El calor de sus almas se transmitía a través de sus manos.




Sobre Bad Goisern, 15 de julio de 2019.

Via Alpina. Tramo Morado. Refugio Loserhütte – Sobre Bad Goisern.


El autobús había parado en una de las típicas pistas del Karakorum que se adentran en la región del Nanga Parbat; quizás, así lo recordaba de un antiguo viaje. Más allá unos enormes árboles habían caído sobre la pista e impedían el paso. El conductor organizó sin miramientos lo que había que hacer a continuación. Las mujeres debían sortear el paso por un sendero mientras lo hombres se emplearían en despejar la pista de los troncos. En el sueño veo descender a las mujeres vestidas de negro y con el rostro tapado hasta los ojos. Es un plano en picado, lo veo como si estuviera filmando la escena desde un helicóptero. Pero enseguida un sudor frío me embarga pensando en el trabajo imposible de retirar los troncos que cruzan de parte a parte el paso en un centenar de metros. Me despierta en ese momento la estridencia del despertador que está conectado a la red y me obliga a saltar de la cama para apagarlo.

Ha amanecido hace un rato y el sol ilumina las cumbres sobre un inmenso lago de niebla que cubre todo el valle al otro lado del cual se levantan grandes montañas de las que en su centro se desprende un glaciar. Magnífico escenario para abrir los ojos a un nuevo día. La primera sorpresa la tengo cuando desciendo a la planta y me encuentro todo cerrado y silencioso. Alló, alló, por aquí y por allá pero nadie contesta. La puerta de la calle está cerrada con llave. Otra puerta me lleva a la cocina y a un pequeño cuarto con un ordenador. Alló, alló, nada. Silencio. Son las siete de la mañana, nada extraordinario para un refugio de altura, pero aquí parecen regir otros usos. Vuelvo al salón y ya voy pidiendo al cielo que las ventanas se puedan abrir y pueda descender de ellas mejor que un Tenorio desde el alto piso de su amada. La ventana se abre y apenas tengo que dejarme caer un metro y medio. Me siento como un caco de tebeo con antifaz que deja atrás la mansión que ha asaltado; sólo me falta el saco a la espalda con el botín. ¡De la que me he librado!


Por un buen rato camino como quien lo hiciera junto a la orilla de un lago, luego mi sendero lo deja atrás y se hunde en un bosque de grandes ejemplares de hayas y abetos. Añosos árboles que hacen pensar que por ellos no pasa el tiempo, erguidos y petrificados como el ejército de terracota de Xian, parecían estar ahí desde tiempos inmemoriales. Hay bosques que están ahítos como si lo hados los hubieran cuidado desde el principio de los tiempos, paso por ellos de puntillas como con miedo de despertar a sus elfos que seguro, siendo tan prietas sus copas, no dejarán pasar la luz a los hogares hasta el mediodía.

Ahora el sendero discurre por un lomo descendente que deja a ambos lados inclinadas pendientes de las que no se ve el fondo, pero que termina por remansarse en praderías para volver al poco tiempo a emboscarse en un mundo denso y húmedo por donde pareciera que no ha pasado persona alguna en mucho tiempo. Árboles caídos que sortear, la densa vegetación todavía llena de agua que empapa mis botas, y por último mi gps que se pone a cantar que estoy fuera de ruta. Lo estoy efectivamente pero aquel sendero lleva marcas rojiblancas y tiene que llevar a algún lugar. Activo la grabación del track en el OruxMaps para comprobar los derroteros de mi camino en relación a la ruta oficial. En mi mapa no aparece el camino que llevo pero un buen rato después mi teléfono vuelve a cantar diciendo que ya estoy de nuevo en la ruta correcta cuando llego a una pista.


