Primera memoria





Sierra del Montgó, 14 de octubre 

Mientras llega el alba 

La luces ámbar de una cercana urbanización visten de caramelo la noche. 
La Osa Mayor levanta como cometa sobre el horizonte. 
Hace frio. 
En la oscuridad la impresión de estar caminando por la cresta de una duna de un extraño desierto adonde llega amortiguado el gemido del mar. 
¿No será el mar un alma en pena que busca en sus noches oscuras del alma a su amada? 
Más tarde huele a hoguera apagada por la lluvia, a humo de cabaña de cabrero. 

Al mar le ha nacido una fosforescencia de estrellas, 
sobre las crestas de la olas se amansa la noche, 
el mundo es ya menos misterio, 
las luciérnagas despiertan a las primeras gaviotas. 

Uno, dos, tres ríos me cierran el paso, 
me descalzo, cruzo, me seco
el tercero lo rodeo entre palmeras, 
rumor de hojas secas entre sus ramas. 
Lenguas de espuma lamen la playa, 
por levante el humo del invierno emborrona la mañana, 
un barco pasa, 
su ojo de luz amarillea el agua. 
Azulenca y ferruginosa la mañana del horizonte, 
se acerca sucia, 
sin lavarse la cara, 
lleva el tinte de los mineros en la cara. 
Brasas mortecinas de una noche de insomnio. 
La primera gaviota atraviesa el cielo 
Cabalgan tímidas las olas
A lo lejos la silueta esbelta de la sierra de Montgó , 
Volcan muerto envuelto en las cenizas del alba. 




Se acerca dando brincos, a pequeños saltos alguien acompañado por tres perros. Sólo veo su silueta contra la primera luz del alba. Es una mujer joven, casi una muchacha. En la playa raras son las que mira a la cara y saludan. Ésta es toda alegría y espontaneidad, saluda con una ancha sonrisa, lleva un bebé a la espalda, los perros corretean a su lado. ¿Qué es la felicidad? Esto que tengo delante es la felicidad, se puede ver con lo ojos cerrados, toda ella, su bebé y sus perros desprenden un amplio aura a su alrededor. Me alcanza incluso a mí. Me sale instantáneo, ¿Me dejas haceros una foto?, le digo. No sé si ha entendido mis palabras, pero me ha comprendido perfectamente. Mientras saco la cámara se da un cuarto de vuelta para que aparezca su bebé en la foto, alerta de los perros para que también salgan contentos en la toma. Y nada más, a continuación da un saltito y adiós, bye, se despide, de sus bolsillos salen algunas golosinas para sus perros que saltan a su alrededor. Simplemente una aparición. 




Esa cosa maravillosa que este Wikiloc.com me permita hoy diversificar mi itinerario y abandonar por un día o dos las zonas más turísticas, rodearé la sierra del Montgó por el oeste en lugar de hacerlo por la costa. Así evito Denia y Javea, no soy amante de estos centros turísticos, ni siquiera en otoño. Me voy a la búsqueda de caminos solitarios que me llevarán a Altea y Benidorm. Medio litro de sangría y un chupito de licor, junto a una abundante comida en un chino de la carretera me ha dejado listo y contento hasta la noche. Después de tantos días de caminar ininterrumpidamente por la playa se agradece el cambio. Sí, está visto que estamos hechos para la diversidad, la vida es como una sonata, necesita cambios de ritmo y registro. En la diversidad está el gusto, decía mi madre, con mucha razón. 





Casualmente la última novela que leí, Campo Cerrado, termina en julio del treinta y seis mientras que la que comencé hoy, una relectura desde hace tiempo postergada, Primera memoria, de Ana María Matute, comienza unas semanas después de aquel dieciocho de julio. La primera memoria de casi todo el mundo siempre son momentos claves de la vida, la infancia nos llama con la viva voz de quien está descubriendo el mundo. Los libros de Ana María Matute que recogen historias de niños de pueblos de los tiempos de la posguerra fueron siempre para mí lecturas encantadoras que unas tras otra me remitían al feliz tiempo de mi reconocimiento del mundo, año de libertad y de aprender en la calle todo lo que era realmente importante. Los niños de ahora quizás tengan otras cosas, pero a mí me producen siempre cierta lástima cuando recuerdo mi propia infancia llena por el nombre de un gran río entonces, el río Alberche, donde vivíamos los veranos cómo pequeños salvajes salidos de las novelas de Mark Twain; llena por una intensa vida callejera en lo que entonces eran los arrabales de Madrid, en donde sólo se entraba en casa para comer o dormir; y junto a ello las largas escapadas a la Casa de Campo que en aquel tiempo era para nosotros un mundo que limitaba con los confines del planeta. Hacer barcos con la cortezas de lo pinos, arcos con los listones que sustraíamos en los bloques siempre en construcción de lo alrededores; hacer y volar cometas, romper peones, pescar, explorar la salvaje orilla opuesta del río donde conejos y ranas saltaban por doquier. 

Comparado con aquello me dan lastima los niños de hoy, protegidos hasta la asfixia, pobrecillos ellos inhabilitados para construir sus propios juguetes, para ir creciendo como los bichos del campo, aprendiendo como lo hacen aves y animales del bosque, de la madre naturaleza, de sus congéneres. Sí, pobres niños de hoy, niños de habitaciones abarrotadas de juguetes, de plays, de... Hasta lo sueños que hoy les permitimos tener me parecen insulsos y carentes de gracia. Hay padres que funcionan de otra manera, pero son rarísimos; el otro día me  encontré alguno de ellos. Estaba el sol a punto de aparecer por el horizonte y caminaba yo por una playa abandonada y solitaria, cuando en una ensenada divisé tres o cuatro tiendas en la arena. Junto a ellas, clavada en la arena había un puñado de cañas de pescar que parecían descansar de la pesca nocturna. Un grupo de niños, evidentemente hijos de la parejas de pescadores y muy madrugadores ellos, construían en los alrededores al modo de Huckleberry Finn una cabaña en la ramas de una milagrosa encina que crecía entre lo juncales junto a un arroyo que vertía sus aguas en el mar. 



Nos ciegan a veces nuestros avances técnicos, nuestro nivel de vida acaso mejor que por aquello tiempos de la novela de Ana María Matute o Max Aub, haciéndonos creer que ahora vivimos mucho mejor que entonces. Habría que inventar una vara de medir la calidad de vida en términos de plenitud, de posibilidad de autorrealización, de capacidad de soñar y de crear. Acaso midiendo con este sistema lleguemos a la conclusión de que no hemos avanzado tanto. No se trata de volver al pasado, pero sí podríamos aprender de él y tratar de recuperar ese mundo infinitamente rico de aquella infancia para nuestros hijos e hijos de nuestros hijos. 






2 comentarios:

luisBas dijo...

Leo este escrito de hoy y coincido contigo sobre todo en lo de los chiquillos de esta ultima generacion, tan encasillados en la play y demas modernidades, nunca he comulgado con ello y en mi casa se ha vivido de forma parecida a la que relatas, siempre ha habido acampadas, naturaleza, deporte , todo con lo que he `podido contribuir y aportar a mis chiquilla, que asi han salido, no paran por el mundo adelante, cosa de la que me siento muy orgulloso. Tambien lo estoy de los amigos que siguen sus sueños y tampoco se detienen. Fuerte abrazo y que las cuestas te sean suaves

Alberto de la Madrid dijo...

Estar satisfecho con lo que uno hace en la vida creo que una de la mejores cosas que nos pueden suceder, y si se trata de los hijos con mayor razón.