La distancia es un perfume, no os quepa duda





Al sur de Sant Carles de la Ràpida, 5 de octubre 

Hacia tiempo que no caía derrumbado así por el cansancio. La sierra de Montsiá me pilló por sorpresa. Metido en los llanos y canales que atraviesan las tierras del delta, que sé yo, ni lo pensé, debía de pensar mi yo no pensante que seguiría llaneando por el resto del día, y así me pilló, comido a medias y con un calor del carajo enfrentándome a la lejana sierra que había divisado por la mañana en el horizonte; incluso tan despistado iba que ni se me ocurrió coger agua. 

No obstante el espectáculo desde la sierra merece la subida, todo el conjunto del delta va apareciendo poco a poco a mis pies. En lo alto debí parar a tomarme un respiro y a comer algo, el resto del zumo de naranja del desayuno entra como una bendición. Son las dos de la tarde y he comenzado a caminar a las seis de la mañana y todavía la línea azul de mi track zigzaguea por muchos kilómetros delante de mí, no deben de quedarme menos de quince kilómetros hasta Ulldecona, el límite territorial de Cataluña. También tengo que curarme los pies, retiro los apósitos de días anteriores y compruebo que alguna parte bajo los dedos del pie derecho está en carne viva. Vuelvo a colocar una pieza de compeed y lo cubro con esparadrapo de papel. Me propongo hacer largas caminatas con lo pies descalzos en el agua de la playa, eso aliviará mis heridas. 



Bandadas de aves acuáticas sobrevuelan la sierra. En cierto punto me tropiezo con una bifurcación, a la derecha el GR lleva a Ulldecona, a la izquierda la senda baja a Sant Carles de la Ràpita, a la orilla del mar. Abandono el GR–92 para seguir la línea de la costa. A partir de aquí se acabaron las señales, tendré que buscarme la vida en cada momento. 

Cuando llego a Sant Carles de la Ràpita los restaurantes hace rato que han cerrado, no obstante acceden a hacerme una ensalada, después llega una tortilla con el consabido pan y tomate. No quedó mal la comida al final. Compro alguna cosa en un Spar y enseguida me dirijo al mar mientras charlo un rato con Victoria por teléfono. Hay suerte, una costa recoleta y repleta de diminutas calas me va a dar la acogida para esta noche. 




Hace un par de días mi recién encontrada amiga Montse Castellanos, me advertía por un guasap del peligro que corría la zona por donde camino, inesperadamente despertada por algún movimiento sísmico. Y un servidor, poco crédulo de que esas cosas sucedan realmente en su proximidad, interpretó que acaso el movimiento sísmico a que Montse se refería había sido captado por algún tipo de telepatía que yo desconocía en ella, ya que de hecho cierto movimiento sísmico sí experimenté aunque no de signo geológico. ¿Lo notas?, preguntaba ella. Claro que lo noté, esto fue lo que contesté a Montse: Sí, esta madrugada mientras caminaba en la oscuridad de la playa sentí ciertos movimientos sísmicos en mi interior. Se me aparecieron dos hadas alemanas con un medio pedo encima. Fue demasiado excitante. Un caminante en ayunas es muy sensible a los movimientos sísmicos.  :). Ya narré algo de esto en su momento. 

Como se ve la cosa de los movimientos sísmicos, como tantas otras, puede llegar a ser algo relativo. Relativo es el tiempo y el espacio también, como le decía más tarde a la misma Montse, cuando ella aseguraba que iba muy deprisa caminando y me alejaba y ya no le iba a dar tiempo a acompañarme algún día en mi camino. Ya había bromeado yo con ella el día que nos encontramos cuando, a otra invitación mía, me contó que tenia ocupado el fin de semana. Tú te lo pierdes, la contesté riéndome. No estaba mal aquel pocillo de primeras y segundas intenciones para un primer encuentro entre un caminante madrileño y una amante de los caballos catalana. Podría añadir aquí algo que se me ocurre simpáticamente relevante, a saber, que la distancia, además de ser un elemento espacial, es también un perfume, y como lo perfumes los hay de muchas clases; desde los más livianos, en donde la distancia levanta un velo de nostalgia entre dos personas, hasta los más poderosos y densos, esos amores, por ejemplo, que jamás se extinguirán porque la distancia hace de ellos su principal aliado para que el amor, el más auténtico amor, permanezca inalterado. Y no lo digo yo, lo dice un famosa investigadora americana especializada en estos temas, y cuyo nombre aquí en la oscuridad con las ola rompiendo a mis pies soy incapaz de localizar. Afirma ella que el único amor realmente pleno e irrompible se da cuando queda un océano insalvable por medio.

¡Ea!  dejadme que mantenga que la distancia es un perfume. A mí así me lo parece cuando pienso en mi antigua novia. Si no hubiera distancia entre nosotros y la pudiera seguir viendo todos los días, su recuerdo no podría tener en absoluto esa calidad de fragancia de madreselva que envuelve a veces un recuerdo, un pensamiento.




¿Por dónde iba? ¡Ah, sí, hablaba de terremotos y de la relatividad del tiempo y del espacio. En una película que vi hace tiempo, Welcome, de Philippe Lioret, un joven iraní pasa mil apuros viajando a escondidas en camiones para intentar llegar a Londres donde vive su chica. En Calais le descubren y tiene que huir de la policía. Le acoge un entrenador de natación y el chico, que no sabe nadar, se empeña asiduamente en aprender. El entrenador, que ha roto no hace mucho con su pareja, porque ésta se sentía desatendida, queda muy sorprendido, hasta que descubre que aquel chico sólo está interesado en nadar porque se ha propuesto atravesar el Canal de la Mancha a nado para encontrarse con su chica. Esto le hace pensar, él no se había movido en absoluto ni siquiera un metro, para conservar a su pareja. El ejemplo del chico iraní y del entrenador de natación me parece un bello ejemplo de esa relatividad del tiempo y el espacio con que yo bromeaba con Montse. 

Sí, estoy en nuevo en la línea de la costa. Ahora parece que no necesitaré el gps, no hay manera de perderse, lo único que tengo que hacer es no perder de vista la costa, el mar, las olas. 

Estoy tan cerca del agua esta noche que no sé si tendré un chapuzón durante el sueño. A dos o tres metros de mi saco la tierra del balcón rocoso donde vivaqueo está húmeda. Veremos. El lugar es demasiado hermoso como para tener en cuenta esas naderías. En frente, las olas, arriba Lira y Dereb, cómo otras veces, más Casiopea con su M despatarrada a mi izquierda. Frente a mí, en la línea del horizonte, lejanas luces intermitentes que deben indicar las dunas del sur del delta del Ebro.




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