El Chorrillo, 20 de mayo
Esta mañana tropiezo
accidentalmente de la mano de Laureano Esteras en Facebook con una feliz
noticia: Carlos Soria acaba de hacer cumbre en el Kanchenjunga. Nada me es más
jodido esta mañana que encontrarme con el rostro de abuelete de este hombre
camino de la cumbre de su doceavo ochomil, ojos vivaces y escrutadores en donde
baila la bonhomía de quien vive embrujado por la atracción de un proyecto extraordinariamente
hermoso y casi demencial, dar cumplimiento a su existencia con la ascensión de
todos los ochomiles del Planeta.
Nada más
jodido (un decir, claro), decía, porque la fuerza, el poder de la voluntad en un grado tan alto pone en evidencia la mediocridad, palabra que no tendría que ser en ningún modo
peyorativa, simplemente me dice que somos del montón, en la que nadamos una
gran parte del resto del personal. No es necesario hacer elogio de las hazañas
de Carlos Soria, entre otras cosas porque no lo necesita; su ejemplo habla de
lo que podemos ser capaces y de la medida de nuestras posibilidades; habla
también de la intensidad de una pasión, de lo que puede dar de sí una vida. La
inútil tarea de seguir escalando montaña ad
infinitum, ser capaz de llenar la vida en forzadas luchas absurdas con uno
mismo sin que decaiga el ánimo después de que uno ha cumplido tantos tantos
años se me parece un gesto tan extraordinario que a duras penas soy capaz de
encajar que este hombres sea el mismo que cuarenta años atrás merodeaba por las
mismas paredes y montañas que yo mismo escalaba. Se me hace difícil comprender que aquel cuerpo pequeño de rasgos angulosos y ojos irónicos pudiera encerrar
esta enormidad de fuerza y voluntad. Sucede que mientras tú te miras al ombligo
y empiezas a quejarte interiormente por la casuística de pequeños desarreglos
físicos propios de la edad, esta gente levanta algo así como un monumento a la
fuerza de la voluntad poniéndose el mundo por montera.
De todas
maneras, además de hablar del protagonista de esta aventura, cabe decir también
sobre la autonomía de ese magnífico misterio que hace que sin comerlo ni
beberlo un buen día te veas invadido por un proyecto que va a ocupar una gran
parte de tu vida y va a conseguir que pongas en movimiento todas tus capacidades
a veces hasta límites no sospechados. Un misterio, me lo imagino como un virus
benefactor que invade tu cuerpo y va creciendo día a día hasta adquirir una
dimensión tal de no poder soportarlo al punto de verte obligado a posponer
cualquier cosa en favor de ese proyecto que te come enterito por dentro. Un
misterio, y probablemente no haya cosa más apasionante que verse invadido por ese
misterio. Uno da un paso, se siente bien, da un segundo paso, la cosa funciona
y pa lante a partir de ese momento todo es continuar y saber alimentar el
deseo. Algo así me imagino le pudo suceder a Carlos Soria, un día que tuvo todo
el tiempo del mundo para él se le ocurriría subir a un ocho mil, y con toda
seguridad mirando de reojo la edad que tenía, como preguntándose ¿será
posible?. Después de aquella cumbre le imagino poco a poco envenenándose con la
idea de ir sumando ochomiles a su historial, ochomiles salpimentados con el
extraordinario aliciente de poder hacerlo a una edad en que el común de los amantes
de las montañas trueca osadas aventuras por calmosos paseos a la Pedriza o a Gredos. A mí
estas cosas se me parecen como una revelación, uno no sabe lo fuerte que es
hasta que no pone ante sí un proyecto de envergadura que roce el límite de
nuestras capacidades, y de ahí sintiéndolo por dentro intensamente llegar a la
conclusión de que no hay modo de conocer ese límite de nuestras fuerzas como no
sea poniéndote a prueba con algún hermoso reto. Tener un atractivo reto delante
de nosotros es el mejor regalo que nos puede hacer la vida.
