Ascensión al pico del Lobo. Las ideas, una china en el zapato de la amistad.



Puerto de la Quesera, 16 de octubre de 2017

Las siete de la mañana. Una débil franja de luz asoma por levante frente a nuestra chozacar. Hora de darse una vuelta por el monte para tratar, si hay suerte, de asistir a uno de esos aleatorios amaneceres que tanto nos gustan. Amaneció más arriba entre los pinos, pero resultó algo rutinario y deslucido. Esto de pillar amaneceres bonitos es una lotería. Día de los que todo transcurre de una manera tan sencilla y corriente que no cabe reseña alguna. Acaso mi enfado cuando vi sobre la cumbre del pico del Lobo las ruinas de una antigua estación de arrastre. No tienen vergüenza esta venta, pensé nada más verlo, y enseguida pensé en cómo las instituciones públicas, con su consentimiento o por sí mismas, arruinan a veces el monte. Eso sí, después dedícate a prohibir esto o lo otro, que eso se les da como churros. ¿No hay nadie que exija responsabilidades, primero por haber permitido esa construcción en la misma cumbre del pico del Lobo, y después por no obligar a quienes lo construyeron a desmantelarlo y dejar limpio el lugar?

No nos pareció la cumbre un lugar adecuado para descansar y pasar un rato contemplando los alrededores, así que evitamos subir a la cima y nos dirigimos al pico de más allá en su lugar, el pico Mesas.

Iba por la tarde a echar un vistazo en el teléfono a las fotos que había hecho por la mañana, cuando accidentalmente di con unas anotaciones antiguas que me que me hicieron olvidar cuál era mi primera intención al encender el teléfono. Yo había llegado al refugio Grazaria en los Alpes de Udine, mi último destino de aquel verano por los Alpes, y allí me había encontrado con Angelo y Pierina, una pareja de mi edad con la que desde el primer momento nació una amistad fluida y espontánea. Me invitaron a comer. Charlamos de lo divino y lo humano durante toda una tarde. Al despedirnos intercambiamos direcciones de correo y nos prometimos volver a vernos pasaba por Venecia o ellos recalaban en Madrid. Al verano siguiente Victoria y yo proyectamos caminar en julio por las Dolomitas y decidimos visitarlos. Vivían en una lujosa casa ajardinada en las afueras de Mestre.

Fue un encuentro cálido que fue enturbiándose poco a poco a lo largo de la comida. Cuando llegamos a los postres nuestros anfitriones habían hecho ya una defensa tan viva y contumaz de sus principios religiosos que, pese a nuestra condición de invitados fue imposible no hacer alguna observación al respecto. Asistíamos a un despliegue de ideas tan retrógradas y tan propias de siglos de oscuridad y teocentrismo que terminamos entrando en materia a nuestro pesar.

El gusto exquisito con que aquella casa estaba diseñada, los cuadros que colgaban de las paredes, pintados con gusto y buena mano todos ellos por la dueña de la casa, el gesto mesurado de quien disfruta de un alto standing de vida, la abundancia de libros en las estanterías, todo ello, que invitaba a propiciar una conversación sosegada y culta, de repente, de la mano de un rancio catolicismo pasó a transformarse en un desagradable desencuentro. La fuerza con que Dios se convertía, haciendo caso omiso de los vinos y las viandas del momento, en mediatizador y hacedor de todas las cosas, su convicción de que el pueblo judío era el pueblo elegido de Dios y la compulsiva defensa de Pierina de la conciencia que deben
adquirir todas las mujeres del mundo subdesarrollado de sus ciclos, porque “si se promovía el uso de preservativos seríamos peores que animales”, fueron enfriando el calor se la hospitalidad hasta el punto de convertir la conversación en un desabrido pugilato, ese punto en que uno descubre en su interlocutor, más que un oponente ideológico, al responsable de un atraso secular que ha fomentado la ignorancia y de una parte considerable del planeta. Decir en aquel punto que la Iglesia no había contribuido en nada al desarrollo de la dignidad humana era echar leña al fuego, pero era la conclusión en una de mis intervenciones cuando conté sobre un viaje nuestro en que coincidimos en Guatemala con la visita del Papa. Recordaba vivamente al Papa con su voz cansina de anciano párroco arengando a las masas más pobres de América con el discurso de la resignación y la esperanza en la otra vida. Repugnante. Y en algún instante hablando de la pedagogía de la liberación y las posibilidades de impulsar la dignidad humana desde la Iglesia, nombro los preservativos (su estricta prohibición papal) y me encuentro que Pierina, hasta ahora al otro lado de una amplísima cocina, donde friega los cacharros de la cena volviendo de vez en cuando su rostro hacia nosotros, abandona su puesto y, con el trapo de secar en las manos, se interpone entre su marido y nosotros y hace la apasionada defensa de dama católica que no ha usado nunca tales medios porque ella es una mujer que conoce su cuerpo y sus periodos, algo que de igual manera deben conocer todas las mujeres del mundo. Para Pierina los preservativos son sinónimo de promiscuidad.

