La belleza del alma




Cicera, 7 de abril de 2018 


Camino Lebaniego. Etapa Sordio – Cicera. 

Pensé que hoy me tocaría andar todo el día como un zombi, pero, curiosamente superé bien una noche en vela. Me acosté antes de las diez y a las dos de la madrugada todavía estaba luchando con esos bichitos, negros, como de milímetro y medio, que me llenaron el cuerpo y de ronchones. Deshice la cama un par de veces, inspeccioné mantas y sábanas minuciosamente, maté tres o cuatro, pero me acostaba y de nuevo el picor me venía de aquí o de allí. Cerca de las dos de la mañana me vestí del todo, me puse unos calcetines gruesos, escondí mis manos en las mangas del suéter y así pude dormir algo. Me desperté con el cuerpo acribillado y lleno de ronchones, y lo que fue peor con lo lo ojos acribillados y los párpados hinchados como pelotas. Sólo podía ver por una pequeña rendija que había dejado la hinchazón. ¿Chinches, pulgas…? No era cosa de ponerse las gafas y encender el teléfono para consultar la Wikipedia. 

A las seis de la mañana ya estaba en pie. Chispeaba un poco pero ni siquiera fue necesario que me pusiera la capa de agua. Enseguida me envolvió la oscuridad, el silencio, la fragancia de los eucaliptos. Mis botas sobre el asfalto emitían el familiar clac clac, el metrónomo amigo de las madrugadas ponía ritmo al silencio apenas perturbado por una muy ligera brisa. La música de la mañana, como en la sinfonía 45 de Haydn llamada de las velas o de los adioses, en que los instrumentos van callando y marchándose uno a uno los músicos, sólo que aquí al revés, poco a poco el amanecer iría incorporando instrumentos según el sendero descendía hacia el río Nansa. Primero fueron los pájaros, un tímido piar al principio y después un barullo en aumento; más tarde el rumor creciendo de las aguas caudalosas del río; a continuación unos gallos, los ladridos de los perros, el ruido y del motor de un coche en algún lugar de la noche. Cuando llegué al río la orquesta sonaba al completo preparando la llegada del nuevo día. 

Fue extraordinario encontrarse de repente en las riberas boscosas del Nansa; la luz abriéndose camino entre las nubes y un bosque denso; las aguas crecidas y caudalosas saliendo de la noche impetuosas y desbocada; la sensación de estar atravesando una húmeda selva que a tramos me recordaba algunas caminatas por las junglas de la isla de Borneo en Malasia; el camino guardado por manojos de campanillas blancas; las pasarelas de madera sobre el río salvando tramos rocosos; las yedras y otras plantas trepadoras cubriendo los corpulentos troncos en cuyos brazos asomaban ya los tiernos brotes de la primavera.

En realidad es uno de los tramos fluviales más bellos que conozco. El cielo estaba cubierto y ello añadía suaves matices de color a las rocas y arbustos entre los que el sendero se abrían paso trepando a veces por las laderas o acompañando de cerca al río y a sus numerosos meandros. En algún punto las señales hacia el monasterio de Santo Toribio de Liébana abandonaban el río para trepar por la ladera derecha; las seguí por un centenar de metros pero terminé considerando que la ribera del río era más bella y di media vuelta para volver a ella. Ya volvería al sendero del monasterio más adelante. En el río recordé que había abandonado a Platón el último día de mi Camino de Madrid y me apeteció seguir con El Banquete. El sendero era estrecho y el río se desparramaba en múltiples ramales dejando pequeñas islas entre sus aguas. Agatón, enamorado de Sócrates, pide ocupar un asiento ya la derecha de éste. Mientras tanto ha entrado en escena Alcibíades al que se invita a hablar a su vez sobre el amor y que éste, en uso de la palabra sustituye por un elogio a Sócrates, al que pretende como amante aunque no es correspondido por él. Sócrates termina cerrando el ciclo de los discursos usando para ello las palabras de Diotima que versan sobre la belleza física y la belleza del alma y que acaba colocando a esta última por encima de cualquier otra belleza. Sugestivo tema que me hace sonreír a la luz de la energía y el dinero que gasta nuestra sociedad en tener a punto la primera y lo poco, tan poco, que empleamos, energía, ganas, disposición, en embellecer nuestra alma, que con mucha más razón debería de constituirse en objetivo esencial de nuestra vida. Embellecer el alma, nuestros actos, nuestra relación con los demás, que un observador imparcial viendo y conociendo a alguien pudiera decir: tal, qué alma más bella tiene. 

Las cumbres de Picos de Europa y sus cimas nevadas terminan apareciendo ante el peregrino en las cercanías del desfiladero de la Hermida. El paisaje se hace agreste, bello, esa palabra. Los prados y las pequeñas aldeas comparten este mundo con las montañas y la roca caliza de las laderas. Mi jornada de hoy termina en Cicera, treinta y muchos kilómetros de tramos y de montaña. Hoy me pasé. A una hora de Cicera me tumbé en el camino sin quitarme el macuto con el ánimo de descansar sólo unos minutos y me quedé frito, creo que dormí una o dos horas. Me despertó el teléfono. Era mi chica que me llamaba desde Méjico. 

Y volver al camino es también volver a los bares que en él encuentro, y date, los medios ya se han encontrado con otra mina; la anterior, que me persiguió durante semanas fue la de el niño Gabriel; ahora durante días me encontraré a la Cifuentes hasta en la sopa, el otrora niño Gabriel asesinado, pobre criatura, reciente pasto de la impudicia de los medios, es sustituido por el esperpéntico personaje que rige la Comunidad de Madrid, esa Cifuentes que viste la sonrisa más falsa que uno puede encontrar en el basurero de la falsía. Y me admiro de la pasión que ponen periodistas y entrevistados departiendo sobre el asunto en la tele como si tratara de resolver el problema de la Santísima Trinidad, una y trina a la vez, mientras al personal se la trae floja el clientelismo, el perjurio de los jueces, la caja B, las víctimas del franquismo, el exangüe fondo de las pensiones que ha hecho desaparecer el PP, el que los ricos cada vez sean más ricos y los que menos tienen tengan cada vez menos. Ufff, cuidado cuidado tío. No, no es que yo sea ventrílocuo, es un enanito que me está dando golpecitos en el hombro diciéndome, para, para tío, no vuelvas a las andadas, deja en paz a este engendro de locos y sigue pensando en las cosas bonitas del mundo, en el suave pubis que alberga como un tesoro tu memoria y tus neuronas, piensa en todos los no-locos del planeta que también son muchos. 

No hay Dios capaz de organizar el mundo de una manera armoniosa, pero seguro que... sí,  hoy estoy algo iluminado  y voy a proponer una manera de empezar a organizar el mundo de manera que esto empiece a funcionar mejor. Ahí va mi propuesta. La idea es dividir el planeta en dos mitades esencialmente. Los que no quepan en ninguna de estas dos categorías, 
o forman estados independientes aparte o se suman a una de las dos corrientes principales aceptando sus normas y sus criterios de vida. Las dos categorías: una, la de los locos. En ella estarían los ansiosos y coleccionadores de poder y riqueza, los tontos de turno que desperdician su tiempo y su vida amasando como el rey Midas ese tipo de cosas y haciendo de paso la puñeta a los demás. También estarían todos sus seguidores, los consumidores compulsivos, los que eligieron vivir en un régimen de esclavitud trabajando y sudando tinta para pagar casa, casa en la playa, casa en el monte, un coche cada año y que en definitiva retroalimentan el sistema; los que confunden el culo con las témporas y no sacan tiempo para disfrutar largos ratos con sus hijos, su pareja o sus amigos. Y tengo que hacer un paréntesis para confesar que tanto caminar y tanto peregrinaje, ya va para dos meses, está despertando en mí una agresividad y claridad de mente que trata de depurar y separar lo importante y lo aleatorio en la vida a marchas forzadas a fin de detectar, antes de que venga el coco, las tontunas en que he envuelto a veces mi vida y que observo hacen estragos a mi alrededor.

En la otra categoría estarían los ingenuos, las almas sencillas que sólo quieren vivir y que les dejen vivir; aquellos que gustan del canto de los pájaros, de las flores del campo, de la música de los arroyos y la brisa; aquellos que gustan de perder soberanamente el tiempo mirando jugar a las nubes al corre corre que te pillo; los que no necesitan mucho dinero para vivir, ni casas mastodónticas; los que gustan mirar al cielo de la noche para tratar de atrapar alguna estrellas fugaz o para ir nombrando las constelaciones mientras acaso sus manos acarician el rostro de su amada. En fin ese tipo de gente. Creo que se entiende, ¿verdad? 

Pues eso, visto que una parte de la humanidad, los que he llamado locos, tienen gustos tan diferentes de los del segundo grupo, los ingenuos, las almas sencillas, los amantes del ocio y la naturaleza, los amantes de los hombres, repartamos el mundo y que cada cual se organice a su gusto. Llamemos a elecciones al mundo y que democráticamente decidamos vivir con los afines a nosotros, los locos con lo locos y los tontos que solo queremos vivir en paz y amar los sencillos placeres de la vida con los “tontos” de nuestra igual condición. Andar revueltos unos con otros nos hace perder demasiado tiempo y energía. Además así saldría ganando el planeta y las generaciones futuras. Que consuman hasta la extenuación los locos su planeta y su tiempo mientras nosotros, como el Principito, nos dedicamos a contemplar las estrellas y las cosas bellas de nuestro mundo. 























2 comentarios:

Paci dijo...

Hola Igenuo, as simplificado el mundo de tal manera que no me veo reflejado, alguna vez algunos me dijeron "usted es tonto y jamas llegara a nada", y otras veces me ha dicho "eres un ingenuo que no vives en el mundo real" y ¿sabes lo que me ha salvado para estar en este mundo caotico? retirarme 100metros a un lado y sentarme a ver que pasa. !ah¡, y tener siempre como compañera a una mujer cuyo CI sea por lo menos 30 puntos mas alto que el mio.
Me alegro que sigas en el Camino y que sigas filosofando para contarnos el paisaje y los pensamientos.

Alberto de la Madrid dijo...

Dichosos lo ojos que te ven. Me despertó tu toc toc. Estaba profundamente dormido y sonó el teléfono. Hecho unos zorros, a la vera del camino había terminado por medio tumbarme a dar alivio a mi espalda y me quedé frito a media hora de Espinama. Debo llevar sueño atrasado desde la noche de las chinches o quizás de antes o quizás tenga la culpa el vivir demasiado deprisa. Quizás algún día llegue a una simplicidad mayor y entonces ni siquiera necesite caminar. El mundo tiene tanto de circo que en definitiva no sería raro que como buen taoista me buscara una cabaña todavía más alejada del mundo que la que tengo ahora, algo más lejos de esos cien metros de que hablas. Bonita cosa la inteligencia, sí...