Truchas escabechadas

GR-10. Venta Rasquilla, 22 de junio de 2008

De vez en cuando me despertaba el zumbido de un mosquito. La luna era un rastro en el horizonte ya avanzada la noche. Había que levantarse pronto, una débil claridad asomaba en el horizonte cuando sonó el despertador. No hubo desayuno; recogí el saco, lo metí en el macuto y eché andar. En los árboles silbaba un pájaro con un sonido reiterativo cuya curva tonal era un tatí tatii. El bosque estaba lleno de pajaros y rumor de agua. Un puente de piedra cruzaba el río rodeado de fresnos y sauces. Amanecía en lo alto del cerro cuando entré en las calles de Navalosa. Dos ancianos subían despacico la cuesta cargados con un capacho con mendrugos de pan duro. Ella, empañolada y arruadita, apenas levantó la cabeza para devolverme los buenos días; él demoró medio minuto conversando. Viejito, huesudo, encorvado, guarecido bajo un gran sombrero de paja, dejaba ver unos ojillos rientes y tímidos. No, no vamos a la huerta, vamos a llevar el pan duro a las gallinas. Me dio no sé qué pedirle que me dejara hacerle un retrato, miedo a que me tomaran por un turista desaprensivo. Los ancianos me producen un gran respeto últimamente después de los días de hospital pasados junto a mi padre. El continuo contacto con la residencia tienen la culpa de ello. Quizás les considero poseedores de un conocimiento que yo no tengo y que me apremia con sus interrogantes: el conocimiento que da los muchos años, las sensaciones, las vivencias que imagino deben de acompañar a los años últimos de una vida. Lo que a mi se me hace difícil de comprender, ese maldito hábito de querer llegar con nuestros inútiles razonamientos a todos los lados, lo adivino en ellos llano y natural sin excesivos prolegómenos. El anciano no se demoró; inclinó respetuosamente su cabeza y dando un cuarto de vuelta siguió su camino hacia lo alto del pueblo.
La voz cantarina de las fuentes atravesaba Navalosa de parte a parte. Las golondrinas hacían requiebros en el cielo de las calles. La luna, mediada ya, se alzaba sobre las montañas del puerto del Pico. Un poco más a la derecha las montañas del circo de Gredos mostraban sus rastros de nieve bajo el Almanzor y el Cuchillar de Ballesteros.
Al salir de Navalosa habría sido difícil no perderse sin la ayuda de alguien a quien tengo mucho que agradecer. Me ha sucedido con frecuencia desde que abandoné la costa mediterránea no encontrar las señales del GR durante mucho tiempo, y en Valencia incluso durante días, lo que me obligaba a buscar caminos alternativos, cuando no debía de andar perdido durante horas tras las dichosas señales rojiblancas. En Guadalajara sucedió otro tanto de lo mismo. Sin embargo, ahora, gracias a Manuel C. (que usa el alias bornem en el Wikiloc, una excelente página para encontra itinerarios y tracks de todo el mundo) que pacientemente ha ido colocando la descripción de sus muchas caminatas en esta web. Desde aquí una vez mi agradecimiento. Es muy agradable ir pensando en las musarañas o leyendo mientras caminas y, llegado a una bifurcación donde las señales brillan por su ausencia, recurrir a la ayuda de M. que yo llevo cuidadosamente ordenada en mi GPS; mi grado de despreocupación respecto al itinerario, que siempre ha sido notorio y que con frecuencia se olvida de estar atento a las señales, se ha visto abonada ahora hasta el punto de una despreocupación total. ¿Dudas?: facilísimo, enciendes el aparejo y éste te dice: tío, que te has colado, que ahora tienes que ir por aquí o por allá. Sí, ya sé, con el tiempo mi capacidad orientativa se irá al carajo… qué le vamos a hacer… es tan cómodo y reconfortante encontrar que aunque te despistes vas a volver a recuperar tu camino veinte o cuarenta metros a la derecha o la izquierda… Eso cuando la inspiración no me dicta otra cosa y concedo entonces un capricho a mi imaginación que no duda en abandonar el camino en cuestión para adetrarse a la busqueda de algún lugar encantado donde pasar la noche o donde ver un atardecer especialmente bonito; también puede suceder que ande a la búsqueda de alguna tronera, que uno es aficionado a las alturas y a mirar, por consiguiente, el paisaje desde lo alto.
