La dureza del suelo



Entre los invernaderos de El Viso, 31 de octubre 

La noche entre las rocas de las escolleras fue muy reparadora, una especie de nido con el fondo de arena cerca de la rompiente de las olas. Me levanté con el primer claror del día. Un hombre mayor hacia estiramientos en el paseo marítimo. Le di los buenos días pero no contestó. La concha en la que todos estamos metidos es a veces tan hermética que hasta dar los buenos días puede ser problemático. 


Mientras desayunaba en Almería la tele hablaba de las vueltas que el gobierno, escandalizado, andaba dando para que una exetarra no recibiera cierta subvención de alguna institución europea. Al mismo tiempo mandaban al rey, un peón más en este juego de atender los quehaceres de la opinión pública, a recibir a los familiares de las víctimas del terrorismo para compensar la situación. No estoy informado del asunto, tan solo escuché algunas frases que me llevaron a considerar que los muertos de la izquierda son diferentes que aquellos de la derecha, los asesinatos de ETA y los asesinatos de los franquistas parecen gozar de un tratamiento totalmente distinto. No ya el medio millón de muertos que provocó ese glorioso movimiento nacional alzado contra un gobierno democráticamente constituido, sino todos aquellos que después del treinta y nueve, terroristas fascistas perpetraron contra ciudadanos del país. No es que sólo reciban trato distinto sino que se impide por todos lo medios el enjuiciamiento e investigación de los mismos. Ahi está el juez Garzón para ejemplificar como funciona la justicia en este país, con quien está ésta. 

Las víctimas del terrorismo. ¿Cuando enviaran al rey a aliviar las penas de los familiares de las víctimas del terrorismo franquista, de la derecha más recalcitrante? 

Respecto al espionaje de los americanos en nuestro país, del que también se hablaba en las noticias y la respuesta que pueda dar el gobierno, os invito a que miréis de cerca la jeta de nuestro presidente cuando visitó a Obama.

Una vez más una imagen vale más que todas las cosas, la sonrisa tonta de a quien se le hace el culo agua por el hecho de estar junto al premier americano. ¿Cómo con esa jeta alguien va a pedir cuentas seriamente al "país amigo"?

La calidad de la dureza del suelo va a ser hoy un elemento a tener en cuenta. Del GR–92 no hay rastro. A partir de Almería ciudad el asfalto parece ser el elemento esencial para caminar en dirección oeste. Desde muy temprano me preparo pues para caminar de otra manera, un ritmo rápido que minimice en lo posible el gasto de energía. Uso los bastones sólo en las subidas para equilibrar el cuerpo, para evitar en lo posible el dolor de espalda. Mi cuerpo funciona bien, se adapta a una buena velocidad. Consulto el gps, no está mal, marca entre 6,2 y 6,5 kilómetros a la hora, una velocidad que puedo mantener durante horas. Puesto ya en una velocidad constante sólo me falta ya meterme en mis libros, como sumergirme en una biblioteca ambulante, abrirlos y bucear enteramente en ellos, leer como si estuviera cómodamente sentado en mi cabaña, pero echando de tanto en tanto una ojeada al mar que es transparente y profundamente azul. Entre Almería y Roquetas de Mar hago alguna buena toma, la carretera salva un respetable precipicio. Esta mañana tomo contacto con un volumen de Laín Entralgo, Esperanza en tiempo de crisis, un recorrido por el pensamiento de un puñado de pensadores del pasado siglo en torno a los principales momentos de crisis de la humanidad. Me absorbe la lectura, Ortega y Gasset, Zubiri, el movimiento de la ideas y creencias a través de dos mil años de historia. 



En Roquetas me tomo un respiro junto a una gasolinera, acuarius y frutos secos. Cuando me pongo en marcha Jack Kerouac sustituye a Laín Entralgo. Termino con la novela. Una hermosa y triste historia de amor. 

Al echarme al camino de nuevo, siento fresco. Quizás esté próximo el otoño y no me he enterado, tanto me ha acostumbrado a este larguísimo verano que se me hace raro este fresco repentino. Ya anoche tuve que dormir en el saco con alguna ropa, Tengo que buscar el sol, hace fresco. 



La dureza del suelo. Una década atrás no tenía idea yo de las grandes diferencias que hay en la dureza del suelo, fueron los venturosos años en que empecé a hacer maratones, ese regalo que hizo que descubriera en la puertas de la jubilación una de las cosas que más satisfacción me han proporcionado, quizás porque el sufrimiento que conlleva se hace después pura esencia, puro gozo. A veces los dioses son generosos con uno. Cinco maratones que hice y que me llevaré a la otra vida como precioso tesoro. Cinco, hasta que la rodilla definitivamente se puso impertinente del todo. Fue en aquella época que aprendí que el impacto de cuarenta, cincuenta mil veces de pies y piernas en el suelo es una cosa seria. Recuerdo que cuando en los largos y rigurosos entrenamientos después de haber corrido veinte o treinta kilómetros sobre el asfalto, al entrar en los caminos cercanos a mi casa sentía un gozoso alivio al impactar sobre el mórbido suelo de tierra. Corría los últimos kilómetros con una gran sensación de gusto después de horas de carrera. La calidad del suelo había cambiado, de duro e inclemente había pasado a ser como una alfombra. A mí el asfalto me deja mal los pies, tengo que estar atento al nacimiento de ampollas y procurar dejar algún espacio de descanso por medio. El traumatólogo que me operó del menisco aseguraba seriamente que deberían de estar prohibidos los maratones sobre asfalto. Espero que más adelante pueda encontrar alternativa más blandas para mis pies. 



A última hora de la tarde tuve que huir del asfalto para encontrar un lugar discreto y lejos del ruido del tráfico para dormir. Lo encontré entre el inmenso mar de los invernaderos, que llegan a cubrir hasta tal punto la tierra de parecer desde un alto, eso, un mar, de plástico, pero un mar que se confunde en el fondo con el Mediterráneo. 


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