Un hombre necesita una buena provisión de sueños


  

  
“A mi entender, la función del filósofo como artista consiste en revelar y celebrar el fondo eterno y carente de propósito de la vida humana.” (Alan Watts. Esto es eso)


Cercanías de Vaqueiros, 12 de febrero de 2019

GR15/GR13 portugués. Vía Algarviana. Odeleite – Cercanías de Vaqueiros. 


A poco de salir del pueblo, las aguas de la Albufeira da Barragem de Odeleite, reflejan cegadora la luz de un sol que ya se dirige a su ocaso. A poco de caminar encuentro sobre un pequeño promontorio lo que será un perfecto prado para mi primer vivac de este invierno. La temperatura es agradable, como la de una primavera temprana; así está el campo aquí, como olvidado del invierno y deseando llenarse de sol todo el cuerpo. De hecho una hora más tarde ya rondaban los mosquitos por los alrededores como si estuviéramos en pleno verano. Tiempo para terminar ese par de rutinas que me quedaban por cumplir, una sesión de estiramientos y quince minutos de ejercicios para intentar mejorar las condiciones de mi espalda.


Estando mi casa recogida y sosegada y las estrellas brillando ya en el firmamento, llegó la hora del cine. Desierto rojo, de Antonioni, sería la elegida. La noche del Algarve de repente dio lugar a otra noche, lúgubre ésta, de los tiempos que corremos:
“La desnaturalización del ser humano: la mecanización, la industrialización, el materialismo, la falta de naturalidad. La contaminación: humo, residuos industriales, ruidos mecanizados, destrucción del entorno (paisajes industriales negros), paisajes desoladores.
El vacío: el vacío existencial, el terror existencial de la protagonista, la tristeza interior, la busca absurda de la veracidad, el sentido de la existencia”. 


Y en medio de la película, espléndido el rojo del interior de una cabaña de madera donde el conflicto interior de los personajes allí reunidos revienta por sus costuras sin que ello pueda añadir reparo al absurdo de una vida. Brillante, hermosa la actuación de Monica Vitti, mujer perdida en el laberinto de un mundo absurdo que percibe desde las secuelas de un accidente como si se tratará de un mal sueño.


Dormí sin interrupción como un bendito. Me despertó un leve resplandor dentro de la tienda. Era el teléfono que se había puesto en funcionamiento preparado para darme lo buenos días. Cuando después de desayunar salgo de la tienda me sorprenden ya las primeras luces del alba en el cielo. Mis seis de la mañana de hoy no son las seis de la mañana de ayer. Mi teléfono, servicial él, me da lo buenos días en portugués en hora de Portugal. A partir de hoy, si quiero caminar un rato de noche tendré que levantarme a las cinco de la mañana.


Desde Odeleite, para alcanzar la Vía Algarviana (GR13), debo abandonar el GR15, que se dirige al norte, y hacer siete kilómetros de asfalto por una carretera secundaria. Nada de oh, deleite, nada; pero ¿qué se le va a hacer? Esta mañana saco muy temprano el microscopio, valga decir que entretendré mi camino alternando la lectura de Alan Watts con florecillas mínimas que me salen al paso junto al arcén de la carretera. ¿Será que nuestra vista, acostumbrada a mirar a distancia es incapaz de adaptar el foco a las realidades más próximas, más pequeñas? Es admirable este pequeño mundo de criaturas que crecen a nuestro paso y que apenas llaman nuestra atención, pero que puestos a dirigir a ellas el zoom selectivo de nuestra cámara muestran una gracia de colores y formas tan preciosista y particular de ser capaz de llenar la ración de belleza que el caminante necesita para cubrir las necesidades vitales, su alma añorante de armonía. Tenemos los ojos tan llenos de todo tipo de estímulos que se nos han hecho algo estériles para la belleza de lo cercano y diminuto. Caminar despacio, decía Gastón Rebuffat, de modo que podamos ver crecer la hierba. Caminar despacio, atentos al momento presente, a todo lo que crece junto a nuestro sendero procura a veces sorpresas inusitadas de colores y formas; hasta descubro en medio de unas matas secas unas diminutas florecillas que usando el zoom para desenfocar el fondo, se me aparecen como un hermoso cuadro de ocres que me recuerdan enseguida Los girasoles, de Van Gogh.


En un par de horas estoy en Furnazinhas, un fin de etapa de la Vía Algarviana. Hasta aquí llegó hace unas semanas el amigo Manuel Coronado, con quien se cruzan de continuo mis caminos, no solo aquí sino también en Europa. Este verano nuestras rutas se cruzaron en los Alpes Austriacos, él camino de Atenas por la ruta del GR7 que nace en Tarifa y llega hasta Atenas, y yo siguiendo mi acostumbrada Vía Alpina de los veranos.
En Sierra Morena, en El Algarve, en el Camino Norte, en el Pirineo, en el GR10 nuestras huellas se han cruzado muchas veces. Yo quise seguir las suyas camino del cabo de San Vicente, pero al final va a ser él quien siga las mías.

El momento del baile

Había escrito en mi bloc de notas una frase a raíz de algo, pero no logro acordarme de la razón. Es ésta: “Un hombre necesita una provisión de sueños”. Imagino que la idea la cacé del libro que comencé esta mañana, Memorial del convento, una sugerencia que recibí del amigo Jorge Túa, hombre versado en los escribidores de este país, y que me acompañó sin pausa durante toda la mañana antes y después de que me tomara un piscolabis en Furnazinhas. Es Saramago un hombre con el que se camina bien, su prosa suelta y su buen humor, como de quien mira la realidad desde la sabiduría de los muchos años, confortan mi mirada sobre el mundo.


A la hora de comer, hoy muy lejos de un restaurante, hace un vientecillo que me obliga a demorar mi almuerzo hasta que por fin, en una pequeña ensenada me tropiezo con un prado protegido que me va a servir para prepararme la comida. Después de mi viaje a Islandia es la primera en cuarenta años que el caminante lleva cocina en su impedimenta. Admirado estoy de que en vez de ir aligerando mi mochila ésta vaya engordando.

Como, sesteo un rato al sol mientras se seca mi tienda de campaña y a las cuatro me pongo en marcha de nuevo. Mi única dependencia este año son las baterías del teléfono. Dejé la alfombrilla solar en casa, así que confío en poder rellenarlas algo antes de que llegue la noche.


Atardece. Hago mis ejercicios de espalda bajo la tenue luz de la luna creciente. Pienso en los días que sean luna llena. Quizás me decida entonces a caminar por la noche. Sensaciones, sí. Por poniente, un horizonte de fuego va quedando poco más que en la débil brasa que deja un día más. No voy a cambiar un tranquilo vivac en los montes rodeado de brezos y pinos por la necesidad de llenar unas baterías en el próximo pueblo. Mi prado es un reducto de paz y recogimiento.


 










                                                 albertodelamadrid.es

2 comentarios:

manuel coronado gil dijo...

Muy simpática la foto de la hora del baile

Alberto de la Madrid dijo...

Parece que no, pero le añade un no sé qué de contento a la mitad de la mañana.