El Chorrillo, 4 de junio de 2018
Ahora el campamento base
que habíamos utilizado el día anterior en nuestra expedición a la norte de La
Maliciosa ;-), una Mercedes Vito en otro momento identificada como mi chozacar,
viajaba a nuestras espaldas en la plataforma de una grúa. En mí estaba
empezando a amainar el cabreo que llevaba encima porque había metido en la
furgo ochenta y cinco euros de gasolina, cuando la chozacar, el campamento base
o como se le quiera llamar, usa gasoil; amainaba poco a poco después de haberme
llamado imbécil un centenar de veces, entre otras cosas porque no es la primera
vez que confundo el carburante. Era el caso que después de que el gruista me
hubo contado unas cuantas anécdotas, que venían al caso, de idiotas como yo, en
la grúa se hizo el silencio y pude disfrutar del magnífico crepúsculo que como
un incendio se escenificaba sobre los cumulonimbos que sobrevolaban la sierra.
Era un día más de Pedriza,
uno más de los cientos de veces que siguieron a una lejana primavera de 1966,
un mes de junio como éste en que los cantuesos, las jaras, las retamas, los
rosales silvestres poblaban los prados de una sencilla belleza. Hoy no era la
subida por el Tranco donde previamente entones habríamos parado un rato a tomar una
cerveza en Casa Julián, referencia por aquellos tiempos para todos los treparriscos que
no comenzaban a caminar a la ida o tomaban la carretera a la vuelta sin antes
charlar un rato con Julián en compañía de la cerveza de rigor. La última vez
que pasé por allí pregunté por él. Había fallecido años atrás. También tuve
ganas de preguntar por Macario la vez última que subí a Los Galayos, otra
institución aquel hombre para todos los que cada sábado tomábamos el autobús de
Goyo rumbo a Gredos. Hoy habíamos elegido instalar nuestro campamento base en
la Hoya de San Antón (para mí Hoya de Antón, que me gusta más). El programa de
entrenamiento para la próxima invernal al K2 ;-) pasaba hoy por ascender al
collado de La Dehesilla, llegar hasta la pared de Santillana y el collado
ventana y regresar de nuevo al campamento base.
En la 607 el tráfico era
fluido y la grúa llevaba una tranquila marcha que no pasaba de los setenta u
ochenta kilómetros por hora, lo que daba para mirar apaciblemente el atardecer
y recordar la ascensión de la mañana al collado de La Dehesilla, una trocha
tranquila apenas visitada que lucía hoy especialmente bonita con las grandes
flores blancas de las jaras o las orejas violetas de los cantuesos despuntando sobre
los prados. La niebla subía por la montaña tranquila como gato que restregara
el lomo en los roquedales de las laderas. Una luz suave, algodonosa, como de
terciopelo bailaba en el ambiente; la luz ideal para fotografiar a chicas
bonitas y conseguir con ese leve sfumato de algunas pinturas del Renacimiento
extraer lo mejor de la belleza sugeridora que un rostro de mujer encierra.
En el collado de la
Dehesilla le contaba a Nuria mi relación con un gran peñasco que se levantaba
frente a nosotros, la peña de Mataelvicial, una época en que escalaba con
Javier Mayayo, empleado en aquellos tiempos en hacer de picapedrero abriendo
una vía por el riguroso techo de aquel peñasco. Con Javier me iba bien en
Galayos y Gredos, pero en Pedriza, este hombre fornido y voluntarioso se
empeñaba en ocasiones en proyectos que yo entendía no pertenecían al ámbito de
la escalada. Eso de pasarse varios fines de semana burilando un techo de
granito colgado sobre los estribos no era lo mío; así que después de probar
aquello un par de veces Mayayo se tuvo que buscar otro compañero. Para techos
prefería el de La Muela; allí el sabor del vacío tenía un buen gusto y no había
que taladrar la roca para subir. La tormenta, que estaba avisando desde hacía
rato, en las cercanías de la pared de Santillana, no lo pensó dos veces y descargó
un chaparrón de granizo que dejó el lugar como si de una nevada repentina se
tratara. Miramos la tormenta y la lluvia sentados bajo una gran roca; aquello
tenía el aspecto de un par de butacas frente al mejor espectáculo que puede
ofrecer nuestra sierra a sus visitantes. El retumbar de los truenos en la caja
acústica de la Pedriza supera en grandiosidad a cualquier genialidad salida del
arte de los músicos de cualquier época.
