Novelas de amor



Dreiländereckhütte, Eslovenia, Italia, Austria, 11 de julio 

Hoy es el cumpleaños de mi chica, la hortelana. Un beso de cumpleaños desde la picorota del Dreiländereckhütte, Pochola. 



No se tiene frecuentemente la oportunidad de estar en tres países al mismo tiempo. La cumbre del Dreiländereckhütte, un pico discreto de 1500 metros, cumple esa condición. No pensé llegar hasta aquí, pero preocupado por cubrir cinco horas de camino de las cuales no tenía tracks me eché al monte con las someras indicaciones de un camarero esperando encontrar mi ruta en el laberinto de los caminos. Los austriacos son muy organizados y tienen la gentileza de poner de tanto en tanto las señales rojoblancas, aquí dejaron de ser circulares, para convertirse de nuevo en franjas y un número, más o menos como en nuestras carreteras. Algo muy útil porque a veces no sirve de mucho la señalización si los caminos son muchos y todos tienen la misma señal. Mi camino de hoy, que lleva el 603, debería llevarme hasta Thörl-Maglern donde retomaré de nuevo el track de la Vía Alpina. 



Hoy me levanté tarde, las previsiones del tiempo indicaban tormentas breves a las ocho de la mañana y a las tres de la tarde. No hubo ni una ni otra, sin embargo la noche anterior pensando en el mal tiempo ya había optado por una variante y la mantuve, una que me llevaba por la amplio valle de Pišnica hasta Podroken; alli volvería al camino original. Caminar con un mapa adicional de papel he comprobado que me da mucha mayor seguridad, aparte de tener una visión de conjunto que no me la da el teléfono. No voy a dar el coñazo con las aventuras de los aparatos porque es un tema aburrídisimo; van cuando les da la gana y mal. Como consecuencia me perdí un par de veces, pero vale decir que mereció la pena aunque tuviera que vadear un río algo crecido. Profundos bosques de abetos y hayas que de tanto en tanto se remansaban en amplias praderías sobre las que se alzaban rigurosamente verticales la paredes de las montañas que rodean el Triglav. El camino terminó remansándose sobre la orilla de dos lagos donde hacían vida algunas familias de patos. 



Bajaba leyendo a Concha Espina. La protagonista había descubierto en el fondo de un cajón de un noble caserón  del norte un atado de cartas de amor y, embebida en su lectura, descubría de repente un mundo que tan solo vagamente intuía. Quedó prendada del amor aquella misma tarde. Se enamoró del amor, decía. A partir de ese momento esta mujer se convierte en otra persona, sueña apasionadamente con vivir una experiencia similar. Noto que la novela me interesa porque, aun formando parte de una época y de un modo de hacer literatura que ahora resultaría arcaico, conserva sin embargo un hilo poético y una relación con los sentimientos  y la naturaleza que me fuerza a continuar con ella. No obstante a esta altura de la lectura creo que la principal razón que me lleva a continuarla es el hilo amoroso, muy levemente insinuado entre ella y un pescador, en el contexto social de la novela algo imposible de llegar a buen término. El encuentro último con esas cartas de amor ha avivado mi interés por la novela. En este punto recordé a mi padre que estaba ciego y al que de continuo le pedíamos novelas del catálogo de la ONCE. Era un problema acertar con los libros que le podían gustar, pero era su único entretenimiento y había que hacer el esfuerzo por investigar temas y asuntos que le pudieran interesar. Mi padre no había leído en su vida otro cosa que no fueran unas novelistas del oeste que cuando yo era pequeño se cambiaban una vez leídas por otras en una librería del barrio. Su salto a la literatura cuando se quedó ciego fue una gran cosa para él, fue capaz de incrementar su vocabulario e incluso su conversación se hizo más interesante. Ganó en el centro de personas mayores al que iba algún premio de cuentos (los cuentos que inventaba se los dictaba a una grabadora y luego nosotros se lo pasábamos a papel) y otro premio de cartas de amor que organizaron en el centro para el día de los enamorados. Todo lo que escribió tenia que ver con enredos amorosos. 

