Frío, viento, nieve, agua… una pura diversión




A un hora de Granges de la Valleé Etroite, 11 de agosto de 2017


Hoy escribo metido en el saco hasta las cejas mientras fuera ráfagas de viento depositan sobre mi tienda partículas de aguanieve. Estaba muy cansado y me había dormido con todo lo puesto con la esperanza de quitarme el frío y aliviar la espalda de un intenso dolor. Era de noche cuando desperté. Tuve que hacer un esfuerzo para espabilarme y comer el mendrugo de pan y el poco jamón, que era todo lo que me quedaba en el macuto. El viento agita la tienda con pequeñas ráfagas. Fuera suenan las aguas de un riachuelo. Hace frío.

Desde el mismo momento de salir del refugio esta mañana ya se preveía que iba a ser un día especialmente frío. Pequeños copos de nieve se arremolinaban en torno al refugio cuando lo abandoné poco antes de las ocho de la mañana. La niebla cubría las montañas dando al paisaje un aspecto desabrido e inhóspito, pero había dormido y había desayunado, mi cuerpo estaba descansado y fresco y daba gusto sumergirse en ese mundo de la nada en donde la realidad se circunscribía a unos pocos metros a mi alrededor, un estrecho sendero que no tardaría en precipitarse en las angostura del valle que lleva a Termignon-la-Vanoise, un accidentado prado, unas grandes rocas que salpicaban el terreno. El resto era una niebla fría y poco acogedora en la que revoloteaban pequeños copos de nieve. Pero me sentía bien, mis nuevos bastones, pero sobre todo las botas recién estrenadas, me daban una seguridad nueva, se adherían muy bien al terreno, sus suelas eran sólidas y ya había dejado de sentir las piedras a su través como sucedía antes. Las anchas empuñaduras de corcho duro de los bastones con su forma moldeada en la parte superior, sobre las que se apoyaban firmes mis manos, daban a mi paso una agradable sensación de seguridad.


En el refugio ya me habían dicho que nos esperaban tres o cuatro días de temperaturas bajas y de lluvias. Bueno, me dije cuando lo oí, más de lo mismo, no sucede nada. Pero sí sucede, este frío que me obliga a vestir guantes y jersey desde la primera hora, es algo con lo que no contaba. Más abajo el aguanieve se convierte en una lluvia regular y monótona. Los prados dan lugar al bosque. En el bosque aparecen grandes cortados de roca ocre por donde se precipitaban pequeñas cascadas. Después vuelve el silencio, ese murmullo fino del agua sobre mi capa de plástico. Tres horas y media para descender algo más de un millar de metros. Cerca de Termignon-la-Vanoise recupero la cobertura que perdí hace días y medio y mando a Victoria mis notas de anoche y las fotografías de la jornada. Charlamos un rato. Al fin hoy ya tenían reparada la furgoneta. El pasado año, al volver de un largo viaje por Oriente, compramos una furgoneta Mercedes de segunda mano, una de esas que viene equipadas para vivir dentro, y pocos días antes de salir hacia los Alpes se le fue el cambio automático. Problemas sucesivos con la garantía y el taller han retenido el vehículo durante dos meses. Como para unas prisas, si nuestros planes hubieran sido viajar por Europa durante el verano lo habríamos tenido claro.


Hay un tramo de la Vía Alpina entre Termignon-la-Vanoise y Modane que no me gusta, toda una jornada de caminar valle adelante por un sendero que corre paralelo a la carretera, así que cuando llego a Termignon pregunto por el autobús y me señalan a uno que está parado a más de un centenar de metros; pies para qué os quiero. Doy una carrera que me deja sin resuello. El conductor, un hombre joven, me ha visto y sonríe paciente viéndome correr como un fantasma con el macuto, la capa de agua y los bastones. Uff. Mi impedimenta, macuto, capa, bastones, tropieza en el estrecho pasillo del bus con todos los pasajeros, pero éstos se vuelven hacia mí con un sonrisa comprensiva.

