El tiempo se pone hosco





L'Ametlla de Mar, 3 de octubre 

Esta noche estrené mi palacio tienda, la vieja iglú plateada que tanto años hacía que no usaba. Después de utilizar durante tanto tiempo la otra, mucho más ligera, ésta me parecía un auténtico palacio. En el interior de la tienda hace un calor sofocante. Mientras desayunaba al día siguiente me enteraría de que había sido el dia más cálido en estas fechas en lo últimos treinta años, treinta y cuatro grados.

Aunque anunciaba lluvia para toda la noche no cayó ni una gota. Abandoné mi vivac cuando era todavía noche cerrada. Junto al mar, que sólo se adivinaba,  no podía ver otra cosa que la masa evanescente del frente de las olas, espuma efímera que se desvanecía apenas besada la oscura arena de la noche. 



Camino en la completa oscuridad de la playa, la espuma de las olas es la única mancha visible a mi alrededor. El mar está como boca de lobo. 

Era totalmente de noche todavía cuando adivino más adelante la presencia de gente en la playa. Me tropiezo enseguida con dos borrachinas alemanas que muertas de risa meten sus pies en el agua. Enciendo mi linterna para que no se asusten sorprendidas por mi presencia en la oscuridad. Son jóvenes, sus cuerpos semidesnudos, la laxitud de sus movimientos en lugar de animarme a meter el cazo en su conversación hecha de interjecciones y risas (mi inglés no da de momento para ejercitar el sentido del humor con soltura), en vez de cualquier otra cosa de las que se me ocurrieron después cuando ya era demasiado tarde, paso junto a ellas como un fantasma sorprendido por un ramalazo de timidez. Ellas quedan atrás como un mal sueño, pero me dejan el organismo un tanto alterado estas chicas con semejante pedo encima, sus risas entre el fragor de las olas en el silencio de la hora que precede al alba es demasiado excesivo para que mi organismo se quede tan campante. 

Por el fondo del mar se levanta ya un pequeño velo de luz. Me paro, saco el aislante y me tiendo junto al rugir de las blancas olas. El mundo no existe, sólo están la oscuridad, el mar y esos dos cuerpos excitantes de mujer que he dejado atrás. In nomine patri et filii et Spiritus Santus, la liturgia del alba da comienzo, la llamada de la carne es correspondida, aleluya, hosanna en las alturas. En Macondo la noche es atravesada por el grito de la naturaleza. 

Un rato más tarde todo vuelve a quedar en paz, el agreste mar, el alba que surge lento y envuelto por pesadas nubes, la playa sola y tranquila como el primer día de la creación. 




Delicioso día para caminar, tiempo nublado y playas desiertas, mar encrespado 
El mar está precioso, agreste, salvaje, solitario, rebosante de olas enardecidas, verde,  espumoso como una cerveza. Qué cosas que cuando el mar está más bello se encuentre menos visitado... 




He desayunado en un café, me he afeitado y lavado en una de las duchas de la playa y ahora me siento ligero y contento recorriendo esta larga playa que me lleva hacia el delta del Ebro. Una señora mayor recoge conchas en playa, asiento con la cabeza a modo de saludo. 

Me parece que hoy ni lectura ni inglés ni nada, está tan bello el mar, sus gaviotas, sus nubes de plomo y plata, su música salida de cavernosos trombones cómo lamentos. Pienso en esta realidad que se viste de gala, en donde los colores quedan absorbidos por una espléndida gradación de perlados grises. 



Al fondo han surgido entre las nubes montañas que debo atravesar y que me alejarán momentáneamente del mar. Escribo mientras camino, otra de las maravillas de estos cien gramos de tecnología punta. Recoger in situ las sensaciones y tratar de envolverlas en papel de plata, en vaporosas palabras que más tarde, el próximo invierno acaso, mi ánimo volverá a reencontrar en su lectura junto al fuego de la chimenea, porque para eso parece que escribo, para que la escritura me ayude a no olvidar este mundo que atravieso a pie y que me llena tan a menudo del placer genuino de las cosas esenciales, de la belleza de los rincones que cruzo, de los momentos de excepción con que me tropiezo. 

Cuando el día avanza la lluvia cae intermitente y bajo la capa de agua el calor se hace sofocante. La delicada textura de la primera hora de la mañana se ha desvanecido. El mar es un trozo de mar y las nubes son simplemente nubes ahora. 



La costa ha quedado verdaderamente desierta, las pocas urbanizaciones que atravieso están solas y silenciosas, como si los treinta y cuatro grados de ayer hubieran servido por contraste para salir en desbandada hacia el país de origen, la casa en la ciudad. Así pues camino por una costa dejada a su suerte. Y la lluvia y el viento barren hacia el mediodía la tierra con fuerza.  No obstante la magia de la mañana ha desaparecido, el viento, la nubes, el mar, son sólo eso, viento y mar desvestidos de la inexplicable poesía de la primera hora de la mañana. 

Paso por Sant Jordi d'Alfama donde evidentemente unos pocos listillos han tomado el mar para sí y han construido un entorno a imagen y semejanza de sus sueños, muelle propio, cámaras de vídeo que barren los alrededores no dejando un solo metro de la vía pública sin controlar. Me pregunto, por cierto, si es legal que esta gentecilla, particulares no más, tomen vídeos de las personas que usan la vía publica junto a sus relucientes y lujosas mansiones. Los listillos de este mundo encuentran siempre la manera de avasallar la cosa pública, el mar, todo lo que se tercie para su uso privado. 

Pero el mar sólo mar no tarda en transformarse en alboroteado oleaje que irrumpe en la hendidura de las pequeñas calas con violento estrépito. Las playas se han despedido hace rato y ahora las formaciones rocosas de la costa ofrecen un magnífico escenario para caminar. Mar y rocas se enfrentan en un clamor de espuma.  

Contrasta este mundo de cámaras de vídeos y de altos vallados con las sencillas casas en donde apenas es visible el tránsito entre la propiedad privada y el sendero público. Dos voces que hablan un idioma diferente y viven la propiedad de manera distinta. Con los primeros uno tiene la impresión de que esta gente se ha forrado indecentemente y quiere por tanto hacer evidente su dudoso derecho de propiedad. En el segundo caso se disfruta simplemente acaso de lo propio, no son necesarias las barreras, los sofisticados sistemas de seguridad. 

La manera en cómo se vallan las propiedades junto a la costa puede servir como test psicológico. El grado de necedad, lo cómodo que te puedas sentir en la vida se refleja en nuestros actos, en nuestro afán de tener y poseer. Yo creo que se puede dividir a las personas en dos clases, unos, lo adictos a las vallas y a toda clase de sistemas de seguridad, en general una cuantiosa banda de gilipollas con dinero de dudosa procedencia y los otros, el resto con propiedades lógicas y sencillas, acaso tolerables., 

Bah, en realidad toda esta gente, unos y otros sabe bien lo que se hacen, han elegido un bonito sitio de la costa para construir su casa y se han puesto manos a la obra, kilómetros y kilómetros de costa rocosa con el mar a sus pies, unas veces susurrante y otra agitado de mil demonios como hoy. Y bendito además este GR que la recorre junto al agua por el medio de los acantilados. 



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