Periodistas fabricantes de basura

Madrid – León, 11 de enero de 2017

Hoy es día de volver a caminar tras las fiestas navideñas, pero mientras me dirijo a León en autobús para emprender la Ruta de San Salvador del Camino de Santiago, y que me llevará a Oviedo, no puedo resistir la tentación de dar cuenta de mi enfado por algo que leí esta mañana en el diario Público.

Había terminado de preparar mi macuto para esta nueva salida invernal por el norte y, como tenía todavía quince minutos, me dediqué a ojear la prensa. La sorpresa la tuve en las páginas de Público, uno de los pocos periódicos que se pueden leer en nuestro país sin que la bilis nos deje mal cuerpo. Pero como en todos los sitios cuecen habas, mira por donde lo que me encontré fue una bazofia digna de la prensa más repugnante. El título del artículo rezaba: “Las estremecedoras esculturas pedo-satanistas de un parque noruego” y que firmaba un hombre con el rimbombante y pretencioso apelativo de Dildo de Congost. El parque Vigeland es una hermosa obra arte. Este señor, que parece tener problemas de índole sexual o que en su defecto intenta alimentar un morbo exasperante y denigrante, arremetía contra uno de los complejos escultóricos más bellos del mundo que se levanta en las afueras de Oslo y que en ninguna de las dos veces que pasé por Noruega dejé de visitar, arrobado por la belleza y la fuerza humana de los trabajos de Vigeland. Se trata de un museo al aire libre en donde el escultor dejó plasmada su inmortal tarea de reflejar los sentimientos más nobles de la convivencia y la fraternidad. Innumerables esculturas de desnudos de hombres, mujeres y niños cuya contemplación alivia el alma de toda la barbarie de la que los humanos podemos dar muestra. Unos ancianos que se acarician mutuamente después de una larga y difícil vida; niños que juegan, abuelos, padres y nietos que se reconocen mutuamente como parte de una familia, un amor; una espectacular pirámide de cuerpos humanos desnudos que muestran los azares, la lucha por la vida, la densidad de la existencia.

Todo esto es para el periodista de marras “estremecedoras esculturas pedo-satanistas”.
Mi primera sensación al ver este reportaje fue de asco, al comprobar hasta donde puede llegar la inmundicia de algunos cerebros que se dedican al periodismo. Hablamos de la degeneración del periodismo cuando nos encontramos con personajes como Inda, pero qué no habrá por ahí además cuando en periódicos de reconocida honestidad nos encontramos basura como ésta.

Me explico. Vivimos en una sociedad pazguata en la que cualquier desaprensivo puede enturbiar el orden de la cordura contribuyendo con su trabajo a hacer de cualquier hecho noble y bello un cenagal de putrefacción. Hay que estar prevenidos contra esta clase de desaprensivos.

Esto es como el test de Rorschach en el que los sujetos sometidos a la contemplación de manchas aleatorias de tinta ven, si tienen hambre, un enorme bocadillo y, si trastornos de tipo sexual, actos escabrosos relacionados con desequilibrios de su propia mente. Tachar a las esculturas de Vigeland como “estremecedoras esculturas pedo-satanistas” no tiene otra explicación.
Probablemente el autor podía haber elegido un título más ecuánime en relación a su texto, pero le pudo la necesidad de atraer para la lectura de su columna a lectores de esos que, y que parecidos a él, la vida les lleva a alimentarse se basura.

En las paredes de mi cabaña cuelga precisamente una reproducción de una de las esculturas de Vigeland, en ella una pareja de ancianos, “desnudos como la mar” se abrazan en medio de una vejez que acaso pesa  sobre sus hombros con el insoportable dolor de la decrepitud y la muerte que se aproxima. Frente a ello los ancianos esbozan un abrazo, gritan en silencio su soledad y acaso su agradecido cariño.

Nada más leer el artículo escribí un par de comentarios en el periódico, pero estos no vieron la luz. Entonces mandé un tuit a Público y otro al autor. Nunca pensé que un moderador de comentarios de Público pudiera servir para ocultar las pequeñas miserias de alguno de sus periodistas. Sin embargo el periódico rectificó más tarde suprimiendo le artículo, imagino que a requerimiento de lo que les indicaba por escrito. Me alegro que se hayan dado cuenta a tiempo.

Ah, si queréis disfrutar un rato de las obras de arte de Vigeland teclead simplemente su nombre en Google y disfrutad con las imágenes.

Mi autobús rueda frente a la cumbre de Abantos camino de León. Mañana a las seis de la mañana estaré de nuevo en camino hacia La Robla. El tiempo no parece que vaya a acompañar, se augura agua y algunas nevadas. Espero que ello no sea un impedimento en mi camino hacia Santiago (pasando por Oviedo).  La acogida que he tenido siempre en los albergues del Camino me anima a aprovechar el invierno zascandileando por las tierras del norte. La belleza del invierno con sus acostumbrados contingentes de tiempo dudoso hace incluso atractiva esta incertidumbre. Amanecer un día con el campo blanco y helado es un espectáculo que merece la pena vivirse.






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