Cabanas-El Ferrol, 26/05/2009



El pronóstico para el lunes era de sol y tiempo despejado, pero llueve toda la noche. Se me ha roto una varilla de la tienda y el contacto entre el doble techo y ésta se convierte en una vía de agua que inunda mi tienda. Pronto mi saco de dormir está completamente empapado de la mitad para abajo. En el fondo, donde había colocado el macuto, se forma un charco de agua que, no teniendo salida, engrosa su caudal poco a poco durante toda la noche. Diluvia. Todo está muy húmedo, pero me encojo y procuro no darle importancia a la cosa. Recuerdo aquella noche en que los primeros expedicionarios de la Antártida…….

Tras la lluvia suena bronco el mar con un ritmo que se repite monótonamente cada pocos segundos en reiteradas avalanchas. Son las seis de la tarde y la lluvia continúa persiste e igual. Dejo mi lectura de La forja de un rebelde, de Arturo Barea por un rato y doy cuenta de lo único que tengo para comer hoy, amén de un mendrugo de pan que me servirá de cena, es decir un trozo de hamburguesa que me sobró de la cena de anoche. Eso y un capuchino que me bebo a sorbitos con la delectación de las ocasiones a recordar. A mitad de mi capuchino hago balance: de la mitad para debajo de la tienda todo es un charco, lo que me obliga a estar encogido todo el tiempo. Se salvaron casualmente mis pantuflas. De la mitad para arriba la cosa está más seca aunque envuelta en una pastosa humedad. Saco los únicos calcetines que me quedan secos, me cambio, me pongo las pantuflas y me vuelvo a meter en el saco de dormir, procurando utilizar sólo la parte de arriba que es lo único que queda seco. Por un momento siento el placer del confort de mis calcetines secos y mis pantuflas. Me colocó una camisa, y pongo cuidadosamente a resguardo del agua mi jersey y las mallas largas. De puta madre, me digo.

Recuerdo lejanos días de escalada en los Alpes cuando el mal tiempo nos tenía retenidos en toscas literas durante días enteros esperando que dejara de llover o nevar. En aquellas circunstancias mi compañero siempre fue las obras completas de Tagore, un volumen de tapas de piel verde y hojas en papel Biblia, que después me afanó mi hijo Mario. Hoy los tiempos han cambiado y mi ipod, además de llevar enlatada toda la música que una persona puede oír en su vida, almacena una completísima biblioteca; y ello sin contar una colección de películas que almacena mi nimiportátil.

Es una curiosa circunstancia ésta, aislado en alguna parte del mundo, un bosque sobre los acantilados, bajo la lluvia dentro de una pequeña tienda con todo este bagaje digital, por otra parte tan ligero como un buen libro, pero sin otro medio de subsistencia que un mendrugo de pan.

De todos modos se está bien aquí dentro escuchando el relato de los años de infancia de Arturo Barea, la entrañable infancia de cuando los niños rodábamos por las calles de los pueblos y las ciudades como los seres más libres del mundo.

No muchas novedades más esta tarde. Más lluvia. Dedico largos ratos a navegar entre los años de la vida y la realidad que lo circunda. Un deporte que me es muy querido. En medio de ella aparece un gato negro que me mira algo sorprendido por un rato, luego una ardilla trepa por el roble de enfrente, más tarde aparece otro gato, éste listado de bandas grises; hace ademán de acercarse, pero no tengo nada que echarle de comer y termina aburriéndose y marchándose. Una corneja agita las ramas sobre la tienda y se produce un chapoteo sobre la tienda. Por unos minutos deja de llover. El ave que llena con su canto los alrededores viene a posarse frente a la puerta de mi tienda, pero ya ha empezado a oscurecer y apenas distingo su bulto columpiándose en unas zarzamoras. Había pensado ver La infancia de Iván, de Tarkovsky, pero la limitación de movimientos que me imponen la lluvia me hacen desistir.

Noche húmeda pero no del todo incómoda. Llueve. Sólo hago votos para que ningún imperativo me obligue a salir de la tienda. A las nueve de la mañana llamo por teléfono a casa para que me den el parte metereológico de la zona. Gracias, mi señora. Parece que la cosa está por mejorar.





Cabanas, 25/05/2009


Con su nana de lluvia sobre mi tienda
la tarde de plomo y agua
transcurre entre el Brunete y el Navalcarnero
de una novela de antes de la guerra.
Sobre el bronce de la tarde
la campana da a lo lejos las horas.

Llueve,
las olas dejan el rumor agreste
en el paño monótono de la hora.

Aislado en mi tienda azul
escucho expirar la tarde,
en ayunas, como un devoto en penitencia,
me meriendo trinos de pájaros
y tañidos de campanas,
algunas gaviotas que graznan bajo el agua.

Loco coleccionador de instantes
a fin de cuentas,
de cuando la savia sube
desde la tierra preñada a las ramas;
hoy óbito preñado de olas y agua.


3 comentarios:

la granota dijo...

"Con su nana de lluvia sobre mi tienda"

Gracias por hacerme recordar que echo de menos esto.

Alberto de la Madrid dijo...

Un cordial saludo para La Granora desde mi vivac gallego frente a donde rompen las holas, hoy acariciadas por el sol.

Anónimo dijo...

Sñi está bonito Galicia, sí.
Disfrútalo.

Lucía