Hoy tocó hacer de mendigo




Estany d'Engolasters, 22 de agosto 

Estoy tan cansado que no sé si voy a ser capaz de escribir algo. La tormenta me sorprendió en las cercanías de un túnel y aquí estoy oyendo la lluvia y la bronca que organizan las nubes allá arriba. Había sido un día agobiantemente caluroso y era de esperar. 

Hoy me pasa factor mi cuerpo por haberle tenido desatendido estos últimos días, ayer sólo una comida a las once de la mañana, hoy una comida sobre la once y lo días anteriores comisqueos de frutos secos y barritas. No hay otra razón para este enorme cansancio que ocupa mi cuerpo. A última hora me he desquitado haciendo una comida más, improvisada en un restaurante que me encontré en la alturas, pero esto ya no nutre mi piernas, más, me deja pesado y rezongón después de media botella de Paternina. 


En el mismo túnel se ha refugiado una pareja con un bebé de meses. El nene llora con toda la fuerza de sus pulmones. Los padres aprovechan lo que parece ser una pausa para salir pitando. 

Es un extraño vivac éste, un túnel de roca de un metro y medio de ancho por dos de alto. Metido en el saco hago memoria del día, un poco decepcionante, ha sido una jornada de sufrimiento sin pena ni gloria, bobo, falto de la gracia de quien estando fuerte se enfrenta, se hace un pulso a sí mismo, juega con el haber de sus fuerzas y su voluntad. Las cuestas me dejaban extenuado, luego, después de Elcamp, perdí el camino y el sufrimiento se acentuó, entre otra cosas porque mi macuto va lastrado en esta ocasión con comida para tres días. Durante más de una hora fue una lucha para moverme en medio de una vegetación intransitable, arrastrarse bajo la ramas, trepar agarrado de la ramas de lo bojes. Pero cuando alcancé el camino no me fue mejor, era demasiado empinado para darme una tregua. Sólo me alegró un poco la cosa cuando por arte de magia en el ambiente quedó como suspendido el olor inconfundible de la carne asada. Pese a que hacía menos de tres horas que había comido mis jugos gástricos se pusieron en movimiento, imaginé que sería un chalet o algo así, pero no, era un auténtico restaurante. No es que tuviera hambre es que deseaba quitarme de encima cuanto antes lo que yo creía que era la causa de mi extenuación.  Así que me atiborré, comí sin apetito, macarrones a la boloñesa, trucha y crema de limón más el café. Demasiado, a las cinco y media lleno como un tonel tomé mis cosas y emprendí de nuevo el camino.  

La tormenta se está alejando y en consecuencia todavía hay gente que no renuncia a su paseo dada la cercanía del aparcamiento. Es curioso, en cierto momento me siento en la piel de un mendigo, aquellos que viven en el túnel que comunica la estación de metro de Retiro con el parque. Un caminante joven que ha pasado me ha preguntado si me encontraba bien. Pasan familia enteras, yo he extendido mi saco de dormir a un lado y escribo, siento en la mirada de los que pasan esa reticencia que da la cercanía de lo sintecho, los mendigos. Toda esta gente que circula por aquí ni se aleja más de un kilómetro del aparcamiento. Es el turismo que ocupa lo hoteles y lo apartamentos de Andorra. 




Esta mañana pese a mi cansancio me impuse la tarea de leer, lo hice con parecido empeño al del estudiante que se pone a  estudiar de mala gana y sólo por el hecho de cumplir una obligación que considera necesaria. Se trataba de Arquetipos e inconsciente colectivo, de Jung. En él me llamó la atención esta afirmación: La mayor pasión del hombre es la inercia. La inercia, ese componente de la física que hace que un cuerpo puesto en movimiento en una cuesta abajo se desplace indefinidamente en el mismo sentido si no se le opone una fuera de distinto signo. La tiranía que imponen los malos hábitos, por ejemplo, y que nos imposibilitan para mantener una actitud activa y crítica frente a los asuntos que se nos presentan. Me recordaba esa palabra que tanta veces vistió la paredes del aula donde trabajaba: pensar. La inercia, la pereza debe de ser realmente algo consustancial con la vida. La pereza es casi tan fuerte como la vida, afirma Celine en El viaje al centro de la noche



2 comentarios:

l dijo...

Bueno, ya veo que mejora la cosa, malegro.
Ando liado con Luis Garcia Montero, vamos , con su libro, no pienses mal y es un relaro de la vida de D. Angel Gonzalez y cita un verso de Campoamor que te voy a mandar, por eso de laas nenas.
La niña mas bailadora
!aprisa - le dice - aprisa!!
y el gaitero sopla y llora
poniendo cara de risa
y al mirar que d esta suerte
llora a un tiempo y los divierte
silban como Zoilo a Homero
alguno sin compasion
al gaitero, al gaitero,
al gaitero de Gijon

Alberto de la Madrid dijo...

¿Eres Luis?
Leí el libro hace algunos años, llevado por la lectura de Angel González, un empachón de poesía que me había dado por entonces.