El dios fuego




En la cercanías de Peñíscola, 6 de octubre 

El dios fuego despierta en estas tierras al sur del Delta. El encaje dorado de las nubes lejanas anuncian la llegada del sol. Apenas un minuto después éste emerge sin preámbulos tras ellas, el mar y la tierra quedan inundados por una luz ya casi excesiva a esta temprana hora. Los reflejos avanzan sobre las aguas hasta invadir la arena húmeda que lavan las olas con su perezoso ir y venir entre los cantos rodados, en donde hay encerrados viejos sonidos que el agua tañe al deslizarse entre ellos. 







Hoy todo habla, lo hizo el sol nada más levantar sobre el horizonte, lo hacen lo muros de los pueblos que atravieso, los pasos de cebra e incluso lo hace un humilde azucarillo que me sirven con el café. En la naturaleza todo habla, se expresa, sólo hace falta abrir los ojos o estar al tanto de las vibraciones que se producen en el aire para darse por enterado.



 

 
También uno aprende cosas leyendo lo carteles que encuentra. Por ejemplo en Vinaroz los responsables de la cosa nos enseñan mediante grandes carteles en la playa que éstas son biosaludables. ¿Entendido? Cuando queráis una playa aquí tenéis varias, no sólo playas de arena y olas, éstas además son biosaludables. Las cabezotas del equipo del ayuntamiento deben de echar humo a estas horas con el descubrimiento bio de sus playas. Pero para que todo no sea mofa, estos señores, allí donde no hay arena han instalado unas estructuras de madera muy chulas para tomar el sol. Me gustaron, no desentonan con el paisaje y eran útiles. A cada cual lo suyo. 



Como después de comer no encuentro ningún sitio a mi gusto para echarme un rato enfilo la larga playa que me llevará hasta Peñíscola, seis o siete kilómetros de arena. Me descalzo y me voy por la playa jugando con la espuma de la olas. Un pequeño placer que mis pies agradecen. La tarde está bonita y delante de mí, junto a la olas, tengo la silueta del castillo de Peñiscola que se irá acercando poco a poco durante dos horas. 


Por el camino me encuentro con un chico que anda radiografiando la arena con su detector de metales. Me paro a hablar con él. Me cuenta lo que hace y cómo funciona su aparato. Lo hace por diversión. El instrumento ése detecta metales hasta una profundidad de diez centímetros. Esta tarde ya encontró un puñado de monedas, pero me dice que hace colección de cosas que encuentra, y mete la mano en los bolsillo y saca un coche de bomberos miniatura, dos pares de pendientes y un par de componentes electrónicos. Es aficionado a la pesca también, pero esto le divierte más. Más adelante me para un hombre mayor que va acompañado por una anciana. Ambos deben rondar los ochenta años. Me toma del brazo y le veo que saca su cámara fotográfica del bolso. Comprendo, quiere hacerme una foto y le dice a su esposa que se ponga junto a mí. Pongo la mano sobre el hombro de la anciana y, dispara. Una pareja con aspecto encantador que había encontrado en su paseo turístico algo digno del álbum de lo recuerdos. Where are yo from?, les pregunto. Son americanos. Charlamos un poco, me encanta la espontaneidad de esta pareja que simplemente toman del brazo a un viandante y lo colocan junto a su esposa para hacerles una foto. Imagino que la edad concede licencia para muchas cosas, me sucede a mí cuando me sorprendo tuteando a tanta gente con la que tengo que relacionarme. Quizás es cosa de olfato también, porque soy selectivo, hay personas a las que no se me ocurre tutear y sin embargo me sale espontáneamente hacerlo con otros. 

La luz de la tarde es especialmente bonita, el mar es verde y azul prusia en la lejanía, una pocas nubes flotan una detrás de otra sobre el horizonte. Antes de que esta luz desaparezca pido a un matrimonio que me hagan una foto con Peñíscola al fondo. Él delega enseguida en su esposa. No está mal, salgo con lo pies cortados pero vale, ahora ya no soy un cazador de elefantes, ahora parezco más un cazador de cocodrilos con los deportivos colgados del cuello dispuesto a cruzar el Nilo. 


En Peñíscola me hago preparar algo para cenar y salgo de la ciudad a la búsqueda de un lugar para dormir. Lo encuentro no muy lejos siguiendo las costa, en unos acantilados que se asoman un tanto vertiginosamente al mar. El cielo se ha puesto color pastel y la luces que rodean Peñíscola me invitan a hacer unas cuantas tomas. 






Hoy terminé con Los hijos de la media noche, de Salman Rushdiel, que me ha llevado desde el principio de este recorrido catalán. Sí, pasé una buena temporada en la India y en Pakistán, los años difíciles de la independencia. Ya voy echando de menos este maravilloso y pintoresco país, por ello me metí en la lectura del libro. La calidad literaria de los trabajo de Rushdiel invita a nuevas lecturas, acaso la relectura de su Versos satánicos. Veré qué rumbos toman mañanas mis lecturas. Debería dedicar algún tiempo a la música, pero no entiendo bien lo que me pasa. Esta mañana mismo tuve que dejar a medias la Pasión según San Juan, de Bach, mi atención y mi animo estaban en otro sitio. 

Noche cerrada, hora de irse a la cama, el sonajero de las olas contra las rocas del acantilado acompañará mi sueño como en otras noches.



2 comentarios:

luisBas dijo...

Te lo pasas pipa, tio, espero que el tiempo te acompañe y no te llueva
La verdad es que la parte de Oropesa y Peñiscpla es una maravilla, espero que lo disfrutes.Fuerte abrazo.

Alberto de la Madrid dijo...

Si, estoy encontrando una costa bella y solitaria que no esperaba. Hoy por primera vez me puse el jersey a la tarde. Está bastante bien y para caminar. Un abrazo