Mañana de bruma




Torrevieja, 19 de octubre 

La mañana es de bruma como en una película de Béla Tarr, lenta, sin tiempo, con larguísimos planos en donde aparentemente no sucede nada; la luz, la de alguna mañana en el Lido de Muerte en Venecia, de Visconti, 
cuando el vapor, con Gustav von Aschenbach a bordo, se aproxima lentamente a la ciudad y sus canales. La mañana es una muchacha de Hamilton bañada por la vaporosa gasa de calina que posa suave sobre el mar, sobre las pocas casas que emergen del fondo como de un lago de melancolía. 

Fue así durante muchos kilómetros de arena dura y olas tímidas que venían a besar la arena de la playa con la delicadeza almibarada y somnolienta de quien despereza suavemente antes siquiera de abrir los ojos tras un largo sueño. Antes la luna lucía plena sobre el cielo de levante cuando eché a andar. Temía encontrarme demasiado hondo el canal del desagüe de la salina, estas cosas aumentan la prevención del caminante al que las cosas del mar y los ríos alentan su faceta romántica pero también su temor en la oscuridad. Atravesar canales o ríos de los que se desconoce la profundidad aunque la noche anterior ya le habían informado etc., siempre le deja un poco intranquilo el cuerpo. Al fondo vio acercarse tres siluetas, eran tres jóvenes con atuendo completo de submarinistas. Volvió a preguntar, no cruces derecho que ahí encontrarás mucha agua, describe un pequeño círculo hacía el mar. No hubo mayor problema, agua hasta algo más de la rodilla en la zona más profunda. Una débil claridad tintaba el cielo. 


Luego me quedé pensando en cómo sería eso de bucear en la oscuridad a la búsqueda de una presa. El pensamiento de una situación así me producía vértigo. Si el agua vista desde arriba esta mañana ya me producía mareo, qué sería en la profundidad donde no sería posible distinguir siquiera lo que era arriba y lo que era abajo, sin referencia alguna, acaso el débil resplandor de la luna sobre la superficie tranquila del agua. Uno por fuerza tiene que admirar a aquellos que ejercen actividades que a uno el solo hecho de pensarlas le provoca vahídos y flojera de piernas.

Fue después de este encuentro que la mañana empezó poco a poco a vestirse de melancolía, trazos y fondos al pastel sacados de las bailarinas de Degas empezaron desde muy temprano a engalanar la mañana. 



Me dio mucha pereza andar trasteando con el inglés en una madrugada tan bella, así que elegí la música de los versos de Benedetti para pasearme por el lujo marfileño que inundaba el mar, la playa, las dunas, la distancia. 

Una barca de gastado azul dormía boca abajo con la quilla en alto esperando a que yo la fotografiara, una prima hermana bajo el arco de un porche aguardaba como el arpa de Bécquer a que alguien la despertarse. El sol fue repartiendo aquí y allá tamizada luz de plata, haluros lustrados como zapatos nuevos que bailaban sobre los rizos del agua un lento vals silbado por un pescador distraído que sólo era pescador por su caña, trovador disfrazado venido con su cazamariposas a recolectar brillos y delicados colores que ofrecer a su amada.  



Sólo el río Segura se interpuso en este largo caminar por anchas playas. Esporádicos caminantes y pescadores fueron apareciendo según avanzaba el día. La playa es larga, entre Santa Pola y Guardamar sólo las salinas, la arena, el mar. Entre Guardamar y Torrevieja las playas se han llenado de gente, pero no importa, hay playa suficiente para todo el mundo. 

Hoy comeré en Torrevieja con unos viejos amigos, Julia y Alberto, que pasan el otoño junto al mar aprovechando la bondades del clima de la zona. A la tarde, después de tomarnos una leche merengada en el paseo marítimo, nos despedimos. Salgo de la ciudad, el reflejo de la luna riela en el agua del mar. El ruido de las olas me acompaña. Es tiempo de meterse en el saco, el agua borbotea como todas las noches a mis pies. 






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