Cuando el camino se estabiliza y deja de ser una incógnita que resolver, vuelvo a mi lectura; esta vez un libro de Suzuki, Ensayos sobre budismo zen. La necesidad de sumirse en los misterios de la vida.“ La voz de un monge zen suena así: “Caminad o sentaos según os plazca, pero no os quedéis irresolutos”.
En la Venta Rasquilla, a donde llegué antes del mediodía sudando como un pollo, me despaché con medio litro de cerveza y un plato de migas, a lo que siguió una hora después un par de truchas escabechadas que se salían del plato. Pedir truchas escabechadas fue una especie de sortilegio encaminado a convocar a los recuerdos de un invierno espléndido de cuarenta años atrás cuando la Alta Ruta de Gredos convocaba a montañeros de toda España. Ir desde el puerto del Pico hasta Bohoyo en mitad del invierno atravesando la cordal más alta de la sierra, era una dura prueba. Aquel año el frío fue tan intenso que por la noche en el techo de nuestra tienda de campaña se formaban delgados y tintineantes carámbanos de hielo. Nos levantábamos lívidos de frío, con los miembros torpes y ateridos envolvíamos la tienda lo mejor que podíamos y, calzados con los crampones emprendíamos la marcha por el cordal helado lleno de costrones duros y afilados como cuchillos por la ventisca. Una larga fila de montañeros distantes unos de otros, caminaba como una aparición mientras el sol anarajado empezaba a pintar las cumbres de colores cálidos.
Más adelante, pasadas las empinadas laderas de los cuchillares, con el sol acariciando ya las pendientes más suaves, los crampones eran sustituidos por los esquís. El espectáculo era magnífico en aquel año en que la nieve llegaba hasta Hoyos del Espino; el Almanzor se alzaba por delante de nosotros como una de esas cumbres andinas junto al Alpamayo en las que el hielo y la nieve habían hecho desaparecer todo rastro de roca.
Hacia el mediodía bajábamos del Morezón deslizándonos sobre los esquís hacia la Laguna Grande. El calor a esa hora en la hoya cerrada de la laguna era sofocante; desde abajo se veía descender por la larga pala de nieve al grueso de los montañeros en un armónico rizado de bucles; era un bello espectáculo. Momentos después era imperativo construir con los esquís y los anoraks unas barreras que nos protegieran del sol inclemente que la reverberación de la nieve hacía cegador. Dos horas más tarde, cuando el sol se escondió tras el cuchillar de las Navajas, el termómetro no tardó en descender a bajo cero. El campamento, medio centenar de tiendas de campaña, se sumió en el silencio.
La jornada del último día comenzó mucho antes de que hubiera un rastro del alba en el cielo. Momentos después una larga fila de hombres y mujeres silenciosos subía silenciosamente empujando las tablas hacia la Galana. En la ladera izquierda se recortaba la luz mortecina de la luna, mientras que en la opuesta se llenaba con el ámbar del amanecer. Los Hermanitos, Ballesteros, el Perro que Fuma llenaban sus cabezotas oscuras con el emperigonado penacho del alba. Una vez arriba el último peligro por delante era la larga y empinada ladera de Los Campanarios. En aquella ocasión se había instalado una pasarela de cuerdas fijas en el lugar más peligroso. Más allá, por encima de Cinco Lagunas, todo lo que había era un largísimo descenso hasta Bohoyos; sólo estar atento a las posibles caídas y confiar que hubiera nieve hasta las cercanías del pueblo.
En Bohoyo, después de tres días de agotadora machar, nos esperaba un banquete que la generosidad del CAE había convertido en una tradición. De él recuerdo eso, las truchas escabechadas, muchas y deliciosas, regadas con gran cantidad de un vino espeso. El alboroto y la alegría general fueron grandes, pero yo me perdí la mitad de la fiesta. Sé que tras la comida hubo una proyección de diapositivas, pero todo lo recuerdo como dentro de un sueño. Me desperté de la moña cuando el autocar atravesaba frente a las murallas de Ávila.
De las otras veces que hice esta travesía apenas me quedaron recuerdos, sin embargo de ésta y de sus truchas escabechadas quedo un agradable rastro en mi memoria. Las truchas de hoy sirvieron para sacar de su rincón oscuro aquellas otras de Bohoyo.

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