Y aprovecho entonces para volver a la historia de España que leo desde hace tiempo. Son los años de la Segunda República y la Guerra Civil. Acostumbrado como estoy por la distancia y la premura de los argumentos con que despachamos los asuntos de aquella época en base tantas veces a unas pocas etiquetas, me sorprende la complejidad de los asuntos políticos, económicos y sociales de los años previos a la guerra, un tiempo de aguas revueltas en donde es difícil ver periodos y circunstancias en los que la racionalidad de una convivencia general se encuentra alterada gravemente por el desencuentro de intereses de todo tipo. Me gusta, no gusta, recordar la Segunda República como un período de esplendor en muchos sentidos probablemente porque la abominación que la siguió fue de tal envergadura que no sé si tuvo parangón a lo largo de toda nuestra historia con algo similar. La cuesta y las revueltas que siguen a la última pista ponen a prueba el ritmo de mis piernas, pero resisto bien, camino embebido por lo que fueron para mí los años más relevantes de nuestra historia por el efecto que estos tuvieron en mi generación. Mientras leía, al hilo del comportamiento de la gente corriente, del proceder de los políticos, de la Iglesia, del poder económico de entonces, ponía a su lado la gente de hoy, los políticos del momento, la iglesia de la actualidad y los detentadores del poder económico vigente y me llegaba adentro la extraña sensación de que habiendo aprendido mucho en estos ochenta, noventa años últimos los españoles, había sin embargo en el ambiente la sensación de que en absoluto hemos aprendido lo necesario. La sensación de que, en general, el alma de hombre, cuando consideramos la comunidad nacional, es un alma enferma incapaz de adquirir altas cuotas de una convivencia social aceptable. La mediocridad de los gobernantes, la injusticia distributiva, una mentalidad muy dada a tomar partido despreciando al oponente y una falta de inteligencia y cultura parece que sean males sobre los que es muy difícil construir una convivencia racional. Un ejemplo actual: ese trabajo que se ha hecho desde la derecha por abrir un abismo entre los catalanes y el resto de España muestra aspectos de qué es lo que está en el punto de mira de los políticos. Recuérdese aquello de ¡A por ellos, oé!, que se coreaba en las calles de Huelva al paso de la guardia civil camino de Cataluña. Una ojeada en las redes sociales a los asuntos del momento ofrece también un panorama sociológico a veces espeluznante. No son todos, claro, pero el encono que se ve a mí me hace pensar, sin que sea una comparación, en todas aquellas circunstancias de la guerra civil en que vecinos de un mismo pueblo se mataban entre sí. Los hooligans y esa clase de despreciadores de las opiniones que sean distintas a las suyas son legión; todo un sustrato social con dudosas ganas de construir una convivencia nacional que a su vez es gobernado por una mediocridad que espanta. La medida de nuestros gobernantes, o posibles gobernantes, la da aquel debate que sostuvieron antes de las elecciones los representantes de los cuatro principales partidos del país.


Estaba tan metido en lo años posteriores a la guerra civil, que casi me di de narices con el refugio. Refugio cerrado en esta ocasión. Paré no obstante a tomar un tentempié.

Desde el refugio eran tres horas cuesta abajo hasta el pueblo próximo, Bad Goisern. A mitad de camino me encontré con una estampa que me conmovió. Dos ancianos, ambos con macuto, subían por la empinada cuesta de la mano. Eran tan mayores… Pensé entonces que la palabra “amor” está tan sobada y vulgarizada que habría que inventar una término nuevo para esa clase de situaciones. Quizás tendrían cerca de noventa años. Subían despacio, tranquilos, sintiendo en el calor de sus manos el calor del otro, en el calor de sus almas el calor del alma del compañero, de la compañera de su vida.














2 comentarios:

VALVAREZ dijo...

He leído hace muy poco la trilogía, 'La forja de un rebelde' de Arturo Barea y me lo ha recordado por tus comentarios de la República. Me pareció un libro fantástico, testimonio de primera mano.
Y el amor por lo mismo y compartido en el caso de los ancianos una suerte de la vida.

Alberto de la Madrid dijo...

Leí ese libro un par de veces. Estoy muy de acuerdo con tu valoración. Algún día creo qu lo volveré a leer.