Gredos, el gran saurio de roca. Noche en Alto el Mirlo

 



Cerro del Mirlo, 22 de marzo de 2023

Hay cadenas de montañas que sugieren la estructura pétrea de un enorme lagarto antediluviano cuyas protuberancias dorsales  hubieran crecido desproporcionadamente hasta invadir el dominio de los cielos. Recuerdo que en cierta ocasión que había atravesado los Alpes desde el mar Adriático hasta allá donde sus montañas se sumergen en el mar, en Niza, que tuve la premonición de que había pasado dos meses y medio cabalgando sobre el lomo encabritado de un inmenso saurio que llegado al mar se sumergiera en él. Aquel verano, tras llegar a Niza, a la mañana siguiente me fui a ver las pinturas de  Marc Chagall, un museo que siempre que paso por allí no dejo de visitar. El caso es que después de salir de ese mundo tan particular de Chagall, a veces como pintado por un niño, y que nunca me canso de contemplar con un cierto estremecimiento, paseando por la ciudad caí en que no me apetecía regresar a casa, que el cuerpo me pedía más montañas, y fue entonces que esa imagen de saurio de los Alpes que empezaba a alzarse en Eslovenia y recorría todo el arco alpino, se me presentó tan real que si no hubiera sido por Wegener y su teoría de la tectónica de placas, habría llegado a creer que efectivamente los Alpes eran los restos petrificados de un monstruo que llegado al Mediterráneo se había sumergido en el mar; se había sumergido pero no para desaparecer sino para emerger más al sur con nueva fuerza y robustez en la isla de Córcega. Magnífica visión la mía que visto y no visto hizo que mi motivación saltara de golpe de unas montañas a otras y que hicieron que unos minutos después ya me viera en la mano con un pasaje para un buque que hacía el trayecto Niza–Córcega todo dispuesto a seguir esa espina dorsal hasta donde se extinguiese. Pasé dos o tres semanas cabalgando la atrevida dorsal de Córcega, una de los más atrevidas y bellas rutas de montaña de Europa. Al sur de la isla el saurio volvió a sumergirse y, todavía con ganas de continuar mi larga travesía, me embarqué para Cerdeña con esperanza de encontrar allí algún resto del saurio de piedra, pero no, éste había desaparecido definitivamente en los dominios de Poseidón.

Cuando miramos la sierra del Valle y Gredos desde el llano toledano, o incluso desde la ventana de mi cabaña, lo que esas montañas sugieren es también el cuerpo de un gran lagarto de prominente dorso que se extiende desde las alturas del Tiemblo ininterrumpidamente hasta el puerto de Tornavacas, o incluso hasta Candelario después de un último encrespamiento en las alturas del Calvitero.

Y precisamente donde este saurio nace, en los altos del valle de las Iruelas, es en el cerro del Mirlo o pico de Casillas, mi destino de hoy. Así que esta noche tocaba pernoctar en lo alto de la testuz de este monstruo petrificado para así completar mi periplo de vivacs que ya han visto amanecer en la mayoría de sus altas prominencias hasta su mismísimo final, allá tras las Azagayas donde en compañía de la Covacha la sierra se remansa, el puerto de Tornavacas donde la leyenda dice que los lugareños hicieron dar media vuelta a los moros conquistadores atando antorchas en los cuernos de las vacas creando así la sensación de multitudes en guerra. Los vecinos de Tornavacas recrean cada 1 de mayo la leyenda “Ya tornan las vacas”, que da nombre a la localidad y que está enmarcada dentro de la Batalla de la Vega del Escobar en el siglo X.

… Así que hacia el Mirlo me fui después de cumplir con los rituales de la mañana. Primero de todo comenzar el día bailando, esta mañana al ritmo ese de “usted no puede pasar, la fiesta no es para feos” que ya me/nos dejó el cuerpo fresco y animoso para toda la jornada. 