Las ganas que me dan a
cada momento de dejar de escribir todas estas crónicas son tan grandes como el
deseo que se me viene encima de hacer lo contrario. Sin embargo, ahora, que
estoy en fase de entrenamiento para la dichosa ascensión del K2 me inclino a
seguir dándole a la manivela de la facundia que me asalta, principalmente porque
ello puede contribuir a publicitar mi/nuestra expedición. Sí, nuestra porque
como casi todos los proyectos en que me meto los hago solo, una manera muy
práctica de que mis sentidos no pierdan ni pizca de lo que se cuece dentro de mí
y en las montañas que visito, el atisbar en esta ocasión la compañía de otros
amigos pone mi ánimo a una altura conveniente. Bueno, es el caso que ayer recibí un entusiástico
mail del amigo Paco de Hoyos del Espino en que se ofrece a participar en la
expedición. He aquí sus palabras: “!Yo te acompaño¡, ¿Qué aficionado a la montaña o practicante de
ella no ha soñado en subir a un 8000, donde precisamente el K2 es lo máximo, la
montaña encima de la montaña, ninguna cara fácil, ni si quiera la aproximación
lo es, una aventura dentro de la aventura, y con suerte para aquellos que
consiguen subir, 10 minutos en la cima y cagando leches para abajo que la
bajada es peor que la subida, esta es la recompensa: 10 minutos en la vida que
valen como 10000 años. Después de estudiarme todos los libros, las ascensiones
y las expediciones al K2, Alberto, vamos a por el, y nada de subir por los
Abruzzos, ni por la Norte; ¡¡quiero la Magic Line!! Y como dice Kurtyka en su libro “el Maharaja
Chino”, el grado no importa, lo
importante es la Mermelada. En esta década de los 70 quiero tener sueños
imposibles, posibles de realizar en sueños, y tener la certeza de que estoy
contento con lo que soy y lo que he hecho y que cuando me toque, pueda decirle
al la muerte, bienvenida seas compañera”.
Total, que las palabras de Paco me dejaron con una
temblaera de mil demonios. Yo no tengo ni idea de qué sea eso de la Magic Line,
pero en tratándose de Paco deposito toda mi esperanza en él. Tan nerviosito me
puso la cosa que ni corto ni perezoso me puse a diseñar el cartel que servirá
para lanzar nuestra expedición. De momento tengo que conseguir una foto de Paco
que vaya con el entorno del K2, pero vaya el adelanto aquí abajo:
Y a todo esto la grúa de Mapfre, dando pequeños botes
se fue acercando a la M-40. Recordaba, ya había pasado la tormenta y desde el
collado Ventana dejábamos las Torres a la izquierda y nos introducíamos por el
pinar buscando la senda que nos llevaría de nuevo a la Hoya Antón, que Nuria me
había pedido que le contara algunas cosas de mis primeros tiempos de la
Pedriza. Y a mi memoria venían especialmente las noches bajo la gran ceja de
roca del Tolmo, donde un buen grupo de compañeros solían coincidir para
vivaquear a su amparo. El ambiente: la noche estrellada, la luz de los
cigarrillos, la cerveza, el té, los relatos de múltiples ascensiones, las
canciones de los coros de la Sat y el Rosalpina, la relajada conversación que a
veces atravesaba por un buen trozo la madrugada, alguien que entonaba La Montanara, Un mazolin di fiori, Era una
notte che pioveva. La experiencia de alguno de nosotros de haber pasado un
mes en las Dolomitas en el verano anterior nos traían estos temas montanos de
la Primera Guerra Mundial. Y al día siguiente el tintineo de los mosquetones en
la Este del Pájaro, en la Sur, en las Buitreras… mientras en lo alto los
buitres, siempre un poco solemnes sobrevolaban sobre nuestras cabezas.