Aquí quería venir a parar. Tenia ochenta y seis años y a última hora cuando hacíamos el pedido siempre decía que bueno, que podíamos pedirle de todo pero lo que más le interesaban eran las historias de amor. Se las tragaba, era lo que único que hacía todo el día, podía leerse cuatro o cinco novelas cada semana. Pocos días antes de fallecer nos pedía imperativamente que le lleváramos el casete en el que leía, que tenía una novela a medias que estaba muy interesante y quería terminarla. Falleció dos o tres días después. La novela, algunos amores nacientes, quedó sin terminar. Pensaba en mi padre porque yo observo que a mí me sucede algo parecido con los lecturas, tengo una predilección especial por las historia de amor. 

En esta cosas pensaba mientras bajaba junto a un caudaloso río hinchado por tantos días de lluvia. Hice alguna toma, sobre la corriente del agua se alzaban imponentes las cumbres y los neveros. Es obvio que es un tema que interesa a casi todo el mundo, pero lo curioso del caso es su universalidad, la exorbitante cantidad de estas historias que leemos o vemos en el cine. ¿Cómo es posible que después de dos mil años de literatura historias similares sigan escribiéndose y teniendo lectores incondicionales? ¿No es en cierto modo una historia de amor una manera de recuperar retazos, pequeños fragmentos de la propia experiencia amorosa, de lo deseos no cumplidos, de las otras posibles versiones que pudo tener nuestra propia vida; o simplemente ese gusto por vivir a través de otros algo que no fue posible experimentar pero que adivinamos con añoranza como una posibilidad? Vivir en la literatura, en el cine, aquello que no fue dado vivir en la realidad? 




El amor, ese sentimiento entrañable, subyugador que coloca ante un abismo de misterio a hombres y mujeres, ante una fuerza irreprimible que te arrastra y donde no cabe razón porque el deseo es inmensamente superior a ésta. Quizás sea realmente una de las cosas más misteriosas y arroyadoras que uno puede experimentar en vida. Y vuelvo a mi padre que, por cierto, tuvo una relación no muy allá con mi madre, y me pregunto qué había en él a sus ochenta y seis años, en el afán por seguir esa clase de lecturas. Y no tengo más remedio que imaginar que su lectura tenía, sí a esa edad, acaso mucho de búsqueda de sí mismo, de aquello que barruntaba su imaginación que era importante en la vida y que acaso inconscientemente seguía buscando en su ancianidad. 



Hace frío, en la cumbre del Dreiländereckhütte he encontrado una caseta destartalada de madera en donde me he refugiado, pero el viento se filtra por los intersticios de las tablas y me ha obligado a meterme en el saco vestido del todo mientras escribía estas notas. Hace un momento un rayo de sol ha atravesado las nubes y ha creado un bello efecto luminoso que me recordaba cierto día en que el sol traspasaba también el crucero de la catedral de Angulema mientras las notas del órgano llenaban las arcadas, los retablos, el aire con su maravillosa profundidad. Recorría Europa en autostop e hice una parada en aquella ciudad con la única intención de ver la catedral. El sol atravesando el palio de las nubes sobre los Alpes me recuerda hoy aquel lejano día de juventud cuando me estrenaba en el oficio de trotamundos.






4 comentarios:

slechuga dijo...

Buenos días Alberto, me ha encantado ese recuerdo que haces de tu padre.
Todavía me acuerdo cuando me comentabas que cuando se quedó ciego le enseñabas a caminar, a base de ponerle obstáculos por medio.
El paisaje es precioso.
Abrazos y feliz cumpleaños para la hortelana, aunque sea con retraso.

luisbas dijo...

Bueno, felicidades , primero a la Señora, porque es de ley y luego a ti por poder disfrutar de ese maravilloso entorno

José Luis Moreno Moranchel dijo...

Muchas felicidades para la Hortelana, y tu sigue disfrutando de esas montañas tan bonitas. Un abrazo

Alberto de la Madrid dijo...

Saludos a todos, hoy me recreo en un refugio italiano con la musicalidad de la lengua. En el refugio se sigue con entusiasmo el mundial.