Una aventura kafkiana




Torrox–Costa, 4 de noviembre 

Se estaba haciendo tarde y me metí en el supermercado para comprar las cosas de la cena y el desayuno. Cuando salí un fantástico cielo ardía en inmensa hoguera por poniente. Hacía un viento del carajo y en el paseo marítimo se volaba, pero era mucho más importante el espectáculo del sol y ese mar embravecido que se oía en la distancia. Debería haber estado allí un poco antes, pero aún así la escena era todavía espectacular. El viento me tiraba para atrás, era difícil mantener la cámara firme. Recorrí así doscientos o trescientos metros repitiendo la misma toma con distintos diafragmas y niveles de zoom. En ello estaba cuando note que llevaba colgando el jersey en donde había envuelto el brick de leche. La leche la había perdido en el entusiasmo por recoger con mi cámara parte de aquella hoguera. Caminé un poco en dirección contraria buscando mi leche, pero no era cosa de volver hasta el supermercado de nuevo. Así que me resigné de mala gana. Las brasas del cielo habían languidecido. Bueno, me dije, y ahora con qué coño me tomo yo las magdalenas que he comprado. Vamos, que estaba de capricho y me hacía mal no poder mojar mis magdalenas en la leche. En esto había dejado atrás un restaurante de postín del paseo marítimo. Seguí adelante; pero no, necesitaba mi leche, así que entré en el restaurante donde camareros de etiqueta iban de acá para allá. En la barra pedí lo que necesitaba, ¿me podéis vender un brick de leche?, pregunté. Oí a la barman que preguntaba en el interior, a continuación se dirigió a mí un camarero y volví a repetir el pedido, me miró raro, como si fuera un extraterrestre. En ese momento la barman le dijo que se lo había preguntado a una tal Isabel. Esperé, imagino que el maitre y algún encargado de rango superior estaban deliberando si un restaurante de esa categoría podía vender un litro de leche a aquel individuo. Dos o tres minutos después asoma la cabeza un hombre de pelo entrecano y aspecto de dueño y le dice a la barman que sí, que me lo dé. Cuando la barman le pregunta que cuánto me cobra, le veo alargar la cabeza por encima de las bandejas acristaladas de tapas para mirarme mejor, entonces yo con cierta cara de sorna avanzó tres o cuatro metros y me pongo delante de sus narices para que me pueda ver bien, sí, un cazador de elefantes con calzón corto y con una enorme chepa por la que asoman unos bastones. Yo creo que pese a sus muchos años el hombre no logra saber a qué especie animal o vegetal pertenezco, duda, pero al fin aparece una luz en su cerebro y lo consigue, ha logrado clasificarme seguramente en la clase de los vagabundos o los menesterosos. La mayoría de la gente, cuando por estos lares se tropieza con elemento así lo que imagina es que estás haciendo el camino de Santiago, para ellos todos lo que llevan macuto y bastones son peregrinos. Con esa visión se han dirigido a mí varía veces en este recorrido mediterráneo, y es que el público en general ve mucho la tele y viendo mucho la tele se adquiere una cultura muy específica. Pero un peregrino no es un vagabundo ni un menesteroso. No sé, yo creo que este hombre le dio a acaso simplemente un amago de bondad, le salió de dentro eso que Rousseau considera que está en el fondo muy fondo de cada uno de nosotros y decidió hacer, aunque era tarde ya, esa buena acción diaria que en tiempos intentábamos inculcar Victoria y yo a los lobatos, los elementos más chicos de los scouts. Así que el hombre fue y dijo que no me cobraran nada. Que sea por la causa, dijo. Me partía la taba por dentro, me regalaba un litro de leche por la causa. En otros tiempos otro morían por Dios, por la patronal y el rey, aquello también era hacer algo por una causa. La verdad es que me estoy haciendo un poco cínico en este rodar por el mundo, especialmente con la gente de pasta o con pretensiones de estar por encima de aquellos con presupuesto algo ajustado. Me dan cierta risa. Naturalmente di las gracias muy educadamente y salí a la ventolera del paseo marítimo donde había que agarrarse a los pelos en aras de que no te llevara el aire. 




Más allá había un negrito con su manta en el suelo sujetada por grandes piedras. No pude ver lo que vendía. Le sonreí, nos saludamos, me sonrió. Tenia pinta de estar matando el tiempo porque, anda, con este frio y este viento no sé yo que podría espera vender en un paseo marítimo totalmente solitario. 



Me las veía crudas ahora para encontrar un sitio para dormir que estuviera medianamente protegido por el viento. Esperaba encontrar un sitio majo al final de paseo donde según el mapa se alzaba un recodo rocoso que cortaría el fuerte viento del oeste. Pero no había andado mucho cuando descubrí que una parte de las tumbonas de la playa tenía un cortavientos de rafia de un par de metros de alto. Allí me fui, y allí estoy, tumbado en una de ellas, pero después de un buen rato de estar escribiendo he notado que el viento echa por encima de la rafia una continua cortina de arena que de seguir así hasta mañana es posible que llegue a sepultarme. Todo está cubierto por una fina capa de arena, sin embargo voy a las otras tumbonas más alejadas del cortavientos y descubro que pese a estar más expuesta al viento no tienen apenas arena sobre su superficie. Se ve que al ser arrastrada forma una especie de ola y al tropezar con el obstáculo del cortavientos se encrespa sobre la rafia y descarga todo su contenido justo detrás del cortavientos, es decir, encima de mí y mis cosas. Definitivamente aquí no puedo pasar la noche. Traslado el aislante y algunas cosas a otras tumbonas más alejadas de la barrera, pero allí el viento se lleva todo, lo esparce por el suelo. Nada que hacer. No hay más narices que buscarse otro sitio. Meto lo que puedo en el macuto y con las dos manos llenas con el resto de la cosas, incluida la comida, los aislantes y el saco me dirijo otro vez al paseo marítimo donde el viento arrasa. Bonita escena para una secuencia desconcertante. Un hombre que sale de la oscuridad de la playa con un abultado macuto y las mano llenas de cosas heterogéneas más el saco y los aislantes que viene arrastrando. Ahora sólo soy un menesteroso sin techo. Una experiencia más para un servidor. El caso es que cruzo el paseo marítimo y al otro lado me encuentro negocios comerciales cerrados a cal y canto por fuera de temporada, me meto por una calleja y date, a la izquierda, con un tejado que cubre el lugar, los entrantes y salientes de la fachada forman tres o cuatro acogedores rincones totalmente protegidos del viento y la lluvia. En el primer recodo, apoyados sobre la pared hay un montón de cartones. Es obvio, he dado con el hogar nocturno de alguno de eso negritos sin techo que venden sus raquíticas mercancías en el paseo. 




De momento estoy instalado, espero que no venga la autoridad a molestarme. Estoy contento, leche, mira que si me tengo que quedar en la playa y amanezco cubierto por la arena. ¿Cómo sé titula aquella opresiva película japonesa en que un excursionista es atrapado en una extraña casa de arena subterránea? Se trata de Suna No Onna, de Hiroshi Teshigahara. Leí también la novela, que es del japonés Kobo Abe, y cuando uno termina de ver la película o leer la novela, tiene la sensación kafkiana de que no va a poder deshacerse nunca de la arena que había terminado por invadir no sólo el cuerpo y los rincones de de la casa, sino también los pensamientos, las circunvoluciones todas del cerebro. Seguro que hoy sueño con uno de esos relatos típicos de Kafka.









5 comentarios:

Unknown dijo...

Anda que lo que no te pase a ti...Buenas noches y que no te desalojen. Felices sueños llenos de magdalenas y tazones de leche gratuitos.

luisBas dijo...

Hoy sigue la ventolera, pero es un dia de sol absoluto, resplandeciente.Mal asunto lo del viento pues por aqui cada vez que le da por soplar es un autentico vendaval. Bien , animo que el tiempo es una medicina que todo lo cura. Fuerte abrazo , para todos.

slechuga dijo...

Al final Alberto, solo te falta llevar un perro atado con una cuerda, para dar el pego del todo, y crear un nuevo programa de televisión con el titulo de "Mendigos por el Mundo".
Muy bonito ese cielo del atardecer.

Alberto de la Madrid dijo...

Santiago, te advierto que es muy interesante vivir experiencias así, serie mundo desde un punto de vista inusitado y eso bueno para poder entenderlo mejor.

luisBas dijo...

Todas las tardes
en el otoño
se tiñe el cielo
de un rojo intenso
El Astro rey
viene a anunciar
que su periplo
se va a acabar
se va camino
del horizonte
que es el cobijo
sonde se esconde
infierno oculto
del ancho mar
y en el se hunde
a descansar.