Caminar cada día

Algo que cada día se me presenta como una revelación. Muchas veces pensé que en el futuro debería poder encontrar caminos que me ayudaran a sentirme bien; caminos de todo tipo, se entiende. Miraba hacia el futuro y creía firmemente que mi cuerpo iba a ser capaz de encontrarlos; no sé donde; en una comprensión de la realidad cada vez más luminosa, en un templo budista, entre las páginas del Tao Te Ching, acaso en el Bagavadgita; es difícil de saber donde, quizás aprendiera algún día a vivir ese dichoso presente que se escapa tan a menudo de entre las manos.

Sin embargo sí es posible acercarse, rondar las proximidades de cierto bienestar cuando uno se empeña en desasirse del continuo trajinar de la mente de un lado para otro; cuando uno puede escuchar el riachuelo que suena junto a nuestro caminar, sentir el sol en la piel, oír a las bestezuelas del monte, atisbar ese cacho de luna que dentro de unos días será llena, gorda como un queso manchego. Caminar es algo que se parece mucho a la meditación, contemplación activa del cuerpo absorbiendo toda la energía que el universo desparrama por los surcos abiertos de la Tierra. Poderosa es la acción de la Naturaleza, dice el Libro de las mutaciones.

Quizás una parte importante de la dicha se pueda encontrar caminando. Me pregunto si ir dejando un reguerito con los garbanzos del camino que uno pueda ir haciendo serviría para reforzar esta idea, para empujarla, para despabilar la pereza cuando caminar suponga madrugones, frío, nieve, agua, esas cosas que terminan, querámoslo o no por dar aliciente al camino. La dificultad da valor a las cosas, dice el amigo Michel de Montaigne. Y no me parece mala filosofía meterse en la cabeza que de los excesos de comodidad no pueda sacarse mucho de provecho personal. Después de todo para echarse al camino tampoco es necesario aderezarlo de filosofía ni mística; basta saber que allí, junto al esfuerzo, junto a nuestro deambular entre los robles o los pinos vamos a encontrar rastros de paz que nos van a ayudar a sentirnos bien.

Tráeme el ocaso en una copa, dice un verso de Emily Dickinson; emprender el camino temprano buscando la especial luz del otoño, sentarse en una cumbre a contemplar el crepúsculo, subir junto a arroyo cantarín, perder el rumbo y vagar por el bosque... y al final de la tarde tomar el autobús y regresar a casa. En eso va consistiendo muchos de los días de este otoño. Otoño guarrameño del que iré dejando aquí alguna constancia, apenas nada, una ruta, algunas fotos y acaso, cuando me dé por ahí, algún párrafo que me dicte el caminar.

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