Mi amiga X resucita bajo la Tofana



Junto al paso de Valparole, 23 de julio 

¿Cómo es posible que entre las componentes del bello sexo a quienes corresponde toda la delicadeza del mundo, todo espíritu dulce y atractivo sin igual, cómo es posible, digo, que entre las bellas, las de suaves y agradables formas a la vista y al tacto, las de sonrisa maravillosa, puedan convertirse sin más en un palo seco, incapaces de hacer un mínimo esfuerzo para satisfacer las necesidades del caminante en torno al yantar y al beber? 

Y dicen que el trabajo está mal: rayos y truenos. ¿Que hace una posadera cara de palo en semejante posada cuando tan gentiles damas hay dispersas por el mundo? La sequedad de la posadera la compensa no obstante el paisaje grandioso que se ve desde el refugio Duca d'Aosta. 


Cuando llego a un altillo y veo por dónde discurre el camino, por un momento se me encoge el estomago, aflora el vértigo a mi cerebro; enseguida oigo las voces de un grupo que excita todavía más mi sistema nervioso. Un poco más altos que yo siguen una senda que es como el hilo de acero de un funambulista. Felices años en que yo podía recorrer esos senderos sin que me temblaran las piernas, ahora me basta una senda de medio metro sobre una pendiente muy escabrosa para que mis nervios se pongan en tensión. A Dios gracias unos metros más allá descubro otro sendero que se dirige en pequeños bucles hacua el valle, al fondo del cual se ve el refugio Dibona. Vistos desde donde me encuentro la senda que lleva el grupo parece una pasarela sobre el vacio, siguen el itinerario de una vía ferrata. Sabido es que una pared mirada desde enfrente y desde abajo parece mucho más vertical de los que es, pero aún así la cosa impone. Pasaron ya los tiempos en que estas cosas eran para uno el pan nuestro de cada día. Entonces las vías ferratas me parecían un juego menor. 


Es el caso que según atravieso bajo Le Tofane y me aproximo al paso Falzarego mi libido empieza a ponerse alarmantemente en movimiento; por aquí comenzamos en un verano del principio de lo setenta muestra aventura de escala mi amiga X y yo; X, la de ojos de azabache y mirada picarona, con quien pasaría un mes de cumplidas ascensiones por todos los Alpes y con quien el sufrimiento de una  virginidad cerrada a cal y canto por los aleccionadores consejos de su madre y la convicción entonces de que llegar virgen al matrimonio era garantía para asegurarse una boda de blanco con cierto mozo de rubios bucles y aspecto teutón, hizo de mí durante semanas un pobre desgraciado a quien el deseo hacia castañear los dientes. 

Fue el caso que hicimos notorias ascensiones juntos, las primeras de las cuales la realizamos en esta zona que ahora recorro, en las cálidas y verticales paredes de las Torres de Lagazuoi, pero aparte de escalar, ya me dirán ustedes, dormir ambos en una tienda con venti y muy pocos años, donde apenas cabíamos los dos, durante un mes y conseguir que el cuerpo no se soliviantase era algo más que imposible (a los interesados en estas historias recomiendo alguno de mis siguientes libros, Las hojas se volverán ásperas y El último invierno, en ellos se novelaron estas y otras historias relacionadas con aquellos tiempos). 

Así la cosas los recuerdos se amontonan y aquellos ojos y aquel cuerpo de cuarenta años atrás convocan a los hados y el caminante no tiene más remedio que hacer una parada de urgencia junto al rumoroso arroyo en medio de este magnífico paisaje para convocar a los hados a fin de dejar paso libre a ese hervidero que ha empezado a bullir a través de la autovía de alta velocidad del nervio sacro. Así, el caminante, pensando en lo que cuarenta años atrás pudo haber sido y no fue, se recoge sobre un prado tapizado de pequeñas flores amarillas y azules, se pone de rodillas e implora a lo dioses para que le sean propicios y llenen su cuerpo del gozo de aquel cuerpo de mujer chiquito y juguetón. Convocados éstos se cierra el telón. 

Fue un verano memorable, después de un mes se nos unió Fulgencio Casado en el Delfinado, pero de eso quizás dé cuenta más tarde, cuando llegue a los Alpes franceses, si llego.



Hoy no voy a ninguna parte, mi camino es un auténtico paseo, no exento de esfuerzos, pero paseo. El sendero ofrece a su alrededor un mundo bello y complejo, las Cinco Torres, donde hace años nos cayó a Victoria y a mí una gran nevada que nos obligó a pasar una jornada en el refugio Cinque Torri; a la izquierda sobresale la mole del monte Pelmo, y algo lejos todavía La Marmolada cubierta con su extenso manto de nieve. A mi espalda, al otro lado de Cortina D'Ampezzo, las imponentes moles del Cristallo y Sorapis, esta última coronada de espesas nubes, asemejan un volcán a punto de entrar en erupción. 



El camino termina por descender al paso Falzarego, donde como siempre que se baja de las alturas los turistas son montón. Me hago con un mapa del conjunto de las Dolomitas con el ánimo de rememorar y situar los lugares por donde he pasado con anterioridad. Me sitúo en los distintos grupos pero me cuesta relacionarlos entre sí, no tengo una visión del conjunto. A estas alturas debería reconocer todos los alrededores sin dificultad y tendría que saber nombrarlos pero mi memoria como siempre hace aguas. Dos kilómetros más arriba del paso Falzarego, en el refugio del paso de Valparole, me preparan una cena para llevar, un buen plato de gulash, un par de strudels y un litro de leche. Con eso tengo hasta el mediodía de mañana. A media hora del refugio encontraré un bonito prado que se asoma como un balcón sobre el grupo de la Marmolada. Cuando estoy montando la tienda de repente oigo un seco clac... se ha roto una varilla. Mal asunto, trato de arreglarlo inútilmente. Espero que no llueva esta noche. Ya veré mañana cómo puedo arreglar este entuerto.




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