Santarém, 15 de febrero de 2018
Etapa Azambuja – Santarém
Definitivamente esta es mi hora; hoy las cinco y media de
mañana. Ese perfume matinal que tanto lo forman los ladridos lejanos de un
perro, el canto de un cárabo o esa constelación de luces del pueblo que
lentamente voy dejando a mis espaldas, es un escenario que gusto con mucho
placer. Ese punto de la última farola del pueblo en que la luz da lugar a la
oscuridad más absoluta, al revés que en el Génesis,
siempre viene revestido por un punto de misterio; el momento en que las
farolas del cielo, hoy ocultas tras una masa de nubes, es un instante esperado
cada mañana cuando dejo atrás el albergue. Me abro paso entonces en la
oscuridad como quien penetra en la masa húmeda de la niebla. Reacio como
siempre a usar linterna, me muevo por el oscuro pasillo que dejan en su
interior una doble fila de olmos viejos, como lazarillo que tentara su camino
con miedo a dar un tropezón y acabar con las narices en el suelo. La sonoridad
de mis pasos sobre la tierra dura de la mañana aparece como un metrónomo que
marcara el ritmo de mis sensaciones en el pentagrama de la hora.
A mi derecha rumorea el agua de uno de los canales que
acompañan el curso del Tajo, omnipresente señor de estas tierras al que he visto
ensancharse en algún lugar como un gran río africano. Hoy la noche es más noche
que los días anteriores. De vez en cuando más allá aparece el brillo taciturno
de un charco en donde se refleja el color mate de la noche. La pista discurre
tranquila y sin prisas junto a otros canales, pasa junto a una casa de
labranza. Aprovecho para sacar el librito de Khalil Gibran que empecé días
atrás en casa:
“Tres perros tomaban sol y conversaban.
El primer perro dijo entre sueños:
—Es realmente maravilloso vivir en estos días en que reinan
los perros. Consideren la facilidad con que viajamos bajo el mar, sobre la
tierra y aun en el cielo. Y mediten por un momento sobre las invenciones
creadas para el confort de los perros para nuestros ojos, oídos y narices.
Y el segundo perro habló y dijo:
—Comprendemos más el arte. Ladramos a la luna más
rítmicamente que nuestros antepasados. Y cuando nos contemplamos en el agua
vemos que nuestros rostros son más claros que los de ayer.
Entonces el tercero dijo:
—Pero lo que a mí más me interesa y entretiene mi mente es
la tranquila comprensión existente entre los distintos estados caninos.
En ese momento vieron que el cazador de perros se acercaba.
Los tres perros se dispararon y se escabulleron calle abajo,
y, mientras corrían, el tercer perro dijo:
—¡Por Dios! Corred por vuestras vidas. La civilización viene
detrás de nosotros.”
Caminando todavía en la noche lejos de la civilización y a
la orilla de un río que aparecía silencioso e indiferente a mi paso, no dejaba
de hacerme gracia la reacción de estos perros que huían, pies para que os
quiero, de la civilización que pretendía acabar con sus vidas. Tánto que
debemos a la civilización y que en algún momento se vuelve contra nosotros
cuando la tecnología y la ambición de unos pocos se alejan del sentido común.
Y más adelante: “Cierto día, dos hombres que se encontraron
en la ruta caminaban juntos. Llegaron a un ancho río. Y uno de ellos no sabía
nadar; se dijeron: nademos. Y se
zambulleron y nadaron.
Y uno de los hombres, el que siempre supo de ríos y rutas de
ríos, de pronto, en el medio de la corriente, comenzó a perderse y a ser
arrastrado por las impetuosas aguas; mientras, el otro, que nunca antes había
nadado, cruzó el río en línea recta y se detuvo sobre un banco. Entonces,
viendo a su compañero luchando aún con la corriente, se arrojó otra vez al agua
y lo trajo a salvo hasta la orilla.
Y el hombre que había sido arrastrado por la corriente dijo:
—¿No habías dicho que no podías nadar? ¿Cómo es que cruzaste
el río con tanta seguridad?
—Amigo —explicó el segundo hombre—, ¿ves este cinturón que
me ciñe? Está lleno de monedas de oro que gané para mi esposa y mis hijos, todo
un año de trabajo. Es el peso de este cinturón el que me condujo a través del
río, hacia mi esposa y mis hijos. Y mi esposa y mis hijos estaban sobre mis
hombros mientras yo nadaba.
