Murales en la sierra




Cercanías de Altea, 15 de octubre 

Una larguísima caminata que pasaba por atravesar la sierra de Seldetes y la de Bèrnia por entero, me ha dejado al final en un hermoso mirador de la costa ya casi entrada la noche con un cielo en donde las ascuas del atardecer quedaban suspensas cómo pavesas que hubieran salido volando con el único propósito de engalanarlo, así, gratuitamente como las obras que jóvenes artistas esta mañana  habían dejado para mi gozo en abandonados túneles de la autovía; grandes murales al modo de los mexicanos Diego Rivera o Siqueiros cubrían las paredes de hormigón. Alguna de las obras habían cubierto incluso el alto techo del túnel, sí, algún ambicioso entusiasta había querido convertir el túnel abandonado y lejano del tránsito de la gente, en una especie de Capilla Sixtina. Una nota al margen, decir que esta mañana disfruté más de esas pinturas que cuando hace unos años estuve bajo el techo de la Capilla Sixtina. La multitud bulliciosa que llenaba el lugar impedía cualquier aproximación a la obra de Miguel Ángel, una bulliciosa multitud, hombro con hombro no es la mejor manera para convocar nuestras emociones en torno a pinturas que sobre nuestras cabezas parecían tan lejanas, tan distantes que cualquier mala reproducción podría haberlas sustituido con ventaja. Las masas en lo museos es la cosa más desagradable que conozco. El espectáculo de los turistas, la mitad chinos o japoneses, disparando sus flashes, donde está totalmente prohibido, contra la ambigua sonrisa de la Mona Lisa es un perfecto retrato de lo desagradable y ridículo que puede llegar a ser ese espíritu que nos lleva al gregarismo ramplón. 



Prefiero estos pocos artistas en solitarios túneles a tener que aguantar a la anónima masa de los museos. Me dan dentera esta clase de masas, que no, por cierto, aquella otra que sirve a fines políticos, sociales o económicos. Allí rige otra ética, es la solidaridad y la mejora de la sociedad contra el papanatismo que tantas veces abarrota los museos. Uno quisiera que lo museos fueran lugares donde se suscitan la emociones, pero cuando llega la masa, las emociones,  que son exigentes y piden alguna clase de recogimiento para que el raporto entre la obra y el espectador tenga éxito, quedan desbaratadas, se van al carajo. Sucede algo parecido con los paisajes naturales, pareciera que el interés de los numerosos grupos que circulan por esa panoplia de maravillas del mundo sólo estuviera en ser fotografiados frente a tal catarata, frente a la Pirámides o frente al Taj Mahal. 

Sí, me fui algo por peteneras, es cosa del temperamento, a uno se le vienen los demonios encima cuando roza zonas sensibles. Si no estuviera en una costa tan castigada por la masificación y el hormigón acaso no me habría dado esta pataleta antigregarismo. De los murales de esta mañana me llamaba especialmente la atención el que estuvieran hechos en lugares especialmente alejados de todo tránsito. A mí me parecieron murales dignos de ocupar fachadas relevantes de una ciudad. 




Me sucedió una cosa curiosa mientras ascendía las accidentadas pendientes de sierra de Seldetes, leía a Ana María Matute y, aunque de la novela que había leído hace cuarenta años no recordaba absolutamente nada hasta ahora, llegó un momento en que me pareció que el relato se acercaba poco a poco a un paraje conocido que había pasado indemne a través de cuatro décadas y que se me devolvía ahora como si hubiera sido leído recientemente. De mi recuerdo de Primera memoria sólo se había salvado una pequeña reunión que mantiene un hombre mayor con unos niños casi preadolescentes en la terraza de una casa una templada tarde de verano. Lo cálido del momento, la conversación distendida, algo que por su sencillez aparecía realmente entrañable. No sólo eso, casi recordaba textualmente la palabra con las que termina el capítulo. Jorge de Sonmajor, el personaje adulto decía esto: "¿Sabéis muchachos? No creáis que al morir recordaréis hazañas y sucesos importantes que os hayan ocurrido en la vida, no creáis que recordaréis grandes aventuras, sólo una tarde como ésta, una tarde así, unas copas de vino y esas rosas cubiertas de agua." 

Hay cosas curiosas en el mundo de la lectura, cómo se presentan parajes, circunstancias, hechos, que incluso muchas veces no sabremos ubicar en qué libro fueron leídos, que quedan agarrados a la memoria como lapas y que un día u otro reaparecen, ven la luz con una magnífica claridad, y en ocasiones con mucha más fuerza que hechos concretos que nos han sucedido en la vida, lo que da idea de la importancia que les da el enanito que archiva en nuestro cerebro las cosas. 




Hoy, frente al mar rompiendo a mis pies y con la luna atravesando misteriosa entre delgadas nubes, solo en este magnífico escenario, recuerdo también otra escena de una novela de Luis Goytisolo, no sé cual ahora. En ella un viejo está sentado en un sillón de mimbre, frente al mar también, mientras escucha con lágrimas en lo ojos La Creación, de Haydn. Es una imagen recurrente. Y a la vez recuerdo cómo el mismo Haydn el día del estreno de esta misma obra, ante la ovación ininterrumpida levantaba los brazo al cielo indicando a quien debían de ir dirigidos los aplausos. También hay un viejo en Azorín, que sentado y apoyadas sus manos en una baranda de madera mira el azul de la sierra lejana mientras piensa en las cosas de la vida, en el tiempo que tan rápido pasa, acaso en la muerte. Imágenes que traen las lecturas que nos acompañarán toda la vida junto a esos ratos a que se refiere Jorge de Sonmajor en la novela de Ana María Matute. 



Al Guilloso, mi hijo mayor, lo mismo le interesa esta galería de murales que hoy subo a mi blog. Él es especialista en estas cosas, por entendido, quiero decir, el arte urbano es su fuerte. Os dejo aquí la dirección de su web por si os queréis dar una vuelta http://www.escritoenlapared.com . Yo me dedico a recoger todo lo que me encuentro por ahí que me llama la atención y me gusta especialmente. Hoy le tocó a estos murales y a los restos de fuego que se extinguían en el cielo por encima de sierra Helada junto a Benidorm. 









2 comentarios:

Escrito en la pared dijo...

Gracias, papá. Muy chulos los murales, ya ves hasta donde van los graffiteros a pintar. Buena zona la que vas atravesando, ya contarás si encuentras más cosas...

Un beso y buen camino!

Alberto de la Madrid dijo...

Gracias, Guilloso. Hoy pasé por Guardamar y comí con Alberto y Julia en Torrevieja que tienen una casa alli