La hora del regreso


Antequera –Madrid, 7 de noviembre 



No sé, pero desde el día del viento encuentro el suelo más duro. Además del aislante que me había encontrado semanas atrás en el puro suelo del camino nuevecito, como perdido por alguien que no lo hubiera llegado a usar, usaba un minicolchón de aire que había reparado varias veces sin conseguir que llegara a ser totalmente estanco; lo inflaba pero después del primer sueño ya había perdido la mitad del aire. Me servía bien para esa parte de la noche, la que es más reparadora de nuestro sueño y cansancio. El caso es que el día de la ventolera de Torrox, con el follón del viento y la arena que se me venía encima perdí la funda. Por la mañana, al no encontrarla decidí prescindir también del colchón, se lo dejé a los negritos que debían de pasar allí las noches de frío. Mis huesos echan de menos ahora el dichoso colchón. 



Las seis de la mañana. La noche es muy oscura. En el valle, bastante abajo, los faros de coches esporádicos barren la oscuridad. Desciendo con la luz del frontal encendida, oigo el ruido de mucha agua más abajo, me encuentro con un riachuelo caudaloso que me obliga a buscar un paso un centenar de metros más abajo. Durante un buen rato camino por la carretera, poco a poco se va encendiendo el cielo, no tardarán  en iluminarse las montañas sobre las que apoya la espalda Villanueva de la Concepción. Lo hacen casi de repente, como el sol ese que se enciende sin aviso sobre la picorota de la grandes montañas, sol de caramelo para una fría mañana de invierno. Hoy por primera vez llevo el jersey puesto, casi echo de menos lo guantes de lana. Mi camino tierra adentro se va a ir encontrando poco a poco con el clima continental, dejo atrás la suavidad climática de la costa a la que el mar presta de continuo el generoso poder calorífico que se encierran entre sus aguas. 



Cuando dejo a mis espaldas Villanueva el paisaje que se vistiera de fiesta, la muselina de las lejanas montañas del sur ocupan los valles y disuelven en suaves azules las laderas de los montes, los campos; una gradación de ocres y amarillos tostados se trenzan con los caminos de labor, con fachadas encaladas que salpican los campos; a mi derecha los grandes farallones de la serranía del Torcal acentúan su esbeltez según gano altura. Fue por estos parajes que empecé otra vez a pensar en cómo, dónde terminaría mi vuelta a España. Una cuestión de estética visual me remitía a cerrar el recorrido llegando a Sevilla, otra me decía que ya metido en el Camino Mozárabe bien podía llegar hasta Mérida donde éste termina y se junta con el Camino de la Plata, y una tercera me pedía llegar hasta Córdoba donde finalizaba el track que había bajado de Internet. El caso es que desde el punto de vista visual, al recordar que cuando recorrí España de sur a norte pasé por Antequera haciendo el GR–7, la línea de mi recorrido actual venía a unirse con ella. Las líneas que se juntan, me dije, ya tenía un dónde concluir, ya me veía yo el dibujito de mi vuelta a España yendo a toparse con aquel GR–7 que unía las tierras de la Península corriendo de sur a norte. Sí, estaba decidido, terminaría en Antequera y uno de estos días en casa me entretendría en dibujar ambos itinerarios en la pantalla. Y ya puestos añadiría otros caminos hechos, como el que cruza España de este a oeste, el GR–10. Otra razón para terminar aquí era el espléndido escenario en el que me movía, un buen lugar para poner un punto final a mi aventura, amén de saber que pasando el AVE por Antequera, poderosa razón por demás, esta misma tarde podría estar en casa. 




El magnífico descenso desde el Torcal sobre Antequera, inesperado y como quien desciende de la nubes sobre la tierra de los olivos, el paisaje todo iluminado por la cálida luz de la primera hora del día que se demoraba inexplicablemente allá abajo entre los olivos, entre los sienas y los colores pardos de lo campos. La caliza clara del Torcal se había abierto paso desde el altiplano y de golpe, asomada como a un balcón en la rocalla, el camino se había precipitado hacia el llano por una senda empedrada que describía grandes bucles descendiendo entre las rocas como una improvisada escalera de Jacob sobre los olivares. 

Las maravillas de nuestro nunca suficientemente loado Internet conseguirían que pudiera comer tranquilamente en la estación y pocos minutos más tarde me embarcara rumbo a mi casa. Improvisada y maravillosa conjunción de hechos que te permiten hoy estar aquí, esta tarde allí. Si días atrás filosofaba sobre el tiempo poniendo de relieve la extrema rapidez con que éste transcurre, algo parecido podría decirse del espacio, el espacio puede estirarse y encogerse como las tripas de Jorge dependiendo del dinero de que dispongas y de la infraestructuras viarias del país por el que te mueves.  Ni soñando se me hubiera pasado por la imaginación cuando esta mañana me desperté con la brillantez de Júpiter encima de la cabeza acompañado por Cástor y Polux, que la siguiente noche iba a pasarla en el acogedor espacio de mi cabaña. 



Ahora, mientras me como un sándwich acompañado por una cerveza. el tren atraviesa en las medias luces del atardecer el norte de Andalucía. Recuerdo mis trabajos de esta hora, la horas de la escritura, la hora del mar golpeado contra las escolleras, pasando suavemente el suave rizado de sus olas por la arena, ahora negras, ayer rubias o doradas, la hora del crepúsculo, del fuego, de las delicadas pinceladas malvas y rosas, la hora de las estrellas poblando el cielo. Hoy la hora del regreso.


Ah, por cierto, al hacer limpia en mi teléfono de los archivos de sonido me encontré una segunda grabación de Antonio el Cantaor, que aparecía en uno de mis post semanas atrás, y que  viene al pelo e incluyo aquí. Dice él antes de comenzar su canto:

Todo en la vida 
tiene un principio y un final
como el agua cristalina
que siendo hija de un manantial
se pasea por las colinas
unas veces cuesta abajo
y otras veces cuesta arriba
pero siempre acaba en la mar.




Aquí tenemos la música, también el mar, el alba, el amor, el sentido de la vida, cosas todas ellas componentes de ese hermoso caminar que es la vida y el país que habitamos.

Y gracias a todos vosotros que me habéis acompañado en esta atractiva y laboriosa vuelta a España. Hasta otra. 




































7 comentarios:

Ignatius dijo...

Gracias a ti por regalarnos dia a dia tu camino y una ilusión...

Anónimo dijo...

Alberto de nuevo nos has hecho caminar a tu lado, hablando y cambiando impresiones. Nos has ido descubriendo día a día nuevos caminos, nuevos senderos para explorar. Agradezco compartas tus experiencias con nosotros.
Un abrazo.
José Mª

Alberto de la Madrid dijo...

Gracias Ignacio y José María. Un abrazo.

luisBas dijo...

910Se cierra una puerta y se abre otra. Este Camino ha llegado a su fin , Lo hemos recorrido contigo , aunque sin merito para nosotros, todo el es para ti . Ahora te toca descansar y hacer balance de todo ello. Enhorabuena y recibe un fuerte abrazo, que hago extensivo a todos los que te hemos seguido en esta maravillosa aventura.

Alberto de la Madrid dijo...

Gracias Luis, aquí no es la temperatura del Mediterráneo pero se está francamente bien en casa con los árboles todavía cargados de hojas y los pájaros danzando frente al comedero de mi ventana. Un abrazo

slechuga dijo...

Bienvenido a casa Alberto, que tu bien sabes disfrutar, tanto dentro como fuera.

Alberto de la Madrid dijo...

Gracias Santiago, a ver si nos tomamos una cerveza juntos.