Y los dos hombres continuaron su camino juntos hacia
Salamis.”
Concluyendo está historia recordé a Walter Bonatti que tras
una azarosa tragedia en las paredes del Mont Blanc, que duró días y donde
perecieron de inanición dos alpinistas, creo, ah, mi memoria, logrando él en
solitario solventar una parte importante del rescate, cuando fue preguntado de
dónde había sacado la fuerza para superar tanto sufrimiento, su respuesta fue
muy similar a la del personaje del cuento de Khalil Gibran: mis fuerzas
salieron de la certeza de saber que en casa me estaba esperando mi amada. Bello
colofón para un final de aventura del gran Bonatti.
Hoy será un día como hecho para el sufrimiento. Las piernas
empezaron a dolerme muy temprano y, la espalda, que hacía tiempo que no me
chillaba, se sumó muy temprano a ellas. Etapa de treinta y tres kilómetros que
me ha pillado desprevenido y, me temo, muy desentrenado. Para estar en forma no
basta salir esporádicamente a la montaña. Te pasas un verano subiendo y bajando
montañas, tu cuerpo se pone en muy buena forma, pero cuando dejas unas semanas
de moverte, adiós. Hoy la lectura no me libraba de este temprano cansancio matinal.
Pessoa me decía que estaba contento porque existía, y yo sospecho que junto al
Pessoa brillante de la prosa exuberante y ligera existe un Pessoa melancólico
que no se libra de pasar por largos periodos de abulia. Hablaba esta mañana de
la monotonía como si fuera un abrigo en que acurrucarse; la novedad le
asustaba, Le dejaba el alma desprotegida: “Sabio es quien monotoniza la
existencia, puesto que entonces cada pequeño incidente tiene un privilegio de
maravilla. Para mi cocinero monótono, una escena de bofetadas en la calle tiene
siempre algo de apocalipsis modesto. Quien no ha salido nunca de Lisboa viaja
al infinito en el tranvía cuando va a Bemficay, si un día va a Cintra, siente
que ha ido a Marte. El viajero que ha recorrido toda la Tierra , de cinco mil millas
en adelante no encuentra novedades, porque sólo encuentra cosas nuevas”.
A estas alturas de mi lectura me asombra la capacidad de
Pessoa para agarrar en ocasiones el rábano por las hojas si ello sirve a su
propósito. Sí, hay una buena dosis de monotonía hoy en mi recorrido. El alto
malecón, como el lomo de un burro, que recorre las orillas del Tajo en
prevención de posibles inundaciones, me sirve de miradero sobre los
alrededores. La mañana pasa lenta entre un libro y otro. Paro en un bar a
tomarme un café, estoy en Velada, pero todavía me quedan veinte kilómetros.
Llegar llegué al Albergue da Santa Casa da Misericórdia de
Santarém, pero hecho unos zorros. No podía dar un paso más. No tenía fuerzas ni
para comer. Cerré la puerta de mi habitación, me tiré directamente sobre la
cama, me cubrí con un par de mantas y me quedé profundamente dormido.
Dos horas duró mi siesta. Ahora apuro los últimos momentos
del día con esta crónica. Escribo tumbado con el anorak puesto y cubierto por
dos mantas. Hace un frío conventual en esta Santa Casa de la Misericordia.
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2 comentarios:
Hice un comentario tu segundo día, pero parece que no te ha llegado, bueno es igual, tampoco era tan importante.
El entrenamiento lo es todo, Carlos Soria siempre me dice, como no entrene todos los días, todos, no podría hacer lo que hago con la gente edad que tengo.
Espero que tus dolores vayan desapareciendo.
Me parece que anda un poco loco el Google. Te contesté en tu segundo comentario, que yo había ya respondido pero que se quedó colgado en una incierta cobertura.
Carlos debe de ser muy ciantante. Yo, nada más llegar a Madrid después de mi gira de verqno, también me propuse caminar a diario, pero fui incapaz. Por las malanas igual, soy un dormilón y en casa me cuesta horrores levantarme pero me pongo en camino y las cosas cambian. A veces me despierto inquieto pensando si no habre oído el despertador
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