Una jornada kafkiana


Berducedo, 27 de enero de 2017

Tramo Pola de Allande – Berducedo. 

 
Salgo del albergue, tiro calle abajo, sigo la línea curva a la izquierda que me indica el gps y poco más adelante, ojo, la señal me obliga a cruzar el río para tomar una calle ascendente a mi izquierda. Mi app es nueva, no estoy familiarizado con ella y de sobra se sabe que este peregrino es especialmente despistado, es todo menos uno de esos que andan muchos caminos y siempre saben a donde llegan. Bien, las últimas casas del pueblo van desapareciendo. Ahora sigo sin dificultad la ruta marcada en el gps, de vez en cuando me encuentro con el familiar mojón de la concha. La noche, cerrada sobre una oscuridad absoluta parece como si necesitara de un cuchillo para ser atravesada. Atención. Primera sorpresa que la tozudez clásica de un servidor no es capaz de asimilar. De pronto me encuentro con un flecha amarilla en sentido contrario: ?. No le doy demasiada importancia a la cosa. Cuando uno tiene un mapa en la cabeza que cree seguir meticulosamente, estas cosas ni se consideran, sobre todo si el caminante es de mente un tanto cerril. Y siguen vueltas y revueltas en el bosque alfombrado de hojarasca. Escasean las señales pero alguna me encuentro. También tropiezo con un mojón colocado en una posición realmente insólita para un caminante que sigue el sendero de la concha. ¿En que estarían pensando los que pusieron el mojón en ese sitio, cuando lo realmente útil habría sido colocarlo enfrente en la dirección en que camino? Con esa clase de certeza funciona mi cabeza esta mañana. En el cielo empiezan a aparecer las primeras luces, llego a una carretera, llego a un alto, el alto del Lavadoira. Aquí tengo que decir que raramente o difícilmente retengo los nombres de las aldeas o los topónimos. Sabía que tenía que subir un alto, lo había nombrado la noche anterior mi compañero de albergue, Luis, y pensé que estaba en él. ¿Cómo explicar tantas cosas inexplicables a un lector corriente que se acerque por primera vez a estas líneas y no conozca mi bochornoso sentido de la orientación o mis despistes, los hechos de esta mañana? No, ni aun ahí fui capaz de caer del guindo. Seguí tropezándome con flechas en sentido contrario, pero para esa circunstancia mi subconsciente ya tenía una explicación, seguramente se trataba de la variante de los Hospitales, que circula paralela a la original. Dios santo, no os aburro. Media hora más tarde, acaso llevaba ya caminando sus buenas dos horas y media, me senté a la vera del camino totalmente desorientado. No comprendía absolutamente nada. ¡Había seguido las trazas del gps desde el primer momento, qué coño estaba pasando! El mapa de mi cabeza y el mapa del teléfono eran dos hechos totalmente ajenos, peor, irreconciliables. Llegué a pensar en que alguna de mis circuitos cerebrales me estuviera jugando alguna mala pasada o acaso un mago, un duende estuviera jugando conmigo. Sí, los hechos eran incontestables: había estado caminando desde las seis y media de la mañana en sentido contrario: había estado repitiendo metro a metro el recorrido del día anterior… pero en sentido contrario. Me había prometido no contárselo a nadie, chitón, chitón porque pensarían que soy un cazurro redomado. Se lo conté a la taxista, no obstante, le dije esto no se lo cuento ni a mi pareja. Entre los dos buscamos explicación al hecho durante todo el tiempo que duró el trayecto que me dejó en el puerto el Palo. Tras mucho dar vueltas al asunto sólo encontré explicación cuando terminada mi jornada y tras la siesta y bajo el calor de las mantas, rehice minuciosamente desde el principio el recorrido. Encontré mi error en ese “ojo” del principio de mi crónica.

Cuando el taxi me dejó en el puerto del Palo, llovía y el viento soplaba con fuerza. El paisaje era feuchito, montes desnudos cruzados por el tendido eléctrico y la línea de la carretera. El camino se precipitaba hacia poniente sin ningún miramiento. Por él tiré sin poder quitarme todavía de la cabeza esa sensación de haber estado moviéndome no por la geografía de Asturias sino por una cartografía que tenía más que ver con aquella de los sueños. Me era facilísimo imaginarme metido en uno de los cuentos de Kafka, ese personaje, por ejemplo, de América, dando vueltas por un castillo en donde nunca logra orientarse. La genialidad de Kafka trasladando “la presentación de acontecimientos o situaciones de los que es protagonista el hombre Kafka y a los que el escritor Kafka ha proporcionado al mismo tiempo realidad literaria” lo que hace es extraer una realidad sugerida, intangible, onírica que difícilmente tiene la posibilidad de salir a la luz más que por procedimientos literarios. Tantas cosas que suceden en nuestro cerebro, en nuestros sueños o en nuestros desvaríos que, ahora, recordando a este escritor, uno puede recoger en muchos de sus relatos.

Más abajo dejó de llover, desapareció el viento y, haciendo honor a mi promesa del día anterior, decidí tumbarme al sol para dar cuenta de unos filetes y un tomate que me habían sobrado de la cena de la noche anterior. Estuve despanzurrado al sol durante un buen rato. 

 
Hay muchos amantes por ahí de Roberto Bolaño. El libro que había comenzado a leer ayer lo saque de una selección de las mejores novelas publicadas en este siglo. Vamos, que las opiniones tenían fuerza para que yo resistiera después de acercarme a la cuarta parte del libro, de hacer caso a sus críticos. Pero no, no y no, terminé enfrentando las opiniones de la crítica y tras una hora más de resistencia lectora terminé diciéndome que 2666 era realmente un peñazo de novela. Cuando llegué a la ermita de Santa María de Lago, desterré definitivamente el libro. A la edad que uno tiene no se puede agarrar uno a un libro que no le gusta cuando tantos cientos buenas obras quedan por ahí para gozo de nuestros sentidos. Por cierto, me parece que mañana voy a dejar a un lado una lista de libros que tengo por ahí para leer y me voy a enganchar de nuevo a la prosa del incomparable Kafka. Que por cierto no logró publicar en su vida ningún libro: así son de ciegos tantas veces los editores.

Es pronto, se está calentito entre las sábanas y no tengo ningunas ganas de salir fuera para bajar a la posada próxima a cenar, así que me voy a tomar un respetable bocata que me prepararon ayer en el restaurante Lozano de Pola de Allande y me voy a dedicar a oír música.

Ah, una última cosa. Hace un buen rato estaba algo preocupado por Luis, el peregrino con el que compartí albergue anoche en Pola, y que según mis cálculos debería haber llegado al albergue hace tiempo; decidí llamarle por teléfono. Jo, el tío había llegado en buena forma a Berducedo y ni corto ni perezoso había seguido adelante hasta Grandas de Salimé, el final de etapa de lo que será mi recorrido de mañana. Y además tenía una voz recia y potente, nada de esa voz de cansancio que se me pone a mí cuando me paso un pelín en mis caminatas. ¡Chapeau!, Luis, si lees estas líneas… y ¡Buen camino, peregrino!




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