El Chorrillo-Cieza, 19/07/10





Mi hijo Mario, que utilizando el método universal de aprender considerando como válidas las bondades del error y el acierto, y que tan bien lo aplica a la orientación de su propia vida, poco a poco va depurando el bagaje que un hombre necesita para vivir. Así, después de pasar por distintas reencarnaciones, pues tales son cada uno de sus alumbramientos, sus visiones, en donde de una vida simple basada en los recursos que da la tierra trabajada por las propias manos, aunque idealizada (pasa una negra despampanante, el pelo subiendo como llamas inhiestas hacia lo alto, unas enormes gafas blancas más arriba de la frente, sobre la llama olímpica de su pelo color carbón; la minifalda, bampoleante y graciosa a la altura del ombligo; los senos como dos naranjas voluminosas y prietas, naranjas algo más abultadas de que aquellas que pintara graciosamente Soralla en un caluroso paisaje andaluz; el paso firme de quien ejerce con seguridad y determinación, la mirada forzadamente ausente que dice, aquí estoy yo, la reina del mambo; una look perfectamente estudiada para cazar tigres en la prosaica selva de un tren de cercanías; en fin pasa a todo lo largo del vagón, y las miradas varoniles, obedientes a los débitos de la naturaleza, siguen aquel cuerpo rumboso que atraviesa el espacio como una llamativa nube que alumbrada momentáneamente por un rayo de sol, desaparece sin más tras la mole de un promontorio). Decía, aunque idealizada, la vida, por un débito que todos debemos a la sociedad, esa faceta del hombre que debe trabajar para que el mundo siga adelante contra viento y marea; para oponerse al desastre ecológico, a que la extinción de los recursos siga el camino que nuestra loca sociedad ha emprendido para calgarse el planeta. De ahí viene a considerar que vivir con lo mínimo imprescindible es una buena opción para el instante. Así que fuera el teléfono, fuera un exceso de bagaje, dos camisetas, un par de pantalones, unos deportivos y un par de mudas son todo lo que necesita para ésta época. Ajá, él dice que nos parecemos mucho, y algo de ello sí que es verdad.
Atocha. Aquí sí que hay mujeres, y no allí, el caluroso paisaje murciano al que me dirijo, chicas para todos los gustos; la ola de calor convierte el universo de una estación de tren en una playa en donde los cuerpos bailan, contentos de sí, de un lado para otro con la gracia que el señor que todo lo hizo adjudicó a estos seres un tanto angelicales. Parece mentira, y con el calor que hace, sedosa cadencia de los cuerpos; para eso sirve vivir en sociedad, el derecho al espectáculo de la calle, de las miradas, la belleza sin más como paseante plenipotenciario; la estación, una pasarela. Yo, admirador del mundo y sus hermosos frutos.
¿Habré de plantar mi vivac aquí mismo en vez de hacerlo esta noche en la sierra Benis, al noreste de Cieza, disponerme al derecho que tiene todo ciudadano a contemplar las maravillas del paisaje humano; algo así como aquel que llegada la tarde sobre la ladera de una montaña, se dispone a cejar en toda actividad para no perder nada del espléndido crepúsculo que se prepara sobre el horizonte?

Y entretenido con estas cosas, mientras me tomo una tónica en un bar, casi pierdo el tren; por los pelos; la verdad es que estoy en otro mundo; y el caso es que llevo un rato oyendo por la megafonía, ahora que lo hago consciente, tren con destino Cartagena estacionado en vía seis, tren con destino Cartagena, estacionado en vía seis, pero yo nada, sigo con Mario, con mis mujeres, esa obsesión, y estoy de viaje, pero como si no lo estuviera; y es que a veces uno está donde está y lo demás, lo que no es eso, se encuentra tan lejos que cuesta hacerlo entrar por el ojal de nuestra conciencia. La verdad es que las tantas veces que he pensando en qué haría si me tocara vivir otra vez, no se me ocurría otra cosa que repetir, maestro, que es bella y amorosa profesión, aunque tenga tangos y momentos desagradecidos y cabrones; sin embargo, hoy pienso que si me reencarnara otra vez en mí mismo quizás eligiera esa vida que anda pergueñando Mario, proyectar la existencia cercana al ritmo de la naturaleza y, desde los descubrimientos de un día a otro, ir conociendo cual será el paisaje del día siguiente. Se fue a Valladolid a caballo, un trabajo que le cayó por aquellas tierras, y las muchas horas cabalgando, las privaciones, el contacto con las estrellas y con su jumento -ni Babieca ni Rocinante, algo más gráfico y acorde con cierta visión del mundo: Gitano-, hizo posible que su cabeza fuera destilando, acorde con el calor, la soledad, el trotillo rítmico de compañero de viaje, esa necesidad de austeridad, todavía mayor, que lo convertirá sin más en un eremita, un curioso personaje en medio de un mundo que no parece sentirse a sus anchas si no es consumiendo a diestro y siniestro.
Quizás fue pensando en él que decidí aligerar yo a mi vez mi ya escueto equipaje; esta vez ni saco de dormir llevo. Rastrojos, viñedos, alpacas como enormes cagarrutas sobre el campo agostado, hileras de almendros, un enorme llano comido por el sol, que, desde que comenzara mis andanzas en Conil de la Frontera ha sufrido la transustanciación del agua en vino, el escueto verdor de la vid en vino en ciernes.
Ah, allá están los molinos de Montiel, a la izquierda frente a mi ventanilla de viajero, sobre el campo de viñedos, aquellos contra los que la locura del señor Quijano arremetió, confundiéndolos con gigantes. Don Quijote no practicó el Tao, porque de haberlo hecho bien se hubiera librado de desfacer ningún entuerto; más bien hubiera optado por mantenerse a prudente distancia de todos aquellos que pretenden arreglar el mundo con excesivo ahínco, como les sucedió a tantos que confundieron la bondad de un mundo mejor con alguna calentura mental engendrada en el abracadabra de alguna noche de plenilunio. Alcazar de San Juan.
El sol dora suavemente la tierra manchega que atravesamos.















1 comentario:

Anónimo dijo...

Gracias,papá. Se agradece un trozo de crónica tan cercana y marina desde el asfalto ardiete de Madrid.

Cuídate.

La Gorda