El día de mi cumpleaños




Refugio de Larry, 22 de julio


     Mis deberes de cada día. No sé exactamente por qué esta obligación que me he impuesto machaconamente desde hace medio año, obligación diaria de dejar por escrito un chorro de palabras. A veces creo que la única razón plausible es la de tener material de lectura junto a la chimenea para el próximo invierno, pero tal como va la cosa lo mismo este invierno me pilla caminando, la vuelta a España o lo que sea, porque la verdad es que esto de caminar puede estar convirtiéndose en algo con una adicción arrolladora. Como de hecho no me da tiempo a leer reposadamente lo que escribo, siempre aspiro a un momento ideal en que pueda hacerlo.


     




     Hace unos años la vida me circulaba por dentro más despacio y tenia oportunidad de tanto en tanto de echar un vistazo a lo que había vivido durante la jornada, pero lo que es ahora nada de nada, ni tiempo para leer tengo de tan prieto como se desarrolla el día. Hoy, por ejemplo, día precisamente de mi cumpleaños, vamos a ver:

      Salida del refugio de Góriz con la intriga de si el camino que iba a hacer iba a estar practicable del todo, neveros que atravesar sin crampones, pasos delicados que aunque estén asistidos por cadenas para pasarlos siempre imponen un tanto por su verticalidad, por el hecho de atravesarlos solo; el camino que de vez en cuando pierdo al dar grandes vueltas para sortear los neveros que a esta hora de la mañana tienen la nieve demasiado dura. Y después de atravesar todos estos farallones sobre la magnífica vista del cañón de Añisclo, todavía unas llambrías inclinadísimas por las que hay que descender con ayuda de cadenas. Y luego de repente el magnífico espectáculo del Poset y la Maladeta al fondo, y Peña Montañesa más cerca, y sobrepasado un repecho, ¡A la la!, el bello perfil de la Munia, y el valle de Larry donde quiero dormir esta tarde y en donde Victoria y yo pasamos unas hermosas jornadas ascendiendo a su cumbre hace dos o tres décadas. Y llegado al borde del circo de Pineta la impresionante caída, mil metros de desnivel de casi rigurosa verticalidad entre cuyos farallones debe bajar inexplicablemente el camino. Y bajar por esos farallones acompañado ahora por dos chicas burgalesas y otro chico, y a mitad del descenso encontrar un saliente que, como mascarón de proa de una gran nave dispuesta a despegar volando sobre el valle, parece un lugar ideal para tomarse un respiro y ver si allí hay cobertura. Y, como era de esperar la hay, sólo en ese punto, más abajo las ondas, que gustan las alturas y no las profundidades de los valles ni los umbríos hayedos, volverán a enmudecer indefectiblemente; y así aprovecho para encender el teléfono y dar salida a mi post de ayer y a sus fotografías, y éstos milagrosamente remontan el vuelo y en unas décimas de segundo están en manos de mi chica, la hortelana, que en unos minutos dejará de poner los tutores a las tomateras y de regar las lechugas para atender el teléfono y cantarme el cumpleaños feliz que, atravesando media España y remontando el Prepirineo,  sorteando Peña Montañesa y subiendo por el increíblemente hermoso valle de Añisclo, remontando el collado y bajando hacia el mascarón de proa en que me encuentro, llega por fin a mis oídos. Y necesito hacer un paréntesis antes de que me encuentre demasiado lejos del valle de Añisclo, donde procede hacer un inciso. Importante inciso para mí porque fue precisamente ahí donde me di muerte en una pasada vida inmediatamente anterior a ésta, precisamente en mi segunda novela, que titulé El último invierno. De la colección de libros que tengo publicados en Amazon.es se van vendiendo con cierta regularidad los libros de viajes y aquellos de los caminos, sin embargo la poesía o las novelas sólo lo hacen con cuentagotas, y es cosa que lamento porque según mi humilde criterio hay muy buenos libros en esos apartados. Y de esta novela, en la que decía me suicidé en una vida anterior por un asunto de amores y de extrema soledad (¿cómo podía ser de otra manera?), de