Pierina y Angelo vivían en un mundo de muchos recursos, de refinados gustos culinarios, de bonita casa con estatuas de ángeles en el jardín, de mercedes blanco. Cuando los ritmos de su cuerpo lo permiten, hacen el amor; no son de las parejas que follan. Pierina, con el trapo de cocina en las manos, dirige hacia mí un voluminoso chorro de palabras, apasionadas, llenas
de razones “aplastantes”, se lo facio io lo posono fare tutte le donne, concluye airada, como si aquello fuera la norma a seguir por todas aquellas mujeres que no fueran unas depravadas. No vale decirle  que ella tiene una cultura y un nivel económico que no llega a las cholas de La Paz o a la pobreza de Hondura o Guatemala. Y entonces inmediatamente la voz de Angelo ratifica la creencia del destino que condena, como una suerte de decisión aleatoria de Dios, a vivir y morir en la miseria a quien tiene la desgracia de nacer en un muladar y no en otro sitio, en un entorno como ellos viven, por ejemplo. Y aunque le contesto con palabras más suaves mi idea es ésta, si naces pobre y en una fabela te jodes, la predestinación te ha puesto ahí  así que chitón. Es la voz de la Iglesia… aquella que enseñó resignación y humildad frente al patrón a lo largo de dos milenios. No sirve de nada tener un bonito jardín en el otro mundo cuando se vive alienado y pobre.

La expresión de Pierina ha dejado de ser un tanto amenazadora, pero está allí todavía, unos escalones arriba de la escalera, como la sombra de un gran pájaro negro. La pulida y blanca paloma de la Trinidad preside el lugar; ha abierto su pico y está allá observando el mundo de la burguesa virginidad de su bien amada hija.

Definitivamente el admiración que esta mujer me había producido el pasado año, cuando la encontré en el refugio el año anterior, había desaparecido por completo. A partir de este momento debo poner atención con lo que digo o hago. De aquí en adelante todo debe ser cortesía y amabilidad sin tacha. Sin embargo hay algo de los razonamientos de Piero que quisiera retener cuando expresaba  la vida en los términos del Génesis,
Cain y Abel representando el bien y el mal en el mundo y el pueblo elegido de Dios destinado a impulsar el espíritu de Abel a través de las fuerzas del mal de Caín. Una idea interesante pese a lo que hoy representa Israel en Oriente Medio.

Tras la entrada en escena de Caín y Abel, Pierina, que se había deslizado hacia un rato escalera arriba, volvía ahora dispuesta a meternos a todos en la cama. Se acabó, es tarde, dice; pone la mano
en la boca de su marido y, con una sonrisa de parte a parte de la boca, nos empuja hacia el dormitorio. La gente chic tiene sus propios modos de ser groseros. Sus vivos y bellos ojos azules habían perdido la luz con los que yo los viera el año anterior. Quizás la historia del encuentro con Pierina y Angelo llevaba ahí años esperando a que sin quererlo tropezarse con ella en un rato de ocio.

El teléfono es un mundo que esconde de todo. No, no es de extrañar que más de media humanidad se pase el día con ese aparatito entre las manos. A mí, que he criticado algunas veces su uso indiscriminado, me pierde con frecuencia. Voy a buscar algo y como no esté muy atento me pierdo por el camino, como fue el caso de hoy.

Desde el puerto de la Quesera hemos recorrido por estrechas carreteras un paisaje amable y de suaves colores donde de tanto en tanto irrumpían doradas alamedas. Primero las riberas del río Ayllón, después el campo y sus rastrojales de amarillo desvaído, viejas Iglesias, esos curiosos tejados segovianos que retan a toda lógica con sus tejas colocada en u. Detuvimos nuestra chozacar en un cerrito cuando se avistaba Atienza a lo lejos.









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