Cercanías de la Cabane de Susanfe, 21 de
junio de 2017
Hoy me siento
eremita, uno de esos místicos, los sadhus, que recorren la India o el Nepal sin rumbo
fijo bebiendo vino donde hay vino y agua donde no hay
otra cosa. Debe de ser que hoy más que otras veces tengo la sensación de que no
voy a ninguna parte en concreto, que simplemente vago por los caminos, por los
paisajes y las montañas que amo. Vagar y escuchar el canto temprano de los
pájaros, abundantes y melódicos está mañana, mientras desciendo del col de la Golese por un bosque de
abetos que parece despertar a mi paso con el ajetreo de las aves.
No siempre es
así pero hoy se va a repetir esa constante que consiste en bajar a lo profundo
de un valle, subir a lo alto de un collado y emprender de nuevo el descenso
para volver después del medio día a elevarse por encima de los dos mil metro.
En el primer collado, el de Coux, el paisaje, que se había vuelto de pastos y
de montañas medianas, descubre nada más asomarse a él una impresionante cadena
de montañas surcadas de glaciares. Acostumbrados como estamos a simplificar
nuestra percepción de la realidad, que hace que nos representemos a los Alpes
por unos pocos macizos que conocemos, encontrarse un día tras otro con
desproporcionadas montañas y valles cuyos nombres desconoces, te coloca en un
mundo sin referencias en donde es fácil perder la noción del espacio. Si estoy
en Chamonix sé que al este tengo el Valle de Aosta, al sureste el Gran Paradiso,
al noreste el Cervino y el Monte Rosa. Hacia cualquier parte que me dirija lo
hago siguiendo una referencia que guarda mi memoria. Sé dónde estoy. Aquí sin
embargo las cosas son bien diferentes. Los nombres de las montañas, los valles,
las poblaciones que se adentran en ellos me son totalmente desconocidos. Día
tras día camino sin una referencia conocida. Y me temo que va a ser así durante
todo el verano. Los Alpes suizos y austriacos no fueron paisajes que
frecuentara en mi juventud, acaso asomarse a la silueta del Eiger o la Jungfrau , no más, y ahora
me temo que ya es demasiado tarde para meter en mi desmemoriada cabezota una
visión general de los macizos que tengo que atravesar.
Escribo tras
la comida a la sombra de un parasol del refugio de Bonavau. Está soleado con
algunas nubes pero he empezado a oír un sospechoso tronar lejano que me ha
puesto sobre aviso. Aquí la tormenta se puede liar en menos que canta un gallo.
Había pensado alejarme un poco del refugio para sestear un rato pero me parece
que voy a tener que salir pitando si quiero librarme de una próxima tormenta.
De aquí al próximo refugio, la
Cabane de Susanfe, tengo dos horas largas.
No llego a
comprender cómo se comporta mi cuerpo. Éste ha subido renegando desde el último
fondovalle, el refugio de Barme, con un cansancio temprano que no podía disimular
y, ahora, que le he preparado un plato más fuerte de mucho más desnivel con
largos tramos de cadenas, el tío va y no sólo no rechista sino que sube
graciosamente y casi sin enterarse por un estrecho sendero que corre como un
hilo por una abrupta pared de una manera inverosímil, uno de esos senderos que
miras desde abajo con la sospecha de que es imposible que por allí se pueda
transitar. Lo siento, mi mapa, uno entero de los Alpes, es bueno, curvas de
nivel y sombreado, pero no llega a tanto como para señalar el nombre de todos
los topónimos, razón por la cual subo, bajo, desciendo, voy para acá y para
allá, pero no puedo hacer mucho más que citar un collado, un refugio o alguna
población. Y por supuesto cobertura de datos para consultar nada de nada por
estos lares, tan solo pillar la posibilidad de un wifi en algún refugio por
donde paso, no todos.
El sendero
termina superando un estrecho abismo que termina de repente y se hace sobre el
tapiz verde en los prados superiores. Los glaciares están ahí al alcance de la
mano, anonimos (para mí, claro), amenazantes como gigantes que fueran a
desmoronarse sobre el valle en cualquier momento. Un lejano estertor de
tormenta vibra en el aire amenazando el consabido diluvio de una tarde de
aguacero. Tengo que espantar a las ovejas para que despejen el camino, unos
animales de espesa lana y patas negras que me miran con la curiosidad del
propietario que ve invadida su propiedad por un extraño visitante que suda la
gota gorda arrastrando sobre la espalda un macuto desproporcionado.
Llego a la Cabane de Susanfe. El cielo
está encapotado, el refugio parece abandonado. Alló, alló… termina por aparecer
una mujer que me llena amablemente la cantimplora. No tengo la intención de
alejarme mucho del refugio. Abajo suena abundante un riachuelo, pero todo a su
alrededor es pura piedra. Confío en encontrar un par de metros de prado para mi
tienda un poco más arriba. Echo a andar camino arriba y no han pasado cinco
minutos cuando al mismo tiempo que aparece un bonito prado para mi tienda se
pone a llover. Pies para qué os quiero, que diría mi antigua novia de mi
madurez. Descargar rápidamente, proteger mi placa solar bajo el macuto; saca
tienda, clavos, despliega, inserta varillas. En cinco minutos mi tienda está
puesta y toda mi impedimenta dentro de ella. Sólo llueve diez minutos, sólo ha
sido un amago. Al poco sale el sol y puedo volver a desplegar la alfombrilla
solar dentro de la misma tienda para continuar cargando mi teléfono y los
auriculares inalámbricos. Este año me compré una pequeña que con el sol de
plano viene a cargar prácticamente cualquier dispositivo a la misma velocidad
que enchufándolo en casa. La alfombra solar me está proporcionando una
autonomía que no tenía la última vez que estuve en los Alpes. Ya veremos cómo
funciona cuando vengan los días de mal tiempo.
Es la leche.
Se cubrió, tronó, llovió y veinte minutos más tardes apenas quedan unas pocas
nubes en el cielo. Veremos cómo me va el tiempo este año. En el 2014, de dos
meses y medio que pasé en los Alpes más de la mitad de los días se lo pasó
lloviendo. Me llegué a acostumbrar de tal manera a las lluvias y a las
tormentas que al final constituyeron la fuente de mis mejores emociones y
recuerdos. Uno no sabe nunca de dónde va a sacar los mejores placeres a la
vida. Si no fuera porque las circunstancias a veces nos meten en fregaos
inesperados, es probable que nuestras experiencias fueran más pobres. Eso de
que las dificultades le hacen a uno parece una verdad de Perogrullo.
1 comentario:
Me obligas a entrar en san Google para saber dónde andas, admiro esa voluntad de querer todavía visitar lugares recónditos, me surgen un montón de preguntas, que no caben en este comentario. Pero si te hago una para que reflexiones mientras caminas; ¿porque las ondas gravitacionales viajan a la velocidad de la luz y no a otra?
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