Robinson Crusoe diserta :-) sobre el pubis y el amor a la naturaleza



Cercanías de Es Caló, Formentera, 14 de abril de 2018


La música de la lluvia suena monótona sobre el techo de mi tienda. Le acompaña el fragor del mar, hoy bravo y tempestuoso a pocos metros de mi saco de dormir. Recuerdo al Robinson Crusoe de la película de Buñuel y me siento inclinado a escribir a su modo. El caminante solitario, de parecido modo al náufrago de la novela de Swift, se siente esta mañana tan aislado en el mundo bajo esta lluvia que igual podía durar unas horas que una semana, lejos de un núcleo habitado, tan bajo el cobijo de los elementos, que ni siquiera hace falta cerrar los ojos para imaginarse a aquel personaje arribado milagrosamente a una isla tras el naufragio. Peor aquí que no encontraría otra caza comestible que esas gritonas gaviotas que vuelan ajenas a la lluvia por encima de mi tienda a cada rato. Gran sensación de soledad porque con el agua ni se me pasa por la imaginación que nadie pueda molestarme en este paisaje de acantilados sacudido por los elementos.

Mi vocación de solitario es siempre una constante búsqueda de sensaciones. Las sensaciones, lo mejor que tenemos, al decir del gran poeta lusitano Fernando Pessoa. Y recordando a este hombre me sonrío imaginándomelo en mi situación. Un hombre que en su vida salió de su pueblo después de su adolescencia, magnífico pueblo Lisboa, no obstante, que amaba las sutilezas de las palabras y las sensaciones pero al que ni por todo el oro del mundo se le hubiera ocurrido aproximarse a la experiencia del protagonista de una nivela que seguramente apreciaba.

El Robinson Crusoe de esta mañana, que no dispone de escopeta ni de habilidades de cazador, ayer tuvo que cargar exageradamente sobre sus espaldas sustento para varios días y, en una de éstas, se hizo daño en la espalda y ahora anda preocupado por un lumbago que no sabe si le va a permitir cargar con su impedimenta. Darse la vuelta en el saco ya es un asunto doloroso, así que cargar con los casi veinte kilos del macuto ya sospechosamente se presenta como una tarea imposible. El cielo dirá. De momento el náufrago atiende al dúo musical de la mañana, monótono pero a la vez profundo, penetrando en mi cuerpo y en mis sentidos como si estos fueran una esponja que absorbiera cada nota, cada brizna de brisa y las guardará dentro como en una caja de música para después, una vez en casa, porque en algún momento este robinsón tarde o temprano habrá de ser rescatado de la isla, una vez en su casa poder acunar su sueño con el recuerdo de la lluvia y las olas. Que no es otra cosa muchas veces esta labor de solitario que esa de recolectar sensaciones y vivencias para después írselas zampando poco a poco en las largas tardes de contemplar el crepúsculo frente a su cabaña, en las largas noches de invierno mientras mira las llamas del fuego y piensa y sueña  allende su estadía en las islas lluviosas o en las montañas iluminadas de caramelo de algún lejano amanecer en los Alpes.

Hay quienes durante toda su vida invierten mucho dinero para asegurar los años de la vejez, yo sin embargo invierto en sensaciones, colecciono sensaciones y, para que no se me escapen y se me olviden, las voy escribiendo en este pequeño diario del camino con la finalidad de más adelante obtener el rédito de su recuerdo. Para cuando sea muy mayor, Dios mediante, me puedan acompañar en las largas horas de pensar la vida, para que como el poeta pueda exclamar aquello de “confieso que he vivido”. Gran afición esa la de Neruda, que no era aficionado a los caminos ni a las montañas, pero que coleccionaba otra clase de preciosos tesoros. El confieso que he vivido de Neruda estaba lleno de cuerpos de mujer, de pubis angelicales:

“Cuerpo de mujer, blancas colinas, muslos blancos,
te pareces al mundo en tu actitud de entrega.
Mi cuerpo de labriego salvaje te socava
Y cae la hora de la venganza, y te amo.
Cuerpo de piel, de musgo, de leche ávida y firme.
Ah los vasos del pecho! Ah los ojos de ausencia!
Ah las rosas del pubis! Ah tu voz lenta y triste!
Cuerpo de mujer mía, persistirá en tu gracia.
Mi sed, mi ansia sin limite, mi camino indeciso!
Oscuros cauces donde la sed eterna sigue,
y la fatiga sigue, y el dolor infinito”.

Mi “confieso que he vivido” lo está también de mujer y del oloroso y húmedo rincón de un pubis, pero el salvaje que llevo dentro amó también las montañas y los truenos restallando en sus cumbres, y el reto de sus paredes de granito, y los interminables caminos por valles y por bosques, y el mar y los dorados rastrojales de Castilla con sus trigales mecidos como olas por el viento. El salvaje que llevó dentro desprecia el afán por el dinero y ama intensamente la vida y todo lo que hace vibrar las fibras de su cuerpo, esta mañana en un remoto rincón sobre los acantilados de la isla de Formentera bajo el techo de mi tienda mientras la lluvia tintinea sobre ella. Aquel vanidoso Dios del Génesis si hubiera tenido la cabeza en su sitio habría puesto en la cabecera de su decálogo un amarás la vida sobre todas las cosas en vez de aquel inútil me amarás a mí sobre todo el universo.

Recoger grandes cantidades de vida en el cuenco de nuestras manos para como bereber sediento que ha atravesado largas jornadas de desierto poder beberla poco a poco, sorbo a sorbo en el crepúsculo de nuestras vidas. He ahí la gran fuente de la sabiduría.

Necios (con perdón y cariñosamente) que amáis desproporcionadamente la riqueza y el poder, convertíos al amor de la mujer y la naturaleza, amad esta bendita tierra y sus entrañables rincones, sorbed en el fresco e íntimo pubis, allí donde la vida ve la luz, el néctar que nos ha de dar la vida. Ya sabéis, los caminos del Señor son inescrutables, pero dichosos aquellos que no se equivocan de senda (pobre diablo, yo, sí,   que en este momento se cree en posesión de la verdad).

He dicho :-).  Que ustedes tengan un bonito día.



albertodelamadrid.es

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