El espectáculo


Arribes del Duero. Vilvestre, 05 de julio de 2008

(Hoy, mientras divagaba sobre el espectáculo, apareció en el teléfono, Lucía, alias la Gorda, que pedaleaba en ese momento en el Retiro. Aquí está, contenta y dispuesta a pasar el verano disfrutando y tomando fuertzas para el próximjo curso)

Contemplar lo que sucede en uno, salirse un poco de sí como quien se aleja para ver el bosque y contemplar lo que sucede, contemplarlo como quien contempla un partido de fútbol. Cómo pasan los hechos por ti, cómo te agarran las cosas, qué hace, qué maquina. Porque las cosas, los hechos suceden en nosotros de manera autónoma y amamos y sufrimos sin que nosotros lo decidamos y a veces sin que seamos plenamente consciente de lo que está sucediendo en nuestro interior.
Algo en nosotros debería ser espectáculo, espectáculo por el espectáculo, como miramos las olas del mar, pero también espectáculo para ayudar a comprendernos; ver cómo ayer al hotelero le devoraba el deseo de mostrar su trabajo, tantas cosas que bullen en nuestro cerebro en forma de proyecto, que nos impele a ir tras un reto como si en ello nos fuera la vida, cómo damos vueltas a las mismas cosas durante meses enteros, años. Es decir, observar la corriente del río de la vida y ver cómo allí corre veloz en rápido entre las altas rocas, en otro lugar se remansa, se adormece en un meandro. Observar la vida: el gran espectáculo que somos cada día todos desde el alba hasta la madrugada siguiente; porque maldita la gracia un espectáculo tan interesante sin un espectador que lo siga, un España-Italia a puerta cerrada en el silencio vacío de los graderíos. Podrá ser el espectáculo no siempre notabilísimo, pero siendo nosotros el objeto de él y contando con la complejidad que se mueve dentro de nosotros, es difíl pensar que el espectáculo no sea siempre apreciable y digno de ver; y más todavía si hacemos de la vida un empeño atractivo y apasionante.
Hoy está nublado, así que el amanecer tibio y de plata sucia, se demora en las hondonadas, en los praderíos cubiertos de encinas y retamas. Hoy el zorro salió también a darme los buenos días; cruzó el camino, se paró, me observó y siguió su camino dando saltitos entre los retamales.
El hotelero de ayer, Carlos Alberto, estaba orgulloso de que el embajador de Taiwán y señora hubieran aceptado comer en su hotel al otro lado del Duero; satisfecho por estar levantando con sus manos un poblado entero que enriquecía el perfil turístico de la zona. Estaba en el centro del campo repartiendo balones a diestro y siniestro y eso le enorgullecía. Y tú, ¿qué haces esta mañana con el balón entre las piernas demorado en algún lugar lejano de la portería como si hubieras olvidado que aquello, el balón, tienes que meterlo bajo los palos de la portería?
El cielo está ribeteando de color zumo de moras los ribetes de las nubes de levante. ¿Acaso nuestro cerebro no está preparado para jugar un partido sin portería? ¿Es imaginable un partido sin hora prevista de terminación en donde por demás no hubiera goles que meter? ¿Sólo el juego por el juego? ¿Sólo arte, inteligencia, pericia, la música que surgiera entre los jugadores, su relación con el balón, con sus músculos, el encuentro junto al medio campo con la posibilidad de abandonar el balón por un rato para dedicarse a platicar con el extremo izquierda del equipo contrario, con el que hay adivinaste alguna afinidad?
A mí durante mi camino me entretiene mirar la vida de la gente que conozco, no esa parte de la vida que empleamos en ganar un sueldo, no, esa no es tan interesante, sino la otra, cómo se emplean ahora Rosa y Guille con su nena, cómo éste y Quique litigan con su oposición, mi amiga desdichada con sus caballos, cómo empeña su vida mi amiga desconocida en la crianza de Patrick y Valentín, cómo sale del bache Raquel, cómo Marga vive el cáncer de su amigo Román, cómo la Gorda va pisando cada vez más fuerte o cómo Mario y Paula descubren una nueva manera de vivir; amén de cómo se enamorará la gente y se ilusionará o sufrirá los celos o el desdén. Y como todo ello es espectáculo de primero orden, cómo se mezcla, cómo los colores en un lienzo adquieren múltiples matices, cómo las notas aisladas se convierten en una canción o en un cuarteto de cuerda… cuando no también en algo chirriante y disonante.
A mí me parece que para ser buen espectador, además de actor, se necesita tiempo para contemplar el espectáculo. No basta ver el espectáculo de refilón, mientras cruzamos frente al televisor; para verlo bien necesitamos arrellanarnos en un sofá, ponernos cómodos bajo un árbol junto al río, y mirar bien con los ojos y los oídos abiertos. ¿Qué ves, papá?, podría suceder que preguntara el hijo pasando accidentalmente por el salón viendo al padre mirando abobado la televisión apagada? Ver la tele que uno lleva dentro, podría contestar el padre.
Esto de tomar notas caminando es peligroso a veces. Cuando levanto la vista después de un largo rato de paradas intermitentes para escribir algo, me encuentro el camino cortado; una vegetación espesa se cierra ante mí impidiéndome el paso. Miro a mi alrededor, un paisaje bellísimo en donde el monte se hunde allá mismo escabrosamente hacia el cauce del Duero. En algún momento debí sustituir la dirección norte por la oeste. Suelto el cuaderno, saco el Gps y, efectivamente, llevo media hora caminando en dirección equivocada. El asunto me hace sonreír: muy propio mi despiste, como en la vida.. Tengo que descender un par de kilómetros hasta encontrar las señales en un cambio brusco que hace el camino en la hondonada; allí, escondidas como para burlarse de la escasa atención del caminante. Ahora sigue un caminillo estrecho acompañado por escaramujos y retamas.
De todos modos ¿Cuál es, en qué consiste el espectáculo y cuál es su relación con el observador, con el entorno, que en ese momento acompaña al espectador, metro, tren de cercanías o paisaje matinal lleno de encanto mientras las botas de siete leguas devoran los caminos que van de Saucelles a Silvestre?
A medio camino se arremolina en el camino un rebaño de ovejas. Le sigue el pastor con un puñado de perros como acompañante. Platicamos durante un rato. Me ofrece un cigarro. No, fumo, gracias. Me da unos cuantos consejos para el camino, me indica la fuente, me señala el pueblo de Vilvestre medio escondido en lo alto de una loma.
Una patata es siempre una patata, pero hay patatas y hay patatas, y si no aquí está la prueba esta mañana, la que sacó el señor Evelio, de Vilvestre hoy mismo del huerto y que viene a enseñar satisfecho a la clientela del bar en donde me desayuno temprano. A los espectáculos y a la vida parece sucederles lo mismo, vidas y espectáculos para todos los gustos y exigencias.

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