Habíamos
dejado atrás las Cuatro Torres, inhiestos gigantes de la modernidad que reciben
a los viajeros que se aproximan a la capital desde el norte, cuando caí en
alguno de los inconvenientes que tiene esto de hacer público notas de un diario
como éste. Hay tanta gente que lee
mal o que no pasa de los titulares y que se dedica a hacer un juicio sobre lo
que no ha leído o lo que ha mal leído, que ganas me dan de desquitarme con unas
líneas. La grúa todavía va a tardar un rato en llegar al taller, así que sí,
que me pongo a ello. Un ejemplo. Yo entraba el último ocho de marzo en la
ciudad de Santiago de Compostela, después de haber hecho todo el Camino desde
Lisboa, empapado como una sopa, y en las afueras de Santiago me topé con un
centro comercial. Entre en él a la búsqueda de una lavandería donde pudiera
secar toda mi ropa. Llegado a ella me desnudé, saqué toda mi indumentaria mojada, y metí todo en la secadora. Introduje las monedas y la maquina
ni respiró. Repetí la operación con otra secadora: nada. Terminé llamando a un
teléfono de atención a los usuarios. La voz al otro lado me dijo que se habían
solidarizado con la huelga de las mujeres, que lo sentían pero que la
lavandería estaba también en huelga. Aquella noche, tras asistir a la emotiva
manifestación de las mujeres, escribí mi acostumbrado post de peregrino en
activo y lo titulé jocosa e irónicamente: ¡Malditas mujeres! A la mañana
siguiente me llovió algún comentario poniéndome a parir, que yo, siendo hijo de
mujer, cómo podía hablar así de las mujeres, etcétera etcétera. Casos como éste
se ven de continuo por ahí. Días atrás, a propósito de un post mío relacionado
con el Premio Princesa de Asturias una mujer, una fan de Ayora, se creyó en el
derecho de insultarme simplemente porque no se había enterado de lo que decía
el escrito. En la escala más leve de este leer no leyendo están personas como
el amigo Narciso de Dios Melero, con el que es casi imposible no tropezarse en
todos los grupos de montaña de FB sin evitar la discusión, y al que si le adviertes
de que ha leído mal un texto tuyo (mío, quiero decir), como fue el caso hace días, sucede que conteste a
continuación que el que ha leído mal el texto es el propio autor de ese texto. En
fin, sí, vivir para ver.
Era de noche cuando mi
campamento base chozacar fue depositado por la grúa junto al taller. Todavía
tendría media hora de camino por un campo solitario y oscuro hasta mi casa,
situada en el centro de la nada de unos campos de cebada. Volví a recordar de
nuevo aquellas agradables caminatas nocturnas a través de las olorosas jaras y
los bloques de granito, el río siempre cantando a nuestra izquierda, que nos
dejaban, tras atravesar la pradera de los Lobos, la silueta de Peña Sirio a
nuestra derecha, arriba a la izquierda el Cancho de los Muertos y, al final del
camino, el gran peñasco del Tolmo, nuestro acostumbrado lugar para vivaquear. Un
manto de estrellas ocupaba siempre nuestros ojos antes de dormirnos mientras
volvíamos nuestros pensamientos a la escalada que llevaríamos a cabo al día
siguiente.
2 comentarios:
Precioso recorrido.
Es de mis favoritos.
En cuanto arregle un poco el tiempo.......
Disfrutarlo.
A veces el mal tiempo deja la Pedri preciosa...
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