Irse por las ramas. Noche en Bailanderos.

 




Bailanderos (Cuerda Larga), 13 de enero de 2022

La esencia del hombre es el deseo, se decía ayer noche en Tratado de filosofía zoom, de José Antonio Marina. Por cierto, que este hombre,  además de ser inagotable, es un pozo de ciencia y sabiduría, y ello aunque tenga un buena secretaria a la búsqueda de referencias y materiales que necesite su jefe. Si quieres enterarte de qué va eso del poder, o el amor, del tránsito de las ideas por tu coco, de historia, de lo que sea, vamos, seguro que Marina tiene publicado el libro que buscas. Bueno, pues sobre lo que ayer disertaba era sobre el deseo y esa necesidad innata que vive dentro del hombre de superarse.

El deseo en su estado más primario hace que estés permanentemente ocupado en esto o lo otro y, cuando esto no es posible, prepárate porque con el rabo el demonio mata moscas antes de aburrirse. Ahí tenemos sin más en los textos clásicos a la soldadesca de Agamenón que, permaneciendo mano sobre mano en las costas de la Hélade a la espera de un viento que ponga en movimiento las naves rumbo a Troya, desespera y desespera al punto de alzarse en rebeldía contra su rey Agamenón y el mismo Aquiles, lo que obliga a aquel, oídos los dioses, a sacrificar a estos a su hija Ifigenia a fin de aplacar a sus aburridos soldados. Y Aquiles, el de los pies ligeros, que enamorado está de Ifigenia, no tiene nada que hacer frente a ese aburrimiento del ejército que a toda costa vive el deseo inaplazable de partirse el alma y el cuerpo en Troya contra la gente de Príamo.

Llevo algo más de un par de horas metido en la tienda y ya se ha formado una capa de hielo en su interior. Ráfagas de viento no muy fuertes me han despertado y ahora no me queda más remedio que hacer algo. No es un deseo muy allá. ¿Quieres escribir?, pregunta un enanito este sujeto, yo mismo, metido en el saco hasta no dejar más que un pequeño agujero para respirar, lo que parece indicar que frío sí hace. Pichí pichá, le oye decir el enanito, algo así como… si no hay más remedio…

Citaba ayer Marina a Paul Valéry que, cuando trabajaba con un texto un largo rato, con lo que realmente se familiarizaba era con las posibilidades que ofrecía el escribir. Estos días he recibido en casa tres volúmenes sobre lo que he venido escribiendo el último año y que me han publicado los de Amazon. Alucinaba cuando vi aquello todo junto, unas mil trescientas páginas. Y como no soy nada modesto, pese a que me considere tantas veces un pelagatos, pensé que Paul Valéry tenía razón, que aunque a primera vista no aparezca en el horizonte materia alguna sobre la que escribir, las posibilidades de la escritura siguen siendo infinitas. No ha hecho el hombre desde los tiempos de las cavernas otra cosa que relatar, contar, dar suelta a lo que le nace de su interior.

El sitio que elegí hoy para pasar la noche, Bailanderos por la Hoya de San Blas, es tan conocido que no hay manera de contar nada a no ser que diga que estrené un aparatito que mide las pulsaciones y la saturación del oxígeno en la sangre. El primer factor, porque no quiero pasarme de revoluciones que, cargado como voy y con los años que llevo encima, mejor saberlo, no me vaya a dar un patatús si me excedo. El segundo factor, del que no tenía idea y del que el amigo José Antonio me puso al corriente, tiene su gracia también. Yo creí que subir una montaña de 2000 metros en absoluto tenía repercusión sobre el organismo, y mira por donde lo tiene al punto de que a esta altura el dichoso aparatito ya me decía esta tarde que la saturación de oxígeno en mis arterías había dado un notable descenso, lo que me da ya la pista de por qué me canso mucho más en los últimos tramos de la subida a Bailanderos que cuando camino por la pista de la Hoya. A 2000 metros la disminución de la presión del oxígeno en la atmósfera, debido a que por encima de nosotros la capa de este gas disminuye, produce una disminución paralela en la inhalación que, a dos mil metros, se fija en torno a un diez por ciento, es decir la disminución de la presión atmosférica hace que se detraiga en ese porcentaje la cantidad de oxígeno que llega a las arterias. A lo mejor esto es algo que lo sabe todo el mundo menos un servidor, pero bueno, me alivia conocer que no estoy tan viejo cuando veo ese cansancio que me llega al cuerpo, que lo que sucede, es que la ración de oxígeno que llega a mi sangre es más escasa. 

Días atrás me contaba Antonio Montes que tiene un amigo que le ha enseñado a respirar y que ahora le va de maravilla con esas enseñanzas. También tengo un amigo que se operó recientemente de la nariz, un tabique que le impedía respirar a pleno pulmón. A mí algo de eso me pasa, pero de operarme nada. Creo que un día de estos, visto que la cosa de la oxigenación no es una broma, lo mismo hago una llamada a Antonio para que me explique detalladamente cómo hay que respirar. A la vejez viruelas.

Martín Gaite, que era una buena conversadora, decía que la gente critica el irse por las ramas y ella se preguntaba: ¿y si lo interesante estuviera en las ramas? Irse por las ramas o irse por los cerros de Úbeda, que tanto monta, es un deporte que cuadra frecuentemente con la constitución de nuestro cerebro que, como el flanear de don Miguel de Unamuno, caminar sin rumbo fijo por ciudades o el campo, rinde frecuentemente buenos réditos.

Además, qué coño, aquí de lo que se trata es de hablar, de expresarse. Expresar, lo decía ayer Marina, es lo mismo que exprimir. Consiste en sacar algo de algo mediante presión, exprimirse, es decir, someter a una fuerza productiva lo que sabemos y lo que sentimos en un momento dado. Si llegamos a conocer algo de la realidad es porque nuestra mente ha trabajado firme intentando desbrozar el terreno de las ideas, aclarar, analizar, deducir. No ser el eco de lo que los otros, la prensa, las redes, o el vecino de al lado dicen, sino el niño curioso que siempre anda preguntándose por qué sobre lo que sucede a su alrededor. Yo tuve que hacerme maestro para aprender en la práctica que en la escuela lo único verdaderamente importante que tiene que aprender un niño es a expresarse, expresar su mundo personal y la realidad que le rodea. Si la escuela no consigue eso, ya puede ser todo lo vanguardista que quiera, pero será una mala escuela.

Hoy pensé en vivaquear pero no encontré ningún lugar para protegerme del viento, y ya se puede suponer que con el viento toda la noche entrando por el gurejo del saco no hay modo de pegar ojo, así que tienda al canto. Tampoco estaba el cielo muy amable con algunos nubarrones que cabalgaban sobre Asómate de Hoyos y las Torres de la Pedriza. Así que mi tienda es mi castillo, A man's home is his castle. Eso sí, las luces del llano madrileño me llegan por debajo del doble techo. Creo que tendría que ir pensando en dormir un poco. Buenas noches.

 


 

 

 

 


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