Si el aire
hace al águila, los retos hacen al hombre. Suena un poco rimbombante y acaso
pedante, pero ello no quita una brizna de verdad a la afirmación. Sin retos por
delante la vida se hace frecuente un tanto, no sé... mucho menos interesante.
Hay un
hombre, Francisco Contreras, conocido en los ambientes de los trails como Super
Paco, un hombre con la misma edad de Carlos Soria, setenta y cinco años, que me
conmueve también hoy. Esta mañana he visto un vídeo entrando en la meta de los 101 kilómetros de
Ronda, que ha conseguido que se me pusiera la piel de gallina; un campesino con
un largo palo en la mano a modo de cayado tocado con un sombrero de paja que
hace diez años tuvo la feliz idea de participar en un trail de montaña y que
ahora alimenta sus años mayores con carreras de cien kilómetros (antes decíamos
a esto años de la vejez, ahora es imposible aplicarles ese nombre con ejemplos
como el de Carlos Soria y Super Paco). Yo participé un par de veces en una
carrera similar y a mí me pareció que todos los que terminaban aquello debían
de recibir el título de héroes. Correr durante una parte larga de un día y toda
una noche después de haber cumplido muchos años es una experiencia abrumadora.
Entonces yo tenía cincuenta y bastantes. Esto mismo hace Paco ahora, y el tío
no tiene pinta de parar. Podéis verle en los vídeos de más abajo.
Estas cosas
no necesitan de moralejas, indican eso, que sólo hay que dejarse envenenar por
un proyecto para que empiece a correr por las venas esa cosa misteriosa que
hace que de vulgares caminantes podamos pasar a ser hermosos ejemplares donde
la vida intensa encuentra refugio. Carlos Soria y Francisco Contreras
demuestran que el tesón y la voluntad pueden convertir a un hombre en algo muy
excepcional. Mi sincera admiración para ambos.
6 comentarios:
Merecen ser felicitados y también deben tener muy buena salud, porque con las ganas sólo no alcanza.
Muy buena entrada.
mariarosa
Que te sea propicia esa dicha de escribir que leí en alguna parte de tu blog.
Espero que Mario se haya recuperado de la intervención y todos del susto. Yo que tu Alberto le enviaría a Carlos Soria ese blog tan estupendo que alaba los retos de las personas como fuentes de vida, como dice tu amiga Rosa,, siempre que la salud nos lo permita. Sería un regalo para Carlos después de ascender a su décimo segundo ocho mil. Un abrazo para todos.
Mario anda recuperándose en nuestra casa, todo sigue su curso normal, está bien.
Carlos Soria apareció muchas veces en mis blogs y libros ligado a esa circunstancia excepcional de seguir en la brecha a edad tan avanzada. Pensé en alguna ocasión en mandarle una nota, pero aunque nos veíamos mucho no tuve nunca una relación personal con él; hoy te hago caso y le envio un mensaje a través de su Facebook. Espero que todo vaya bien por el norte.
Creo que un día de estos vuelvo al sur para seguir mi ruta de Sierra Morena.
Un abrazo
El año pasado hicimos ese tramos del GR-48 entre Encinasola y Cañaveral Leon que completaba una vuelta casi, casi ,completa de la Sierra de Aracena y los Picos de Aroche. ¡ que parajes, que dehesas; cuantos cerdos...!
Espero que no tengas ningún contratiempo con las facturas...
Un abrazo
Ya fui ayer a comprar pastillas potabilizadoras algo que no había usado nunca porque mi cuerpo parecía resistirlo todo. Con tanta fauna por los montes, incluidos los ciervos, amén de cerdos y vacas, uno ya no puede estar seguro del agua que bebe. :)
Se ve que anduvimos las mismas trochas. Yo comencé en Encinasola y me dio la pájara en Cala. Un abrazo.
Publicar un comentario