De nuevo en camino


Quintanarraya, 28 de diciembre de 2016


Un placer volver a encontrar al principio de otro recorrido santiaguino, esta vez en el tramo final de la Ruta de la Lana, la acostumbrada hospitalidad de esta acogedora comunidad que atiende a los peregrinos siempre con tan exquisito mimo. Llego a Quintanarraya, un pueblito de apenas algo más de un centenar de habitantes y la primera persona que veo, una mujer de edad, bajita y de aspecto bondadoso, resulta ser la encargada del albergue. Está al tanto por Ambrosio, el alcalde de la localidad con el que hablé ayer tarde por teléfono. Tiene usted suerte, me dice nada más verme con el macuto a la espalda y sin que yo no hubiera abierto la boca nada más que para decir buenas tardes, va a estrenar albergue. Admirable, un pueblo con ciento treinta habitantes que en el momento en que un antiguo albergue no reunió las condiciones de confort suficientes, transforma con el presupuesto municipal la vieja escuela en un nuevo y acogedor lugar donde descansar de las fatigas del camino.

Después de que doña Luisa me hubiera enseñado las instalaciones del albergue y de haberle ayudado a instalar la cortina de la ducha que yo habría de estrenar, salgo a darme un paseo por el pueblo. El sol está a un palmo del horizonte y la luz ámbar de la tarde pinta de caramelo las fachadas. Las calles están desiertas. Un grupo de muchachos con los que me cruzo saludan efusivamente al caminante. Frente al local social, el bar para los vecinos, la iglesia forma un armonioso conjunto, sus sillares de piedra clara recogen la cálida luz del final del día. Más allá, en la calle principal, un mural muestra estampas campesinas de otra época. Me paro frente a una parra más allá de la cual,  en una ventana, un vecino celebra la llegada del niño Jesús y, cumplido mi paseo turístico, termino sentándome al sol junto a la fachada del albergue con mi novela de turno en el oído, El gran El gran Meaulnes, de Alain-Fournier. Sí, un servidor es un bicho curioso, lee con el oído. Últimamente he encontrado una app que alivia mis ojos cansados y lee con una rotunda y bella voz masculina todo lo que le pongo entre las manos.

El placer de la lectura deviene también un placer físico, cerrar los ojo y dejar que el sol bañe el rostro mientras Agustín Meaulnes sueña con su enamorada perdida en un castillo de sueño que trata de localizar con vanos esfuerzos, es un regalo para el final de un día de viaje. Pero el sol se va, oculto por el tejado de una casa próxima, y entonces tomo mi silla de resina y me alejo hacia las afueras del pueblo a buscar su compañía hasta el último momento. Repantigado al sol las sensaciones se arremolinan invitando a la somnolencia. Agustín Meaulnes termina perdiéndose en la morbidez de mi sueño. Cuando me despierto, hace frío, el sol se ha ocultado y no me queda más remedio que refugiarme en el albergue.

Después de indagar por aquí y por allí descubro en un pequeño cuchitril una caldera de gasóleo que no tardo en poner en funcionamiento. Media hora después ya es como si estuviera en el confortable calor de mi cabaña.

En el bar el hijo de la señora Luisa,  José, parece estar esperándome. La única propuesta para la cena es un bocadillo y una naranja. Bueno, menos da una piedra, me digo. Dos mesas de la sala del local social están ocupadas por los consabidos jugadores de cartas; en ellas un vejete no se resigna a perder y suelta cada dos por tres un exabrupto. Los me cago en la leche saltan por encima de las cartas salpicando la tarde con interjecciones cada vez que los palos no son del gusto del vejete. Por lo demás el buen humor y las bromas ganan. A la tele no le hace caso nadie.

Tras una amigable conversación con José, que me cuenta sus peripecias laborales por razón de la crisis, tuvo que venir se aquí, el pueblo de sus padres, cuando perdió el empleo en Alcolcón, me despido de la concurrencia. El albergue está calentito y acogedor. No voy a buscar visitar el saco de dormir esta noche, lo que me ahorrará tener que rehacer el macuto por la mañana. Las diez, hora de irse a la cama. Mi despertador sonará como de costumbre a las seis de la mañana.

 





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