En Modane me cuesta un poco encontrar el principio del camino, que al final aparece con la indicación amarilla correspondiente: Col de la Valleé Etroit, 6 horas. Respiro profundamente. Es casi mediodía y, naturalmente, llueve. Bueno, me digo, en el peor de los casos a un cuarto de hora del collado hay un refugio si llego muy empapado. Saliendo del pueblo me vuelvo a encontrar otro cartelito, en ese son cinco horas al collado. En cinco minutos ya me he comido una hora de sendero, no está mal. Si en cinco minutos he andado una hora quiere decir que antes de media hora habré superado los más de mil y pico metros de desnivel: perfecto.


Camino empinado pero cuidado y cómodo. Me quito dos o tres veces la capa de agua en la subida pero al rato debo volver a ponérmela. Retomo la lectura de Zweig que hoy habla de Hugo Von Hofmannsthal y Lord Byron, este último un poeta al que nunca supe clasificar y del que no hace mucho leí El Corsario, y que la historia se consagra no sé si más por su relevante personalidad no supeditada a ninguna autoridad, por su romanticismo exacerbado y su participación en la lucha armada para la liberación de Grecia o finalmente por sus versos.

Cuando termino con Byron atravieso un riachuelo y decido aprovechar para comer algo. De momento parece que ha dejado de llover, pero la niebla sigue persistentemente agarrada al bosque. Más arriba, cuando aparezcan los prados y el bosque haya quedado atrás, la niebla, formando masas de enorme olas subirá y bajará por las laderas como un enorme monstruo de muchas cabezas que, entretenido y caprichoso, unas veces dejará que el sol le atraviese y entonces las laderas se vestirán de confortante sol, y otras, arrasando con su masa la visión de las montañas envolverá nuevamente el camino de la nada blanca. Quince minutos al collado y media hora al refugio, leo en un cruce. Llevo un buen tute encima y, como he visto un poco de sol, ya empiezo a hacerme a la idea de dormir en la tienda. Aparte de que subir collado arriba esos quince minutos no me hace ninguna gracia. La cabra tira al monte, sí, señor, mis hábitos solitarios me invitan una vez llegado al collado a segur mi camino valle abajo. Unas serradas cumbres enfrente me hacen acordarme de Dolomitas. Al otro lado grandes prados descienden entre dos grupos de montañas. Desde que asomé las narices al collado se ha levantado un viento frío y desagradable que hace bajar todavía más la temperatura. Por cierto, hablando de narices, he descubierto un divertido modo de usar el teléfono con los guantes y que me habría sido muy útil este invierno cuando con muchos grados bajo cero y de madrugada tenía que usarlo para orientarme o para hacer un foto, lo que suponía quitarse y ponerse guantes, operación nada fácil cuando se tienen los dedos rígidos como sarmientos. Sí, he descubierto que las funciones básicas del teléfono se pueden usar perfectamente con la punta la nariz. ¿Que hace un frío del carajo y no estás seguro de si el camino va por aquí o por allí? Sacas el teléfono, lo enciendes y con la nariz restriegas la pantalla de derecha a izquierda, y allí está el OruxMaps indicando con su flecha tu posición y tu ruta. ¿Qué quieres hacer una foto? Lo enciendes, das un restregón de abajo a arriba con la nariz, un golpecito en el centro de la parte inferior, otro en el icono de la cámara y por fin encuadras y cuando esto está, plas, nuevo golpecito de la punta de la nariz sobre el círculo del disparo y clic, la foto está hecha. A alguno le parecerá una chuminada pero tratad de usar el teléfono cuando hace mucho frío y veréis qué cómodo resulta.



El viento, cada vez más fuerte, y el frío se convirtieron en un problema enseguida. Tuve que descender bastante valle abajo para encontrar un lugar medianamente resguardado. Cuando entré en la tienda estaba roto y helado de frío. Cerré el saco hasta arriba esperando recuperar el calor y me quedé frito. Me desperté de noche. La música del viento y el agua o la nieve vapulean mi tienda. No me extrañaría que mañana amaneciera cubierta de nieve. 













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