Una hora y media después, camino de El Tiemblo fue hacer parada y fonda junto a Cadalso de los Vidrios en el pequeño  paraíso que tiene por hogar Keemiyo, donde crecen las mimosas, las encinas, las caléndulas y otras plantas silvestres entre bellos roquedales y donde las tempranas flores de las retamas espigaban ya dispuestas a celebrar también ellas la primavera. Encontrarse con Keemiyo y su casa es aterrizar en un pequeño y perfumado parterre que invoca culturas del lejano Oriente; todo allí tiene el sabor de la India, su música, que él mismo compone, su filosofía, el recuerdo de los maestros, los colores y, como no, la comida. Y le contaba yo a Keemiyo cómo en cierta ocasión en que aterricé en una gran ciudad al sur de la península Malaca, andaba yo deambulando a ciegas a la búsqueda de un restaurante por pequeñas callejas, y de repente en una esquina me llegó el profundo olor de las flores, el incienso y las especias que siempre se extienden por los rincones del mundo hindú. De repente, a muchos a muchos kilómetros de India, me encontré con sus perfumes, el olor a jazmín que salía de un templo, el del curry que atravesaba la calle proveniente de restaurantes cercanos, las especias del mercado… algo así era entrar en la casa de Keemiyo. Hablamos y hablamos por los codos mientras saboreamos un suave y dulce vino blanco y dábamos cuenta de la comida. Pero había que irse si es que quería ver atardecer sobre la cumbre del alto del Mirlo.

Hacia el Castañar del Tiemblo nos fuimos los tres, pues. Rumi, el hijo predilecto de Keemiyo, el perro más cariñoso y alegre de aquellos montes, danzaba desatado al tiempo que nosotros continuábamos nuestra charla. Y más allá hasta un ruiseñor nos recibió, oh, bendito encuentro, que ya lo había escrito días atrás por aquí, que ya le estábamos empezando a echar de menos en nuestra casa y que precisamente ayer mismo había irrumpido con su canto en las ramas de los árboles de nuestra parcela. La llegada del ruiseñor a nuestro hogar es siempre un motivo de gozo con la primavera. A partir de ahora y hasta finales de mayo o principios de junio, ahí lo tendremos todo el día y parte de la noche llenando el aire con sus arranques amorosos.

Caminamos juntos un rato. Keemiyo y Rumi tenían que volver a casa. Nos despedimos con un abrazo. La próxima semana nos volveremos a encontrar en la Pedriza, esta vez con Santiago Pino que nos tiene preparada una ruta por el laberinto del Hueso.

Ahí me quedé de nuevo solo camino de la testuz  de ese enorme saurio que se yergue sobre El Tiemblo y el embalse del Burguillo y termina en el lejano puerto de Tornavacas, y que a través del cerro de la Escusa, la Atalaya, el Lanchamala llega al Torozo, sigue por el puerto del Pico, se alza de nuevo en altísimos montes, llega a la Peña del Mediodía, la Mira, salta de los Campanarios al Circo de Gredos, se sube por el Belesar y tras una magnífica trotada, muchas veces accidentada por la feracidad de infranqueables piornos llega a la laguna de Caballeros, la Covacha, el Juraco y la Azagaya y tras remansarse en Tornavacas brevemente sube por la laguna del Duque y da punto final a su existencia sáurica en Candelario. Y pensando en estos dos años y medio en que prácticamente he vivaqueado en todas las cumbres de este dilatado monstruo de roca, los recuerdos se me arremolinan por dentro produciéndome un leve gozo. ¡Cuántas noches, invierno, primavera y otoño bajo las estrellas, cuántos caminos recorridos, cuántas magníficas vivencias!

Llegué a la cumbre con apenas luz para tomar unas fotografías. Hacía viento y necesitaba encontrar un lugar resguardado para mi vivac, un puesto donde además pudiera ver amanecer. Bajando un poco en dirección a Casillas encontré un recoleto prado entre grandes rocas protegido del viento; allí me instalé. No fui consciente de que estaba realmente en la cabeza de piedra de ese enorme saurio hasta que instalado en mi vivac contemplé ya de noche la llanura madrileña. En ese punto las montañas desaparecían. Esto era la proa de un gran barco que apuntando su mascarón hacia levante pareciera dispuesto a surcar las aguas de un oscuro mar en donde miles de luciérnagas brillando sobre el llano emergían en la oscuridad.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 


No hay comentarios: