Jueces sicarios al servicio de la ignominia





Santa Maria la Real de Nieva, 24 de marzo de 2018 
Camino de Madrid. Etapa Coca – Santa María la Real de Nieva. 


El intenso frío de la mañana concita en mí fríos de otras latitudes que, anecdóticamente, cuando necesito tomar unas notas, me llevan a la aventura de Scott en la Antártida, cuando echada la suerte de que no podrían sobrevivir al frío y a la inanición, escribía una carta a su esposa despidiéndose de ella en medio de ese paisaje de frío y muerte. Muchas veces me imaginé a este hombre que, frustrado después de alcanzar el Polo Sur porque el noruego Amundsen se le había adelantado en la primicia, vuelve cabizbajo de retorno perseguido a cada paso por la muerte. No ser el primero en esa carrera hacia el Polo Sur frustra toda la enorme energía que ha derrochado en su aventura, sin embargo el detalle que yo recuerdo está mañana de una manera significativa es esa carta que escribiera a su esposa en condiciones tan extremas ya cercano a la muerte. Merece la pena reproducir algunos fragmentos. Cuando Scott escribía aquella carta la temperatura era de setenta grados bajo cero. Estas eran alguna de sus palabras: “Querida, no es fácil escribir por el frío, 70 grados bajo cero y nada más que nuestra tienda de campaña para cobijarnos". "Lo peor de esta situación es que no te volveré a ver, hay que afrontar lo inevitable", le decía el capitán a su esposa, a la que le pedía que se volviera a casar: "Cuando el hombre adecuado llegue para ayudarte en la vida, deberías volver a ser feliz (...) espero ser para ti un buen recuerdo".

Si algo bueno tiene encontrarse con dificultades de cualquier tipo es la capacidad que tienen éstas para convocar a los recuerdos y a las experiencias significativas propias y ajenas. Esta mañana en Facebook un peregrino comentaría algo sobre la Ruta de la Lana que enseguida a mí me llevó a recordar las gélidas mañanas por las que pasé después de abandonar Quintanarraya. Las tierras del Monasterio de Silos con temperaturas inferiores a los diez bajo cero, en días por demás que yo empezaba a caminar antes de las seis de la mañana, han quedado marcadas en mi recuerdo de un modo muy especial. Solo, en medio de la oscuridad más absoluta, el frío cortante, la dificultad cada vez que tenía que consultar el gps que me obligaba a quitarme los guantes, los dedos rígidos y fríos como palos; y luego la alegría infantil cuando el sol aparecía al fin sobre el horizonte y empezaba a calentar el mundo. Pienso en lo bien que nos vendría ser fuertes y habituarnos al frío, a cualquier condición adversa. Eso que mi hijo Mario, cuando trajinando en invierno de un lugar a otro de la sierra con su rebaño de cabras, me decía, que tenía que preparar su cuerpo para el frío. Yo no hago ese tipo de ejercicios, aparte de que con los años me haya hecho muy friolero, pero sí reconozco que cuando me pilla la ocasión siempre se me enciende alguna luz por dentro y la de esta mañana era ese ejercicio de escribir con setenta grados bajo cero de Scott en la Antártida, eran las horas intempestivas en un monasterio helado como el de Silos, los Maitines, los Laudes o las Vísperas, que no sé cuál es cual, en los que los monjes rompían el silencio de la noche con sus cantos; eran mi primer vivac a pelo en invierno en el Circo de Gredos con un saco de pena; eran un amanecer en enero ascendiendo a lo Biseberris; eran… Hoy por el contrario era incapaz de sacarme los guantes de encima para tomar un nota o hacer un foto.


En Nava de la Asunción paro a tomarme unos bocaditos de pulpo con un zumo de naranja. La televisión como siempre parlotea imponiendo su orden en el planeta. La 1 dixit y recurro a los tapones, pero igualmente las imágenes cantan. Y entonces para evadirme de la agresión me propongo escribir un cuento mientras doy cuenta del pulpo, el zumo de naranja, en fin, el café con leche.

Digamos que hablo de Spanichthan, un remoto país salido de una de las crónicas marcianas de Ray Bradbury. No es cierto que haga dos meses que haya dejado de leer los periódicos y seguir las noticias por prescripción médica, la verdadera razón, como será fácil de adivinar, es que asomarme a los noticieros y a lo que pasa en este Spanichthan me produce náuseas. Solamente ver la jeta de alguno de sus dirigentes me pone en situación de taquicardia a punto de reventar. Desde que he entrado en el susodicho país, no obstante, y pese a mis colección de tapones de cera, ha sido imposible que no viera “cosas” en ese aparato que parlotea día y noche en todos lo sitios. Es decir, no sé apenas nada, sólo imágenes y letreros que veo en la televisión del gobierno. La infamia ha llegado a tal extremo que un servidor, sin ser brujo ni visionario la percibe con el olfato. Hablo de oídas, o mejor dicho de narices, porque todo lo que me llega hiede como para echar para atrás al más pintao. Pues bien, sin ver, sin oír, sin tener ni idea de lo que pasa en Spanichthan, está mañana después de echar un vistazo a la 1, me salía del alma el convencimiento de que en este lugar, que algunos quieren convertir en un país de risa, de charanga y pandereta, decía Machado, los jueces, un buen puñado de ellos, quiero decir, no son otra cosa que sicarios al servicio de la ignominia. Estando tan desinformado de lo que pasa en este país marciano, claro, uno se puede equivocar aunque invoque viejos asuntos como el del juez Elpidio o Baltasar Garzón; se puede equivocar, claro, pero hoy nadie le va a arrancar de la piel al que esto escribe que está gentuza no son otra cosa que cobardes sicarios al servicio de intereses espurios. Jueces que santifican y bendicen todos los desmanes de la mafia del PP, que son la mano blanca de ladrones de chaqueta y corbata, que sirven para amañar toda clase de complots contra los adversarios políticos… puaf. Probablemente, ahora que leo una novela que relata el ambiente social y político de la Colombia de final de siglo, algo no muy diferente de lo que sucedía allí aunque aquí no corra la sangre por la calle. La impunidad con la que este gobierno convierte al país, este tan maltratado Spanichthan, en un lugar donde la miseria moral es pan de todos los días, es una agresión contra la inteligencia y la dignidad de las personas.

“¡Viva la muerte, abajo la inteligencia! ”, reproducía un rato antes mi novela las palabras del bruto ese llamado Millán Astray. Estos no gritan viva la muerte, porque no está de moda como lo estaba en 1939 en el fascio alemán, italiano y peninsular, pero igual lo susurran en voz baja, ellos para los cuales que son chusma todos los que protestan y piden justicia en el país. Atila y sus bárbaros, capitaneados por jueces y magistrados, asolan le país. Está por ver si la hierba volverá a crecer de nuevo tras su paso.


Después de Nava de la Asunción me encuentro con Paco el peregrino. Ha atravesado días pasados Guadarrama y me cuenta. Mucha nieve, mucha. Y un poco más adelante me desvío del camino para tomar un enorme y largo pasillo, una de esas vías verdes que han nacido al amparo de abandonadas rutas ferroviarias. El pasillo, recto y sin concesiones a derecha o izquierda, me recuerda un lejano viaje en el Transiberiano que hace servicio entre Moscú y Pekín, y que atravesaba enormes y solitarios bosques.

Entro en el restaurante de Santa Maria Real la de Nieva y, ah, bendita ilusión, Triana cantaba en la tele:

“Necesito respirar
Descubrir el aire refresco
y decir cada mañana
que soy libre como el viento.


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