esta novela, decía, lo lamento mucho más, novela por demás de aventuras montanas, rescates y mil y una peripecia por los senderos del amor. Y todo este paréntesis para ver si alguien se anima a leer otra cosa además de esta ristra de entradas que ahora campan a sus anchas en este magnífico escenario del alto Pirineo. Y terminado el inciso, decía de lo apretado que pasa el día y que paré en la proa rocosa que se asomaba sobre Pineta y hablaba con Victoria; y acabada la conversación tengo que salir pitando porque si llego demasiado tarde no me dan de comer en el refugio. Y la bajada es complicada, en algunos sitios más que delicada. Hoy en el collado de Góriz me había encontrado con dos chicas a las que el día anterior había sorprendido la tormenta en estos parajes, hablaban de ello con cara de susto. Y tropiezo con un matrimonio inglés y bromeo con ellos, only english, dicen; bueno, only english. Eran majos, me hubiera gustado charlar un buen rato con ellos, pero esta mañana el inglés me venía a trompicones a la lengua. Nos despedimos calurosamente. Y seguir bajando y, más allá, entre los bojes y los abedules, perder el camino y tropezar con un río para el que no hay puente, y más lejos con otro más caudaloso pero muy ancho que atravieso sin dificultad con el agua casi a la altura de la pirindola. Y llegar al refugio y date, que se les ha jodido la cocina o que eso dicen y no tienen ganas ni para hacer una tortilla a la francesa y que no hay tu tía, solo me pueden empapuzar de bocadillos, y lo acompaño con una cerveza y un café; y después de una discreta charleta con los chicos de Burgos que están dando la vuelta al monte Perdido y al Vignemale, me despido de ellos y me cargo el macuto para emprender la ascensión hacia los llanos de Larry. Un bello hayedo por medio, muchos acebos de brillantes y pinchadas hojas, grandes manchas de musgo brillante y verde sobre las pezuñas de las hayas y en hora y media ya estoy en la choza–refugio de Larry donde me encuentro con Estefan que tiene los tobillos jodidos y que mañana se volverá a su casa porque así no se puede caminar. Hablamos un buen rato y después me bajo al río con mi cantimplora y la de Estefan, y seguimos charlando de esto y lo otro. Estefan tiene un hablar sosegado que me gusta, me cuenta como durmió ayer sin tienda fuera del refugio de Góriz dentro de un saco de plástico. Ahora todavía seca su impedimenta. Un solitario como yo al que se le ve con unas buenas ganas de hablar. Y en cierto momento le tengo que explicar que me tengo que marchar porque tengo que hacer los deberes.  Y junto al refugio hay ahora una pareja de valencianos y nos saludamos y me voy a la sombra de un boj a hacer mis deberes. Y me pongo a la tarea y no paro. Y un buen rato después se ha ido el sol y ha empezado a hacer frío y no hay más remedio que meterse en el refugio e ir terminando esto porque tengo que cenar y el día no da para más. 

     ¿Se ve o no se ve que la velocidad con que la vida pasa por este caminante vagabundo, o viceversa, es apresurada y densa como de no dar respiro? 











7 comentarios:

luisBasGz dijo...

LuisBasGz Dicen que leer es como caminar . con tu escritura nos guias por los caminos que recorres todos los dias, muchas gracias y felicidades por esto y por este cumpleaños que celebramos todos tus compañeros de aventuras. Fuerte abrazo

Ignatius dijo...

Aprovecho las palabras de Luis Bas que son como las mias para felicitarte por esas palabras que nos llevan contigo y tus caminos a diario....y por tu feliz cumpleaños.
Un abrazo

slechuga dijo...

Feliz cumpleaños, no te pregunto cuantos cumples, por si te deprimes.

Alberto de la Madrid dijo...

65... Y los llevo muy bien. Lo único que me jode cuando me tropiezo con algún caminante o caminanta es que me traten de señor.

Alberto de la Madrid dijo...

Ignacio, nos vemos mañana si andas por el vallw.

Alberto de la Madrid dijo...

Gracias Luis

Ignatius dijo...

Mañana estaré de excursión en San Maurici pero regreso al valle a las 17'30 hts. aprox. Llamame por tf.
Un abrazo