Noche de luna en Peña Citores. ¡Frío, vete, que Osito es mío!

 



Peña Citores, 19 de enero de 2022

Casi me da pena dejar con la palabra en la boca al amigo Cive, que de dejarle a su aire sería capaz de seguir hablando hasta el amanecer, bien que seguro en el transcurso de ese tiempo yo terminaría aprendiendo un montón de cosas, eso si no se metiera por medio algún asunto de política que en cuyo caso vaya usted a saber. Pero bueno, hemos disfrutado de una larga e interesante conversación sobre una o dos docenas de temas, hemos estado en Niger y Chad de viaje, nos hemos dado una vuelta por algunos platos típicos de diversas zonas de España, hemos recorrido algunas montañas y además hemos cenado pollo con arroz y alguna que otra chuchería, todo muy a punto para irse a la cama contentos. Él subió a Peña Citores por Cotos y yo lo hice desde la zona de Valsaín. Los que estamos algo perjudicados, como dicen los amigos del Navi que están más achacosos, él más que yo, por lo que elige la ruta más corta y yo la más larga, acaso  para tener más tiempo por delante para al final del día poder contarle algo a este blog que es que si me voy una noche al monte y no escribo algo en sus páginas lo mismo se me enfada. Propuse a José Antonio dormir en la misma cima y había cargado con dos tiendas para el caso, pero al final él prefirió el refugio, así que aquí estamos. De todos modos yo diría que este refugio es el que tiene la mejor vista de todo el Sistema Central, así que cuando llegué, mientras esperaba a José Antonio me dediqué a sacarle partido a los contraluces que me ofrecía el atardecer.

Subir a las cimas del Guadarrama desde la zona norte siempre exige una buena forma, los mil metros de desnivel no te los quita nadie. Todo un bosque, robles y pinos, por el que ascender sin caminos precisos pero sin obstáculos que termina de golpe abriéndose, como quien descorre de repente el telón, en el mismo instante en que llegas al refugio dejándote ante el magnífico escenario de Siete Picos, la Pinareja, Guarramas, Cabezas y la nívea falda blanca que lleva hasta la cumbre de Peñalara.

Es realmente hermoso este lugar alzado como la proa de un barco en el extremo oeste del gran espinazo que recorre desde el puerto de Somosierra hasta la misma cima de Peña Citores todo un mundo lleno de encantos.

Anoche, en casa, con la cabaña a oscuras, música de Bach en el amplificador, Mico en mi regazo, la luz de la luna entrando de refilón hasta mis pies, pensaba que acaso en momentos así consista estar vivo. Cerrar los ojos y dejarse llevar por las voces de una cantata o por la corriente de los pensamientos. La realidad, enorme como el mar, y los trayectos en ella tan infinitos como los proyectados sobre un océano. La infinitud del mundo y el tiempo en el hueco de la mano de tu pensar. ¿No es maravilloso que la historia, el mundo, sus paisajes, los descubrimientos, el espacio inconmensurable del firmamento, todo el pasado de una persona, de la entera humanidad, pueda ser traído a nuestro pensamiento, que es tanto como poseerlo, tocarlo con las yemas de los dedos? ¿No es todo esto un milagro?

Y naturalmente milagro me parece en este ámbito de la percepción y de las sensaciones el estar aquí en mitad de la noche, un vivac junto al refugio de Citores -José Antonio eligió dormir dentro-, la luna sobre nuestras cabezas, la alfombra de la nieve tendiendo su manto ascendente hasta la cumbre de Peñalara, el profundo silencio y allá, allá al fondo, las dispersas luces de los pueblos de Segovia.

