Max Aub y Hemingway




Burriana, 9 de octubre 

Obviamente no siempre todo es tan bonito. Desperté bien sobre el mar, eso sí, una lengua de roca que avanzaba sobre el agua. La charla de los pescadores me despertaba a ratos y hube de ponerme los tapones; después de que se marcharan el silencio volvió a ser dueño del lugar, las olas rompían delicadamente sobre el malecón. 



Estaba mi cuerpo flojito esta mañana, como si caminara desde dentro de un mareo y no pudiera pisar firme. Me sentía inseguro, cansado, como si estuviera de ayuno. Tenía que hacer un gran esfuerzo para caminar. Es jodido cuando uno se encuentra así, cada paso parece un reto, y eso que el camino era puro asfalto. Tampoco hice el esfuerzo por sentarme a comer algo hasta que entrada ya la mañana me encontré con un bar. 

Hasta el mediodía la cosa fue chunga, me tropecé con el puerto de Castellón y una refinería y ello me obligó a dar una inmensa vuelta. Sí, toda de asfalto, enorme. Las indicaciones que me habían dado en el bar me llevaban tierra adentro muchos kilómetros, así que me encomendé a la virgen y tiré por un atajo que aparecía en el mapa; mala cosa, primero escombreras, después basura y más tarde zarzas y altas hierbas que me cortaban el camino. El gps indicaba la proximidad de una estrecha carretera pero no podía pasar. Lo logré después de usar los bastones a modo de grandes machetes con que desbrozar las altas hierbas. Después fue llegar hasta la refinería y seguir la valla que la delimitaba hasta el mar. 

Más tarde seguí la costa hasta la desembocadura del río Millars, que me dijeron que estaba seco y no lo estaba en absoluto. Junto a la desembocadura era un río respetable que se achicaba justo nada más llegar al mar; agua por encima de la rodilla el atravesarlo, no más. En la otra orilla caí rendido. Sospechaba que la larga caminata por el asfalto me había producido ampollas, pero no tenia ánimo para moverme, me quedé inmediatamente dormido sobre los pedruscos, cerca de donde rompían la olas. Era agradable estar allí como los lagartos sin ningún cometido por medio, hoy no necesitaba llegar a ningún sitio, podía subsistir hasta el final del día con lo poco que tenía. No sé lo que dormí, me despertó un perro hambriento que merodeaba el lugar evidentemente a la búsqueda de comida 
Entonces me decidí a comer algo, hacía casi fresco al sol. Las olas golpeaban sobre el talud de cantos rodados. Hoy tendré que caminar muchos kilómetros por un lecho de piedras, ejercicio a veces tan penoso como caminar por la nieve blanda. Era un lugar solitario habitado sólo por extensas superficies de guijarros. 




Después de curarme lo pies comí, una de esas comidas de obligación que te impones cuando estas inapetente. Echarte algo a la boca, masticar hasta convertirlo en una fina papilla, ingerirlo, volver a masticar, etc. Cuando como así no sé nunca cuándo debo dar por terminada mi comida, entonces sólo me interesa saber que tengo el cuerpo suficientemente nutrido para que no me juegue malas pasadas en el camino. 

Me pongo en camino cerca de las cinco de la tarde. Está parte del país de revela especialmente sucia, aquí y allá se encuentran escombros, basura, cierto desaguisado urbanístico. El largo talud de rocas es un basurero. Da pena. En la cercanías de Burriana el aspecto que ofrece el paisaje es totalmente tercermundista, casas que se derrumban, basura; más adelante el paisaje aparece como salido de una guerra; caminos polvorientos, espacios desmantelados, edificaciones reducidas a escombros. Es extraña esta región, me parece estar en otro país, incluso cuando entro en Burriana, la parte de la costa, no dejo se tener esta impresión. Los caminos de polvo y guijarros terminan por entrar casi en la ciudad tal como lo hacen en los westerns.



Hoy estaba tan cansado que ni siquiera hice el esfuerzo de continuar con la novela que empecé ayer, Campo cerrado, de Max Aub. Había hecho un intento con un título de Hemingway, Al romper el alba, pero la cosa no cuajó, estaba yo demasiado lejos del ambiente de los safaris. Me gusta el vitalismo de Hemingway, la relación que tiene con la naturaleza; tiene relatos extraordinarios en este sentido, Junto al río, El viejo y el mar, Las nieves del Kilimanjaro son algunos de ellos. Algo así buscaba yo, pero el tema de lo animales no es mi fuerte. El cambio por Max Aub fue una buena elección, el primer tomo de una trilogía de la que creo haber leído algún título ya. Estamos en los años treinta y precisamente en Castellón de la Plana, la provincia que atravieso. Me gusta la idea de hacer un recorrido paralelo de ochenta años atrás. Además la extraordinaria prosa de Max Aub, tan rica, tan llena de los pormenores cotidianos en los que gusta recalar, con un exquisito vocabulario que obligaría a uno a tener de continuo el diccionario a mano, resucita ese modo de escribir en que cada palabra parece una pieza única tallada precisamente para dar solidez y armonía al conjunto. Hay novelistas que cuentan una historia, pero hay otros que además de contarla usan de preciosos elementos, sillares y ladrillos qué en sí mismos tienen un extraordinario valor . No, no estaba el patio hoy para la densa y precisa prosa de Max Aub. Cuando estoy muy cansado el acto de leer puede convertirse en una chapuza, sobre todo cuando las palabras en sí tienen tanta importancia como el hilo narrativo del conjunto. 



Hoy también terminé por buscar la compañía de los pescadores. Prefiero su cercanía a dormir de incógnito en lugares frecuentados. Hace fresco, una humedad poco recomendable barre la costa. La cena la tendré que hacer dentro del saco. 

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