En la sierra de Irta





Al sur de Alcossebre, 7 de octubre 

Desde Peñíscola un larga senda que lleva el bonito nombre de camino del Mar, recorre la costa agreste y solitaria y atraviesa más al sur la sierra de Irta. No se conoce en todo el Mediterráneo, a excepción de la parte de Almería, una zona más solitaria que ésta, me dice la dueña del chiringuito de Alcossebre donde como. 


¿Qué es vivir? Acaso moverse, no parar, mantenerse pedaleando sobre la bicicleta para no caer? Unos caminando, otros montando un negocio, otros trajinando para poder llegar a fin de mes? ¿Para Salvador, el militar de raza negra del otro día, mantener los músculos en forma y tener a su mujer contenta? ¿Pasar una parte de la existencia con el mando a distancia en la mano?, ¿tomar el sol durante el verano para adquirir una atractiva tez cobriza?, ¿hacer acaso de Casanova hasta que el cuerpo aguante? ¿O algo quizás más exótico cómo ese vivir sin vivir en mí de Santa Teresa que tiene en tanta estima el futuro que le aguarda, que no hace otra cosa que vivir para mañana, para pasado mañana? 

Así andaban mi reflexiones cuando caminaba por la dura arena de la playa de Alcossebre. No sólo una batería de preguntas, era una impresión que me asaltaba de nuevo recordando el empeño de caminar todo los días un buen puñado de kilómetros.  No sé si a los demás les sucede lo mismo, imagino que sí, que un buen día, sin venir a cuento, la pregunta salta a la palestra.  Se ve que ha de ser una cosa rara esto de la vida, rara porque no hay manera de apresarla, entenderla, como trucha entre las manos se escurre, evita definirse, dar su seña de identidad, y entonces, el preguntón, el niño de los porqués que hay dentro de uno, un momento que anda despistado pero atento a dar un salto si una ola se precipita sobre sus deportivos, en ese instante siente esa curiosa pregunta dentro de sí y se interroga ¿realmente será verdad eso de que hay que estar siempre pedaleando para no caerse de la bici de la vida? 

En ocasiones uno atisba que en algún momento del futuro se va a llegar a algo, a una situación algo parecida a una meta, una Ítaca, pero es algo engañoso. Mi padre, el día antes de morir en el hospital, deseaba terminar la novela que estaba leyendo, insistió para que nos acercaremos a la residencia a por el lector de ciegos que usaba. No le dio tiempo a saber en qué quedaba aquella historia que estaba leyendo, quedó inconsciente aquella misma noche. Ahora sus cenizas abonan lo rosales de nuestro jardín. Algo parecido me contaba mi amiga Marga de su hermano, que a última hora andaba metido en el proyecto de una web, estaba a punto de morir, me contaba ella, y pensaba más en el diseño de la web, en lo que vendería a través de ella, que en la delicada situación en que su vida se encontraba. 

Ergo, que la fuerza que nos empuja a tramar, proyectar, hacer esto o lo otro es en ocasiones mucho más fuerte que el hecho de vivir en sí, vivimos acaso de parecida manera a como vive nuestro páncreas o nuestro corazón, hacen su trabajo y ni ellos ni nosotros somos conscientes de ello. De ahí lo interesante de esas esporádicas intuiciones en que nos vemos preguntándonos sobre algún significado especial de lo que hacemos corrientemente. Es algo así como llevarse la mano al corazón para intentar seguir el curso de la sangre en sus sístoles y diástoles indagando sobre el mecanismo de su movimiento, de su porqué. ¿Cuál es la finalidad del corazón, de lo pulmones, del cerebro, de todos lo órganos vitales? Evidentemente conservar la vida en buen estado a toda costa. ¿Y la finalidad de la vida? 


Atardece sobre el Mediterráneo, sobre la montañas del sur cercanas a Oropesa empieza a desvanecerse la franja malva sobre la que pequeñas nubes violetas flotan a la espera de la noche. Encima de ellas, la luna, que me acompañó durante tantas noches al comienzo de este mi último itinerar por la costa catalana, ha vuelto a salir, diminuta, silenciosa, ese pequeño cuerno que ira creciendo hasta convertirse en la dama de la noche. 


¿La finalidad de vida, de la luna, del cielo malva y las nubes violetas, de este mar que rompe cabezón e ininterrumpidamente desde la creación del mundo, contra los cantos rodados de mi alrededor? ¿La finalidad de este vagar por el mundo? Quizás si las ola tuvieran conciencia y pudieran sustraerse a la fuerza de la gravedad o del viento, es probable que inventaran variantes para convertir el oleaje en algo menos monótono, tratarían de divertirse un poco, salir del aburrimiento reiterado de su golpear arena y rocas cómo único recurso, acaso se pondrían a hace piruetas en el aire como los delfines. Esa puede ser una de las funciones de la autoconciencia, crear algo, no aburrirse, pasar la existencia en armonía con los otros elementos, sentir la fuera de la presión sanguínea en las venas. No es poco. 


Tenia intención de caminar hasta Torrenostra, un par de horas, pero al salir de Alcossebre me encuentro con un supermercado y cambio de opinión. Cargado con la cena, cuando voy a tomar el camino de la costa me encuentro con una ducha de esas que abundan en la playa y entonces definitivamente decido quedarme por los alrededores, con lo cual puedo permitirme el lujo de atender mi colada que espera desde hace días su oportunidad. Voy a estrenar una pastilla nuevecita de jabón Lagarto que compré el día anterior en un chino. El suelo del lavapiés está hecho de pequeñas protuberancias antideslizantes que actúan a modo de perfecta tabla de lavar. Un remojoncito, mallas, calcetines y un toalla, así de pequeña es mi colada, no llevo encima más de tres o cuatro prendas nunca, y voy a por el jabón. Mientras unas prendas están en remojo la emprendo con uno de los calcetines de lana, uno pocos restregones es suficiente. Fras, fras, fras y en cinco o diez minutos mi colada está lista. Ahora sólo tengo que alejarme un poco del pueblo y encontrar un lugar a mi gusto para pasar la noche y poner a secar mi colada, lo que sucede media hora más tarde. Tengo suerte, llevo una larga temporada encontrando lugares idóneos para mis vivacs. Cielo despejado y las siluetas de la palmeras con la luna al fondo son esta noche mis acompañantes. 




1 comentario:

Marga Fuentes dijo...

Me ha gustado mucho lo que has escrito, Alberto. Y me he emocionado. No recordaba el empeño de mi hermano en sacar adelante la web con tanto ahínco, sin reparar en su enfermedad.
Una gran reflexión nos has dejado acompañada de unas preciosas fotos.
Gracias Alberto. Que sigas por muchos años con tu afición a caminar, pensar, escribir y fotografiar. Nos enriquece a todos.
Un beso

Marga