El cansancio se cuela por las rendijas de mi cuerpo



   
Passo Falzarego, 20 de julio de 2018

Alta Vía Dolomitas 1: Lagazuoi–Tofana, forcella di Lech, forcella di Lagazuoi – Passo Lagazuoi.


Mi cuerpo está enormemente cansado. Esta mañana no logro que se ponga en movimiento. Lo zarandeo, intento moverlo, le doy golpecitos en el hombro diciéndole, eh, tú, venga arriba. Pero ni caso. Él se da la vuelta y vuelve a arrebujarse en el saco de dormir encogido como niño pequeño que ese día no quiere ir a la escuela. Sí, creo que esta mañana a mi cuerpo le ha venido un cansancio repentino. Lo dejé dormir hasta las siete y media pero a esta hora no tuve más remedio que levantarlo. Refunfuñó, tardó en vestirse pero al final parece que despertó del todo. Hoy no había refugio cercano en donde desayunar, así que le ofrecí un buen trozo de strudel y medio litro de leche, que se tomó con no muchas ganas, y después recogimos entre los dos nuestras cosas, desmontamos la tienda y nos pusimos en marcha. El día estaba pichí pichá y el sendero de momento corría por un verde prado despreocupado y amigable.


Era un día más. El paisaje, que tanto había cambiado en las últimas jornadas era adusto, un gran picacho se alzaba a la derecha. Fue después de un buen rato que aparecieron a la izquierda las murallas de las cimas de Fanes y la gran hendidura que habríamos de alcanzar mi cuerpo y yo, la forcella di Lech. Uno no sabe nunca lo que va a ver al otro lado de una entalladura, un collado. La sorpresa está mañana fue encontrarse con una inmensa fosa que se perdía casi vertical a mis pies. La fe ciega que se tiene en que por ahí se podía bajar, sólo y solamente porque viene en el mapa, porque hay un track que pasa por ahí, a duras penas se sostenía. El alemán que nos hizo la foto en la forcella, a mí y a mi cuerpo, quiero decir, me advirtió del peligro de caídas de piedras en todo el corredor, que él acababa de dejar atrás. El sendero, por llamarlo de alguna manera, porque éste sí que parecía una auténtica escalera directamente descendiendo desde el cielo, no podía ser otra cosa que obra de un batallón de soldados. Esta parte de las Dolomitas conserva todavía la infraestructura de comunicación que se forjó en condiciones muy duras en lo que en la Primera Guerra Mundial fue el frente italoaustriaco. El sendero se sostiene de arriba abajo no con cadenas o cables de acero sino que está prácticamente tallado y mantenido en todo su recorrido por barreras de troncos que o actúan de diques sosteniendo las inclinadas pedreras o sirven de escalera o pasarelas.


Abajo al final de este gran pozo yacen tranquilas las aguas del lago de Lagazuoi, donde una vez estuviera acampado con María López Carmona. En aquella ocasión habíamos escalado un gran espolón rocoso que se alzaba más arriba del lago  y yo estaba intrigado por localizarlo. No recordaba nada de aquella escalada, sólo me quedaba de aquel lejano verano de 1972 el testimonio de una fotografía de María que me seguía de segundo de cuerda un largo más abajo. Pasamos varios días en torno a la Tofana y Lagazuoi con un temporal endemoniadamente malo que sólo nos dejó un resquicio para subir ese hermoso espolón de Piza di Lech que nosotros rebautizamos como Torre de Lagazuoi. Se me perdieron lo recuerdos concretos de entonces pero sí conservo muy nítida la sensación de aislamiento y soledad que nos invadió tantas veces, una vez en un pequeño refugio de altura, de hierro, donde nos vimos retenidos por el mal tiempo dos días, algunos días bajo unas paredes del Pogamagnon al este de Cortina, siempre lloviendo y nosotros viviendo en una pequeña tienda de vivac horas y horas esperando un claro para escalar aquellas paredes que surgían de las laderas como una continuación de llamas de piedra que se perdían entre las nubes.

María 
escalando el espolón dela 
Torre Lagazuoi

Paréntesis. Escribo preocupado por la estanqueidad de mi tienda. Tuve que colocarla precipitadamente un poco más abajo del paso Falzarego y bastó que cayera el agua un poco fuerte para que le salieran dos vías de agua. Ahora vuelve a llover y pequeñas gotas me salpican en la cara. No quiero ni pensar en lo que sucederá cuando esto se desencadene con la acostumbrada fuerza con que lo hace en esta parte del mundo. Mi decepción con la tienda es grande. Esta nueva historia me va a tener en vilo cada vez que llueva. Ahora los truenos retumban sobre mi tienda sentenciosos y llenos de solemnidad. La lluvia cae ya con esa monotonía que te invita a pensar que igual esto se prolonga hasta mañana.

Fue un verano hermoso, dos meses completos de escalar en uno u otro rincón de los Alpes, Dolomitas, Adamello, Delfinado, Mont-Blanc. En agosto se nos unió Fulgencio Casado en la zona del Delfinado. Tras descender por completo la canal, el sendero nos dejó en las cercanías del lago Lagazuoi. Ahora ya era posible localizar aquella hermosa torre que escalamos casi cincuenta años atrás; aparecía soberbia y retadora a la izquierda de la canal que acabábamos de descender. Ahora se mostraba hermoso y señorial como la enorme proa de un barco que se echara a la mar sobre un océano de rocas.


El cansancio con que me había levantado hoy nos baldaba subiendo hacia la forcella Lagazuoi. Mi cuerpo subía sumiso y reservado, pero yo sabía que algo no iba bien, se le notaba en la resignación con que lo hacía, silencioso, paciente, dispuesto a ir donde fuese hoy pero sin la alegría de otros días.

Al otro lado de la forcella el espectáculo era digno de de verse pese a que la niebla cubría parcialmente el paisaje, las Cinco Torres, la Croda da Lago, el Antelao, el Sorapis. Al rato empezó a llover mientras a mi izquierda iban apareciendo las paredes de la Tofana que se hundían como un inmenso monstruo saliendo de entre la niebla en el valle de Cortina.


En el Passo Falzarego comí mal y caro en un refugio llamado Galina. Curioso eso que que puedas comer mejor y más barato en refugios que están a dos mil quinientos metros o más.

En fin, final del día bajo la lluvia. Otra pequeña “desgracia” en mi confort cotidiano ha aparecido hoy, se trata de mi colchón de aire, que después de un mes ha empezado a perder aire. Era una amenaza que preveía. Desde el principio pensé que no me duraría todo el verano, a juzgar por otras experiencias que he tenido, así que una vez más a aguantar. Poder descansar ocho o nueve horas con un colchón bien lleno de aire es algo que agradecía todos los días mi cuerpo.


Llueve sí, y mucho. Sin embargo encuentro que mi cuerpo se va reponiendo poco a poco. Hoy le pondré a ver la otra media película que comenzamos ayer, La leyenda de Lylah Clare, de Robert Aldrich, y enseguida le dejaré dormir. Esta noche acunaré a mi cuerpo y si es necesario le cantaré alguna nana. Es el único que tengo para que me lleve de un lado a otro de los Alpes, así que bien merece todos mis cuidados.























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