Con la luna llena –casi– sobre mi vivac, me viene a la memoria el recuerdo de Osito, uno de esos cuentos encantadores que leía a mis alumnos en la escuela (os dejo aquí a los que seáis abuelos la referencia del libro, que seguro gustará a vuestros nietos: Osito, de Else Holmelund). Y es que Osito un día se vistió de astronauta, se subió a un árbol y se tiró al suelo desde una de sus ramas. Cuando aturdido se levantó, pensó: date, ya estoy en la Luna. Y ni corto ni perezoso se fue a dar una vuelta por ella hasta que divisando una casa cercana se acercó, llamó a la puerta, le abrió la madre, y entonces Osito se interesó por los habitantes de la Luna, por esa señora que tan amablemente le había abierto la puerta. La mamá, claro, le siguió la corriente, que sí, que ella tenía un hijo que se había marchado a dar una vuelta, pero que tardaría mucho mucho tiempo en regresar porque se había ido a la Luna. Y tantos y tantos detalles le dio que Osito, asustado, se echó a llorar diciendo, venga, mamá, no me engañes que tu eres mi mamá y yo soy Osito, tu hijo. Y mamá Osa y Osito se abrazaron y nunca más quisieron saber de la Luna., y es que la Luna está muy lejos, muy lejos y mamá Osa y Osito se querían tanto que no podían estar separados.

Bueno, esta noche no es que haga mucho frío, las previsiones del tiempo daban una sensación térmica de tan sólo -7ºC, pero llevo un tiempo pensando que acaso el frío, como conseguir llegar a una cumbre, puede ser un pequeño reto, reto especialmente para un friolero como un servidor, que mi cuerpo, aunque no se lleve bien con el frío, debe congeniar con él. El pasado invierno, con esto de subir a dormir por las alturas, perdí la sensibilidad de las yemas de los dedos de una mano y tardé en recuperarla un par de meses, señal inequívoca de que mi cuerpo estaba realmente reñido con el frío. A la vejez, viruelas, lo repito, porque es así, que no son ya aquellos tiempos en que éste dormía en invierno en el Circo de Gredos metido en un saco de veranillo porque todavía no había ahorrado lo suficiente para un Pedro Gómez en condiciones. El caso es que me lo estoy proponiendo: buscar al frío, mirarle de frente y hacerle compañía puede convertirse en una nueva diversión. Y si no que se lo digan a Osito, porque de esto hay todavía otro cuento:

Sucede que un día Osito llegó a su casa y le dijo a su mamá: mamá Osa: hace frío fuera, tienes que hacerme ropa  para el frío. Y entonces Mamá Osa le hizo un abrigo y Osito salió a jugar a la nieve con sus amigos; pero a la tarde, cuando volvió, insistió, mamá, quiero que me hagas un gorro, para el frío de las orejas. Y mamá Osa le hizo un gorro. Después vinieron unos calcetines gruesos de lana, más tarde unas botas y hasta unos guantes. Cuando tuvo todo el equipo dispuesto Osito salió de nuevo a jugar por los alrededores con los otros ositos, pero a la tarde regresó con el mismo cuento de que tenía frío. Entonces mamá Osa, le quitó el gorro, las botas, los calcetines, los guantes y por fin el abrigo. Y dijo: ahora ya tienes el mejor abrigo del mundo. ¡Vete, frío, que Osito es mío! Y Osito, con el abrigo de piel con el que había nacido salió a la calle y ya nunca tuvo frío. Yo sospecho que Hermann Bulh había leído en su niñez este cuento, porque ya desde muy jovencito, apenas un adolescente, se propuso hacer de su piel un recio abrigo obligándose, cuando caminaba en invierno por la ciudad en que había nacido, Innsbruck, no sólo a no utilizar guantes con temperaturas muy por debajo de cero grados, sino que además se llenaba las manos de nieve para acostumbrarse al frío. Largo, frío, que Osito es mío.

A decir verdad el frío de este invierno todavía casi no ha merecido ese nombre, aunque tenga que dormir con la botella de agua dentro del saco para que no se me hiele. Las supermanoplas que me compré el pasado invierno todavía no he tenido necesidad de usarlas, unas Black Diamond que mientras llega el frío, que algo de temor me da,  uso para meter dentro la botella de agua que de lo contrario me refrigeraría los riñones.

Voy a decir una cosa que no he dicho nunca . Joder, me encanta dormir bajo las estrellas, hoy además con la caricia de la luz de la luna sobre mi vivac.






 

 

 

 

 

 

 


 


2 comentarios:

Antonio Creus dijo...

El lugar de ensueño, pero con el relato me he puesto a tiritar como el osito,voy a tomarme un carajillo a ver si se pasa.

Alberto de la Madrid dijo...

:-) Hay rincones del Guadarrama que son una maravilla y el refugio de Citores es uno de ellos. Ese mirador al atardecer no tiene precio.