A Coruña, 22/05/2009

Al menos te ha de asistir
el derecho de soñar,
y la desvergüenza de decirlo,
hasta la saciedad
porque no hay mujeres
en el mundo con que cubrir
los despojos que dejó
aquella hora nebular.

Después todo era blanco
huríes y ondinas
palpitaban en leves olas
entre las frágiles curvas de la primavera
con su clac clac coronando la mañana
a través de laderas como dunas.
Qué lejos estaba el mar
en esta blancura neutra
donde se abrían los pétalos de las rosas
y donde más tarde una María Magdalena
una mano sobre la muerte
otra sobre el santo varón de la cruz
expresaba su devoción de amante;
o donde serias damas
entre las sombras de un lienzo
miraban circunspectas;
donde el hombre inventaba monstruos
y llenaba los diabólicos infiernos posibles
con saturnales en que saciar la inquietud
ciega, palpitante
que medra bajo la piel;
atento sin embargo a no olvidar
esta bella tierra de aguas
y ensenadas de luz marina
donde también es posible encontrar
colgado un cuadro de Sorolla,
estameña capa machadiana
arrollada sobre el cuerpo de un pastor.

La mañana se había aislado
en una blancura almidonada.
antes de echar a andar
por las estrechas calles de piedra.


Fue después que hubo que salir
y encontrarse con los cuadros y
la emulación del silencio azul
y las voces de los niños bajo el mar.
el tiburón aburrido e inapetente del acuario
nadaba parsimonioso y abstraído.
Había una calma letal
en ese fondo de mar prefabricado
donde la luz del sol iluminaba difusa
su grey apresada y bien alimentada;
pero obviamente los peces eran peces tristes
condenados a girar como borricos parsimoniosos
alrededor de su noria marina.








Xesús Rodríguez Corredoira/Las capas de santa Isabel


Felipe Criado Martín /A propósito de un paisaje






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