Noche en Cerro del Mostajo. Los estragos de la religión.

 

Vivac invernal en Peñalara. Oleo sobre lienzo


Cerro del Mostajo, 30 de septiembre de 2022

Había terminado la parte central y superior de un cuadro el día anterior y hoy me desperté pensando cómo resolvería lo que me quedaba. Julio Gosán había publicado hace tiempo una fotografía que me gustaba, él mismo en una de las cuevas de Pedriza haciendo de ermitaño leyendo a la luz de una vela. Era un buen motivo para mi cuadro que quería reproducir ese ambiente de recogimiento que Julio tan bien había conseguido. Le pedí la foto y gentilmente al poco rato ya la tenía en mi correo. Pero… mis habilidades pictóricas son tan pobres que ahí andaba yo rascándome la cabeza a ver cómo iba a meter a ese personaje en un vivac de invierno en la cumbre de Peñalara. Total, que después de desayunar me puse manos a la obra. No quedó como yo quería, pero bueno el conjunto del cuadro me gustaba. Miré el reloj, la una y media. Si comía enseguida todavía me daba tiempo para subir a dormir a alguna cima.





Fue comiendo que Victoria me contó sucintamente sobre lo que estaba sucediendo en Irán, manifestaciones multitudinarias en todo el país. Aunque no lea la prensa es inevitable que de algunas cosas me entere. Los sucesos de Irán, algo que independientemente de las connotaciones de fanatismo y de la mano férrea que los ayatolas y el ejército ejercen sobre el pueblo iraní, nos remiten a los efectos más negativos que las religiones provocan y han provocado a lo largo de la historia.

Las religiones que hoy, a la altura de los conocimientos que hemos ido adquiriendo, podemos considerar como algo no muy diferente a un conjunto de complejas supersticiones, han dejado en un momento u otro a lo largo de los siglos un rastro tal de sangre, muerte y sufrimientos suficientemente alarmante como para que éstas hubieran dejado de existir como dejan de existir las plagas que temporalmente acechan a la humanidad.

La religión que siempre vivió al arrullo del poder y que éste usó para sojuzgar y tener en un puño a la gente menos favorecida, algún día desaparecerá cuando la cultura y el sentido común general se abran paso entre la tanta superchería que ha vivido la humanidad desde que éstas se inventaron, pero mientras tanto ahí las tenemos, ahí tenemos a las mujeres bajo el signo de Alá, a la Iglesia Católica viviendo de la sopa boba del presupuesto nacional todavía moviendo los hilos de su influencia allá donde sea necesario; ahí tenemos a todos esos iluminados que creen que cuando llueve es porque los ángeles están haciendo pipí.

Apabulla que después de que el hombre haya pasado miles de años aprendiendo y creando, investigando, que hayamos llegado a la era de Internet y los viajes interplanetarios, que una gran parte de la humanidad siga pensando que existen seres fabulosos que rigen nuestras vidas y que cuando nos muramos nos van a llevar de la mano, ahora sanos y robustos, a un paraíso donde vivirán toda la eternidad felices contemplando a ese ser inefable que ellos llaman Dios. De verdad que apabulla, es como si esa parte de la humanidad creyente no hubiera superado la edad mental de los nueve o diez años. Y sin embargo ahí tenemos al Vaticano y todo ese conglomerado eclesial con su banco y sus negocios alimentando la superstición y nosotros acatándola como si todavía estuviéramos en la Edad Media.

Sí, un blablablá improvisado y deslavazado mientras a través del agujero del saco de dormir contemplo las estrellas. Pura indignación por esa mujer que la policía iraní ha matado a golpes porque llevaba mal colocado el velo, y ya por extensión por todas las tropelías que la Iglesia Católica ha cometido a lo largo de los tiempos.

Bueno, ya me he desfogado, que aunque vivo lejos del mundanal ruido los ecos de algún que otro grito me llega. Salí de casa sin rumbo fijo, pero como los hábitos y las rutinas mandan y llevo un par de años que ellos me llevan a dormir a las alturas, a una de ellas habría de dirigirme. Conduciendo por la carretera de La Coruña lo primero que tuve de frente fue la Peñota, pero allí ya había dormido dos o tres veces últimamente, así que decidí subir al cerro que está a su lado en el cordal que lleva al Alto de los Leones. En Los Molinos consulté el Osmand, mi app de los caminos preferida últimamente, y ésta me dijo que sí, que había una trocha que subía directamente al cerro del Mostajo. Me gustaba el nombre. Mostajo, árbol de tronco menudo, erecto y cilíndrico, corteza grisácea con manchas blanquecinas y flores blancas reunidas en racimos. Los anduve buscando mientras subía desde Los Molinos; no logré identificarlos. Quizás si vuelvo en primavera me sea más fácil. (Al día siguiente en casa y después de encontrarme en el descenso con muchos ejemplares del majuelo o espino blanco, tan ponderado por sus flores por Proust en En busca del tiempo perdido, pensé que se trataba del mismo árbol, pero no).



Pues al Osmand le pones el dedo en el Cerro del Mostajo y él sólito te dice por donde tienes que ir. Todo muy bien hasta que te encuentras con las zarzas y los arbustos que el tiempo ha ido alimentando hasta comerse el sendero en gran parte del recorrido. Algún hito perdido, trazas de senda de rumbo caprichoso que ha dejado el ganado en su deambular de un lado para otro, un recoleto pinar que atravesar, una pista que cruzar llamada camino de los Lomitos y después tira para arriba como puedas y con el GPS en la mano para no perder del todo el viejo camino perdido entre esta selva de espinos. Viejos caminos de pastores que añorantes de la compañía de los cabreros se han resignado al avance de una vegetación que los engulle y los hace desaparecer entre sus ramas.

El día empieza a abrirse camino en las entrañas de la noche

Ya bastante alto me admiro de encontrarme los muros de una antigua construcción. ¿Cabreros? Después caigo, no cabreros sino soldados. Estoy en lo alto de la cuerda, el frente de una guerra fratricida, Cain y Abel, los canallas de siempre cubriendo los campos y la tierra de España de sangre. El Mal  condenado a errar por el mundo y el tiempo como lobo hambriento de sangre.

Arriba el sol decae sobre los cerros más allá de San Rafael. Hace frío y ventea del oeste. Tras el muro de una antigua construcción militar instalaré mi vivac. A mis pies el Principito ha encendido ya todos los faroles del llano madrileño. Todas esas luces que hace dos días pintaba en mi cuadro, entonces desde la cumbre de Peñalara. Es un simpático panorama de luces el que se contempla desde las cumbres del Guadarrama, todo ese enorme llano como alumbrado por la luminotecnia de un belén.

Las primeras luces vienen a besar las aguas del embalse de Santillana

 

 

 

 


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