Agua para dar y tomar



Paso de Campolongo , 24 de julio 

Llovió toda la noche y parte de la mañana. Tras la varilla rota de la tienda no hubo más percance que una pequeña mojadura en el saco. Una vez amanecido en algún momento cesaba momentáneamente de llover, pero me daba pereza levantarme pensando que un rato después iba a estar como una sopa. Se estaba calentito en el saco, tanto como para hacer caso omiso de los enanitos que me aconsejaban ponerme en marcha. Pero no podía permanecer allí todo el día. Terminé por hacer de tripas corazón. Jo, es que con este tiempo ¿a quién no le entran ganas de darse la vuelta y seguir durmiendo?  

El paisaje aparecía gris y desapacible cuando a las nueve me decidí por fin a echar a andar. No siempre el cuerpo está en la mejor disposición. El camino atravesaba una larga y empinada ladera, grandes monolitos de clara roca calcárea se dispersaron aquí y allá como si algún grupo de viejos dioses hubieran dejado de jugar a la petanca con ellos y no se hubieran molestado en recoger sus pelotas de piedra. A estas alturas había vuelto a la lectura de la Odisea y Polifemo, totalmente ciego, debido a las estratagemas de Odiseo que se libraba así de ser banquete para el siguiente ágape del gigante, se dedicaba a arrancar enormes trozos de montañas para lanzarlas al mar a fin de hundir los barcos en que Odiseo y sus gentes huían. Las laderas que atravesaba yo estaban salpicadas por restos de aquello juegos. Los días de Odiseo no tienen desperdicio, una desgracia le sigue a otra, como a mí, vamos, que no hay día que no se rompa algo, ni día que la dichosa lluvia venga a dejarme en un momento u otro empapado. Santiago Pino me dice por WhatsApp que me vaya al Pirineo que allí hace mejor tiempo y yo le digo que ya, que hace una década transité durante un mes por el Pirineo Francés y no hubo día sin tormenta, vamos que esto del tiempo en la alta montaña es cosa de la lotería; a mí me está tocando el gordo.


Días como hoy da lo mismo caminar por la Pedriza, los Alpes o el Himalaya, apenas ves el camino que pisas. Un gran telón de nubes cubre las montañas por encima de los dos mil doscientos metros. Sigue siendo agradable el camino pero el tiempo según pasa la mañana se torna más y más desagradable. Tan dispuesto está el tiempo a hacer mi caminar hoy poco grato que no tarda en ponerse a llover con fuerza inusitada. El camino discurre ahora, mientras Odiseo desembarca en lo dominios de la diosa Circe, que se entretiene en convertir en cerdos a una parte de la tripulación, por la cima de una larga cordal del verdes lomas. A la derecha se adivina la presencia de algún gigante dolomítico al que las nubes sólo dejan ver lo pies sembrados por extensos bosques de abetos. Para cuando Circe ha terminado de convencer a Odiseo para que yazca en su lecho y rendir culto así a los dioses del amor y Odiseo se ha hecho prometer a cambio el desencanto de su hombres convertido en cerdos, la lluvia ha arreciado. Hoy mi simpatías para la lluvia son escasas, no tengo a un tiempo discreto de caminar ningún refugio y eso me jode un tanto. El último tramo hasta el paso de Campolongo es un sendero bien construido y coqueto que el caminante no puede apreciar acuciado como está por el dolor de espalda. Hacía tiempo que no me daba la lata la espalda; libaremos vino e hidromiel a los dioses para que tenga a bien librarme de tan malvenida molestia. Cuando llego al paso de Campolongo llueve de tal manera que no sé qué hacer. Mi itinerario a seguir arremete una cuesta considerable y merodea por los bosques subiendo y bajando hasta llegar al paso Pordoi... unas cuantas horas. Son las dos de la tarde. Me he refugiado bajo el toldo de un hotel de los de muchas estrellas. Si continúo andando no como y además llegaré a la tarde hecho un cromo. Decido pasar al hotel a tomarme un té mientras lo pienso. Dentro hay un ambiente agradable, burgués, tranquilo, la gente habla con voz queda. Se está demasiado bien allí como para en diez minutos ponerse otra vez bajo la lluvia. El té me deja una sensación de bienestar infinita. Es curioso que para estar realmente bien en algún momento sea necesario haber estado mal en el instante previo. Que la felicidad sea de alguna manera el colofón de la infelicidad no deja de ser una interesante paradoja. Vamos,  que hay que saber lo que vale un peine antes de llegar a ese punto de confort en que uno se siente rey del universo. 

La cocina estaba cerrada, pero accedieron a servirme unos espaguetis al ragú. Después de tomarme una tarta de chocolate y un café estaba decidido que me quedaría allí hasta la mañana siguiente. 



Pasé una parte de la tarde organizando la continuación de mi travesía después de Bolzano e intentando ver la manera de pasar el menor tiempo posible en Suiza. ¿Por qué? Por una cuestión bien prosaica, a Suiza no alcanza una tarifa de teléfono muy conveniente que este año mi operador ha establecido para la Unión Europea y que me permite hablar todo lo que quiera por teléfono con casa, además de navegar por Internet por un precio que está muy bien. En Suiza será prohibitivo utilizar el teléfono más allá de lo imprescindible. Vamos, que dejar de tener una larga charla con la hortelana mientras me paseo por lo montes no me seduce. Además, a mi chica también le gustan este palique que nos traemos. A vece es como si estuviéramos charlando en casa tras la tertulia que suele seguir al café. 


No está mal echar una ojeada de vez en cuando a este mundo en que la gente acomodada pasa sus vacaciones. Me refiero al hotel en donde he ido a parar. Se aprecia el buen gusto, las instalaciones, la comida, el servicio amable y correcto. Sólo se echa de menos el que esto pudiera ser el pan nuestro de cada día para una mayoría.





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