Playa de Vilarrube, Cedeira, 29/05/2009










Hoy paró el viento y en consecuencia se hizo verano de repente. Al mediodía, por el asfalto, que no hay otro en esta parte de la costa al norte de Valdoviño, el calor arrecia tanto al mediodía que debo parar bajo unos pinos a darme un respiro y comerme de paso unas cerezas que compré de camino. El camión de la fruta chiflaba a la salida de Valdoviño y tras él me fui a proveer mi andar de vitaminas: cerezas, albaricoques, ciruelas y unos melocotones; ah, y un par de zanahorias por aquello de tomar ejemplo de Popeye. También había de hacer una pausa en mi Juan de Mairena; así que aquí estoy a la sombra, dos días sin cobertura, aislado del mundo, oyendo sonar un riacho que baja de la sierra, descansando de la inesperada filosofía de esos dos heterónimos de Machado que son Abel Martín y Juan de Mairena, éste último una de las lecturas predilectas del líder zapatista de Chiapas, el Comandante Marcos; sólo una anécdota.
Una lectura para mí de la lejana infancia. Una infancia que me lleva a otra, la de ayer noche, La infancia de Iván, de Tarkovsky. Uno de mis directores predilectos. La maravillosa simplicidad de unas pocas escenas capaces en sí mismas de ofrecernos un cuadro vivo y significativo de la infancia de Iván, para a partir de ellas reconstruir el estúpido cuadro de la necedad humana. Los alemanes han invadido Rusia y las infancias de todos los niños de Europa desaparecen en un abrir y cerrar de ojos. El montaje de los horrores de la guerra junto al cuadro de la infancia, amén de ser un revulsivo, en el caso de esta película, se convierte en una preciosa obra de arte llena de fuerza y belleza estética, en donde el niño, lejos de ser el personaje disminuido, sobrecargado de protección, que se pretende hacer de él en nuestros días, aparece en todo el rigor de lo un niño acaso puede dar de sí. El blanco y negro es espléndido, las márgenes del río inundadas, un bosque fantasmal, forman un cuadro bellísimo. Iván muere, sin embargo por encima de la muerte pervive en la retina del espectador el esplendor de la vida representado en la infancia y mostrado en esa larga carrera sobre la playa; sobre el horror y las guerras que inventamos para matarnos unos a otros, sobre toda la necedad humana que inventamos cada dos por tres para hacernos la vida imposible.

Prohibido acampar, un lema que se repite a lo largo y ancho del país allí donde la autoridad ve necesario prohibir algo. En Cedeira el mar forma una profundísima ensenada que visto desde lo alto llama mi atención a la caída de la tarde, entre otras cosas porque no hay forma de evitar el asfalto y por hoy ya he caminado lo suficiente. Así que unos kilómetros antes de entrar en Cedeira tiro hacia el enorme arco de la playa. Un poco antes de llegar el consabido cartelito. A veces a las prohibiciones se les puede dar la vuelta, pero aquí es difícil argumentar en caso necesario; los franceses para evitar sutilezas utilizan todavía un termino más preciso: prohibido pernoctar, y con eso arreglan el mundo. Así que como el lugar es algo evidente y no quiero lío me doy una vuelta y, date, encuentro una plataforma de madera ideal, tres por tres metros junto a las olas, un perfecto nido para pasar la noche junto a las olas, como a mí me gusta. Está sereno y dentro de un rato saldrá la luna.


¿No eres tú, obsesión de la mañana,
la que tienes nombre de mujer,
la que camina por las playas hoy,
que con tu anhelo llenas de energía mi cuerpo
das instancia y camino a la vida?
Sobreabundante fuerza,
sol, viento de otras causas,
¿no es así en la Naturaleza,
tormentas aparentemente inútiles
el mar rompiendo noche y día
contra su hermana Tierra,
el viento reduciendo a polvo las montañas
el fuego abriéndolas en canal
elevándolas,
así por los siglos de los siglos?

¿Siempre la fuerza de un anhelo
levantando montañas,
haciendo versos
resucitando la muerta abulia de una vida sin sentido,
convirtiéndola en hervor de sangre
en música
en tintes con que pintar
el cuadro de cada día?

Energía primera que reproduces la vida
en el hueco del tiempo de cada primavera,
encastrada en las entrañas del ser, mujer.
Y aun así perecer en la especulación del otoño
abrasado de su fuerza,
del amor que brinda nuestras ganas de vivir,
inventar acaso también un hilo de razón
que nos deje satisfechos,
cuerdos a imagen y semejanza de nuestros delirios
de nuestra sed de durar y de amar.

Y azotan con el ímpetu de su pasión
las olas blancas sobre la mañana azul,
también ellas encerradas en su ciclo loco
de crecer y deshacerse en húmedas franjas de arena
mientras la luna crece o mengua,
sin tiempo.

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