dura cinco minutos y
que, visto y no visto, pasa del esplendor de una luminaria de matices
y colores cálidos a convertirse enseguida en una prosaica mañana de
invierno, bella todavía pero ya desprovista de los oropeles de la
eclosión primera. Entre todos los elementos del camino son los
charcos los más entusiastas recolectores de estos fuegos de
artificios; mientras el paisaje todavía aparece embozado y oscuro,
los charcos se convierten en estos breves minutos en pozos de luz.
Apenas unos minutos más tarde, tras esta debacle de luz, el campo,
hasta ahora tupido de bosque de encinas y alcornoques, se desnuda
repentinamente y queda luciendo la escarchada pelusilla verde de los
prados salpicados de retamas. Más adelante estarán las cebadas o
los trigos, que asoman como un tapiz de césped hasta donde la vista
se pierde.
Es el momento de la historia y de José Antonio Marina. ¿Qué ha de
prevalecer, el derecho de los individuos o el derecho de la nación?
La historia de los hechos y las ideas que se desarrollaron en los
tiempos de la Revolución Francesa ocupa a Marina, una época en
donde convivieron tantas cosas dispares como el esplendor de las
ideas, el terror, la caída de la monarquía, el nacimiento de la
república, el auge de los movimientos populares, el entusiasmo por
cambiar el mundo y hacerlo más justo. Sin embargo hacia final de
siglo París era una carnicería. Miles de persona de uno y otro
bando terminaron en la guillotina. Mi libro termina en el momento de
la ejecución de uno de los personajes más terribles de aquel
tiempo, el jacobino Robespierre. En algún momento, cuando vi
aparecer en la hondonada unos almendros en flor, paré mi ipod. En el
aire estaba aquella idea central que había sido constante desde la
toma de la Bastilla entre diputados e intelectuales, es decir: ¿Qué
ha de prevalecer, el derecho de los individuos o el derecho de la
nación? La defensa de esto último había llevado a los jacobinos a
la ejecución sumaria de todos aquellos que no se ajustaban a sus
ideas; la defensa de un concepto un tanto abstracto, la nación, que
por otra parte estaba por encima de cualquier individuo, y que
obtenía su concreción, por demás, no de un voto mayoritario sino
de “mentes privilegiada” capaces de decidir por otros cuál era
ese derecho de la nación (en aquellos tiempos Robespierre y su
círculo). En el lado opuesto los girondinos defendían que el
derecho de los individuos debía prevalecer sobre el de la nación.
Las pocas líneas de un párrafo no dan mínimamente extenderse en
estas ideas, pero sí ponen sobre la mesa su actualidad cuando vemos
los estragos que produjeron las ideas absolutistas que, basadas en un
ambicioso concepto ideológico o de nación, terminaron por asolar
Europa con Napoléon, la Revolución Rusa o aquella otra fascista.
Hay una tendencia general, pese a que digan lo contrario, a convertir
el Estado, por mor del mal llamado bien común (hoy mejor sería
decir bien de unos pocos) en una superestructura que, cada vez más,
trata de convertir al individuo en una especie de animal doméstico
en pos de ideas tales como aquellas que se propalaban durante el
franquismo: hacer una España grande y libre. Europa lleno de
millones de cadáveres sus tierras basándose en estas ideas. Hoy las
cosas son diferentes, nuestro patriotismo ha quedado en la cuneta
sustituido por la burda rapacidad de acumular poder y dinero y en
donde la defensa del bien común, aunque consagrado en la
Constitución, no deja de ser una gran parodia cínicamente
representada por la casta política. Ya no se trata de una discusión
por ver si han de prevalecer los intereses de los individuos de un
país o serán por el contrario los de una abstracta nación los que
se deban tener en cuenta. Ahora la cosa consiste en ver quién y cómo
pueden meter mano en el dinero o en el patrimonio público. Época de
canallas ésta la que nos ha tocado vivir.
Antes de llegar a Fuente de Cantos me tocó atravesar dos riadas que
invadían la pista; los galgos terminaron de aburrirse de mí. Les
podría haber dado algo de comer, pero a buen seguro que me habrían
seguido hasta el albergue si lo hago. En la calle Llerena encontré
hospedaje para hoy, un lugar acogedor, jardines, piscina, amplias
estancias, sala de estar, un ordenador, wifi, un balcón a la calle
principal y, sobre todo, un guardés de lo más amable.
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