La
esencia del hombre es el deseo, se decía ayer noche en Tratado de filosofía zoom, de José Antonio
Marina. Por cierto, que este hombre,
además de ser inagotable, es un pozo de ciencia y sabiduría, y ello
aunque tenga un buena secretaria a la búsqueda de referencias y materiales que
necesite su jefe. Si quieres enterarte de qué va eso del poder, o el amor, del
tránsito de las ideas por tu coco, de historia, de lo que sea, vamos, seguro
que Marina tiene publicado el libro que buscas. Bueno, pues sobre lo que ayer
disertaba era sobre el deseo y esa necesidad innata que vive dentro del hombre
de superarse.
El
deseo en su estado más primario hace que estés permanentemente ocupado en esto
o lo otro y, cuando esto no es posible, prepárate porque con el rabo el demonio
mata moscas antes de aburrirse. Ahí tenemos sin más en los textos clásicos a la
soldadesca de Agamenón que, permaneciendo mano sobre mano en las costas de
Llevo
algo más de un par de horas metido en la tienda y ya se ha formado una capa de
hielo en su interior. Ráfagas de viento no muy fuertes me han despertado y
ahora no me queda más remedio que hacer algo. No es un deseo muy allá. ¿Quieres
escribir?, pregunta un enanito este sujeto, yo mismo, metido en el saco hasta
no dejar más que un pequeño agujero para respirar, lo que parece indicar que
frío sí hace. Pichí pichá, le oye decir el enanito, algo así como… si no hay
más remedio…
Citaba
ayer Marina a Paul Valéry que, cuando trabajaba con un texto un largo rato, con
lo que realmente se familiarizaba era con las posibilidades que ofrecía el
escribir. Estos días he recibido en casa tres volúmenes sobre lo que he venido
escribiendo el último año y que me han publicado los de Amazon. Alucinaba
cuando vi aquello todo junto, unas mil trescientas páginas. Y como no soy nada
modesto, pese a que me considere tantas veces un pelagatos, pensé que Paul
Valéry tenía razón, que aunque a primera vista no aparezca en el horizonte
materia alguna sobre la que escribir, las posibilidades de la escritura siguen
siendo infinitas. No ha hecho el hombre desde los tiempos de las cavernas otra
cosa que relatar, contar, dar suelta a lo que le nace de su interior.
El sitio que elegí hoy para
pasar la noche, Bailanderos por
Días
atrás me contaba Antonio Montes que tiene un amigo que le ha enseñado a
respirar y que ahora le va de maravilla con esas enseñanzas. También tengo un
amigo que se operó recientemente de la nariz, un tabique que le impedía respirar
a pleno pulmón. A mí algo de eso me pasa, pero de operarme nada. Creo que
un día de estos, visto que la cosa de la oxigenación no es una broma, lo mismo
hago una llamada a Antonio para que me explique detalladamente cómo hay que
respirar. A la vejez viruelas.
Martín
Gaite, que era una buena conversadora, decía que la gente critica el irse por
las ramas y ella se preguntaba: ¿y si lo interesante estuviera en las ramas?
Irse por las ramas o irse por los cerros de Úbeda, que tanto monta, es un
deporte que cuadra frecuentemente con la constitución de nuestro cerebro que,
como el flanear de don Miguel de Unamuno, caminar sin rumbo fijo por ciudades o
el campo, rinde frecuentemente buenos réditos.
Además,
qué coño, aquí de lo que se trata es de hablar, de expresarse. Expresar, lo
decía ayer Marina, es lo mismo que exprimir. Consiste en sacar algo de algo
mediante presión, exprimirse, es decir, someter a una fuerza productiva lo que
sabemos y lo que sentimos en un momento dado. Si llegamos a conocer algo de la
realidad es porque nuestra mente ha trabajado firme intentando desbrozar el
terreno de las ideas, aclarar, analizar, deducir. No ser el eco de lo que los
otros, la prensa, las redes, o el vecino de al lado dicen, sino el niño curioso
que siempre anda preguntándose por qué sobre lo que sucede a su alrededor. Yo
tuve que hacerme maestro para aprender en la práctica que en la escuela lo
único verdaderamente importante que tiene que aprender un niño es a expresarse,
expresar su mundo personal y la realidad que le rodea. Si la escuela no
consigue eso, ya puede ser todo lo vanguardista que quiera, pero será una mala
escuela.
Hoy
pensé en vivaquear pero no encontré ningún lugar para protegerme del viento, y
ya se puede suponer que con el viento toda la noche entrando por el gurejo del
saco no hay modo de pegar ojo, así que tienda al canto. Tampoco estaba el cielo
muy amable con algunos nubarrones que cabalgaban sobre Asómate de Hoyos y las
Torres de
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