Barranco del Salt. Hoy va de osos





Parque Natural de la Tinenca de Benifassa, 19 de octubre de 2017


La pálida luz del amanecer penetra en nuestra chozacar. A oscuras busco mi ropa, me visto, somnoliento comienzo a hacer los ejercicios de rehabilitación. Es cómodo este reducido espacio de nuestra furgoneta, la chozacar ideal para un par de vagabundos sin demasiadas necesidades. Recoger la cama, poner todo en orden, desayunar, elegir el destino del día, hoy el Parque Natural de la Tinenca de Benifassa en el macizo dels Ports, y ponerse en marcha. Como es temprano la luz que baña los pueblos es cálida, como hecha a propósito para detenerse en la cuneta y desentumecer la cámara. Eh, tú, despierta, mira qué bonito está ese pueblo de al lado, le digo dándole un empeñó y sacándola de su funda. Y ella asoma la cabeza adormilada y dice bostezando: bueno, si tú lo dices. Y la tomo de los pelos, y cruzo la carretera y clic. Y tras el disparo ella se encoge de hombros y vuelve a adormilarse. Pero no será por mucho tiempo porque estamos en el Maestrazgo y pronto aparecerá la erguida Morelia alzada sobre el paisaje como un cerro hecho de casitas encaladas que ya desde hace un rato toman su baño de sol en medio de cerritos arbolados de pinos y terrenos ajedrezados delimitados por altas vallas de piedra clara.

Ni que lo hubiéramos hecho aposta. Desde que hemos salido de Somosierra nuestra chozacar ha encontrado la manera se huir de las concurridas carreteras nacionales y así, inesperadamente, en un momento se encuentra con una garganta poblada de dorado álamos; en otro se tropieza con un castillo; un simpático pueblo en lo alto de un cerro; una laguna, ayer mismo recorriendo los miraderos de la laguna de Gallocanta donde a falta de agua sólo pudimos observar un par de bandadas de garzas; más allá con un desfiladero de altas y escarpadas rocas color ladrillo claro; en fin y así hasta tropezar con el parque Natural de la Tinenca de Benifassa a donde nos dirigimos y al norte del cual se encuentra el parque Les Fagedes dels Ports en donde visitaremos el hayedo del Retaule.

Es encantador circular por estas ultimas carreteras que suben, bajan o atraviesan barrancos, diseñadas como caminos que buscan salvar los obstáculos aquí o allá y que tan pronto atraviesan un vado como descienden al fondo de un desfiladero.

Al mediodía la pista de maca dándole que subíamos de pronto exhibió un cartelito con un circulito cojo con su centro pintado de blanco. Se acabó, fin de viaje. Era un poco tarde para hacer la ruta del hayedo, fageda en catalán, así que optamos por dar un paseo por el barranco del Salt, al sur del hayedo.

Y… sorpresa, nosotros que pensábamos en un paseíto tan solo, nos encontramos al poco de empezar a caminar en un magnífico escenario de paredes rocosas y de pináculos que se alzaban sobre el valle aquí y allá como guardianes del Vahalla wagneriano. Y no había ni un alma. Yo esperaba encontrar un sendero que nos llevara a las alturas y, sí, una hora después de caminar por una pista forestal lo encontramos, una senda que formaba parte de un itinerario circular entre Fredes y la Tenalla y que subía zigzagueando por el pinar hasta alcanzar las cimas superiores del barranco. Y arriba, tras quinientos metros de desnivel que se nos hicieron poquita cosa, nos encontramos con la bonita perspectiva de un puñado de barrancos de cuyos fondos se alzaban paredes y pináculos que formaban un armonioso conjunto. Cuando nos encontramos ante un espectáculo como el de hoy siempre décimos lo mismo: ¡qué bello es el país este en que vivimos! ¿Cuántos lugares habrá en España después de recorrerla intensamente durante medio siglo que no conocemos? Y nos contestamos: muchos. Y es verdad. Yo he hecho no menos de quince mil kilómetros a pie por las tierras de este país desde que me jubilé, y ni se sabe por otros medio después de los veinte años, y a veces tengo la sensación de que me falta otra mitad del país por conocer. Para los que dicen, empujados por las noticias del momento, que nuestro país es una mierda, hay que recordarles que deben afinar su lengua y no confundir a los sinvergüenzas que habitan nuestro país con sus tierras y sus gentes. Hoy miraba a mis pies alrededor desde lo alto del barranco y casi me daba una borrachera patriótica.,, Cuánto amo y cuánto me gusta este país; y ojo, que la parte más notoria de estas montañas pertenece a Cataluña, a la que queremos y amamos como nuestra tierra de parecida manera a como amamos y deseamos la libertad de expresión para todos y cada uno de lo que pueblos de la patria (y confesar aquí que me da un tanto rubor escribir esta palabra, patria, que siempre apareció usurpada como bandera de la España más nefasta y retrógrada)

En lo alto un ancho camino, que recorrer la sierra desde Frades, era poco menos que un balcón sobre el espectáculo del barranco y sus huestes, todas enhiestas como robustos gigantes de roca de paredes verticales surcadas de techos y placas para satisfacer las necesidades de los escaladores más exigentes. Ancho camino que, antes de precipitarse sobre la ladera opuesta, atraviesa la llamada con buen tino Puerta del Infierno.

Y más abajo miraba yo a mi compañera de caminata, mi chica en cuestión, y se me vino a la memoria cierto día que caminábamos por las montañas del parque nacional de Denali, en el macizo del MacKinley, y que, después de haber tenido que recibir un cursillo por parte de los encargados del parque sobre el comportamiento que debían tener los visitantes en relación a la loa osos. La miraba y me decía, joder, mira que si se nos aparece un oso por estos andurriales… y recordaba, sí, la enseñanzas sobre el asunto que en esencia consistía en tener la comida a buen recaudo encerrada en envase herméticos para no dar pie a que el olfato de los ursus la detectara, pero sobre todo en dar a conocer nuestra presencia por los caminos cantando o chillando para no tropezarnos con algún oso desprevenido, pero especialmente con un osezno. Una osa ante un osezno asustado puede convertirse en un enemigo mortal. Los encargados del parque no tenían ningún empalago en relatar unas cuantas historias de caminantes desprevenidos que habían terminado entre sus garras por no avisar previamente de su presencia. Pues eso, que me acordé de entonces, cuando ambos a coro nos desgañitábamos cantando todo nuestro repertorio por los caminos a fin de que osos y oseznos salieran pitando con nuestro desafinado griterío. Recuerdo como en aquellas marchas nos prometimos que nada más llegar a Madrid íbamos a hacer un cursillo de canto y baile para prepararnos adecuadamente para nuestra siguiente visita a los parques nacionales de Alaska.

Bueno, y ya que he contado la historia de los osos, creo que es mejor acabar. Una hora y media más y ya estábamos de vuelta en nuestra chozacar. Como buen compañero de andanzas me adelanté a mi chica para que cuando ella llegara tuviera servido un buen vaso  de zumo de naranja recién exprimido. Cosas de tener contenta a la cocinera; la cocina para un chapucero culinario como yo es uno de los mejores atractivos de nuestra recién estrenada chozacar.















No hay comentarios: