Hair: La vida es una fiesta.



   
Collado Gliederchaste, 12 de julio de 2018

Gasthof Breiltlahner – Passo Vizze - Collado Gliederchaste
  

Hoy dormí con la puerta abierta. Una dulce claridad entraba de fuera por el lateral a la altura de mi cabeza. Tenía en mis labios la sonrisa que me había dejado en el rostro Hair, la película de Milos Forman. Sonaba como algunas noches un cercano riachuelo, pero hoy su sonido era más musical, más tierno. La película era una fiesta, una broma si se quiere que te dejaba el ánimo dispuesto para aprovechar todos los momentos bonitos que la vida nos deja accidentalmente al alcance de la mano. Recordaba a una novia, quizás de ello hace tropecientos años, con la que juntos habíamos roto el silencio de cristal de la noche en largas y dilatadas horas de amor. Canciones de los años ochenta sonaban en los altavoces, leves, acompañando nuestros ayes que se prolongaron hasta la madrugada. Nos embarcamos sin más en la vida, viajábamos en ella como si fuera un automóvil a cientos de kilómetros por hora e hicimos de la noche una gran fiesta donde la vida como agua sacada de los cangilones de un pozo se derramaba alborozadamente sobre nosotros. Una novia que duró lo que dura un suspiro, dos días y medio. Resultó que tenía marido como en los versos de Lorca; no antes, pero sí después, cuando amaneció el tercer día. Un trozo de vida hermosa saltó por los aires, se diluyó al impulso de otros imperativos y convenciones. Hoy aquella música me pareció un sueño, aunque fue hermosa; hermosa, sí.  Lo que más me gustaba de la película de la noche era esa sensación de libertad que bailaba en todas las secuencias del film y acaso el instante más tenso y emocionante se produce cuando llega el momento de buscar una síntesis entre la libertad y las obligaciones familiares y que corre a cargo de la mujer del personaje de raza negra con una bellísima y emotiva canción que pone los pelos de punta (se trata de la cantante Renn Woods interpretando el tema Aquarius, merece mucho la pena escucharlo)

También la idea de que la vida es una fiesta, una broma, un juego, pero no al modo Shakespeariano de la famosa escena de Macbeth que parece reducir de ese manera la vida a una condición inferior, sino al modo lúdico de quien se ríe de los absurdos de una sociedad hecha para todo menos para el amor y para la fiesta, el juego. Mi novia y yo perdimos un tren que no volverá a pasar, los personajes de la película aprovechan todos los trenes que pasan frente a ellos… pese a ese orteguiano yo soy yo y mis circunstancias. Por cierto, las bromas, la música, los despropósitos más disparatados fueron la guinda con que se cerró mi jornada de ayer.


De todos modos me dormí con la sensación de que a veces se nos escapan de la mano trozos de vida de parecida manera que lo hiciera un coche que fuera perdiendo las ruedas o el carburador en la carretera sin que nos diéramos cuenta.



* * *

Ahora son las siete de la tarde del día posterior. He logrado colocar mi tienda bajo el Collado Gliederchaste (2644 m.). Hace frío. No he tenido posibilidad de parar antes. Rememoro la jornada de hoy como una dura travesía que me ha llevado once horas a través de altos collados con dos ascensiones de mil metros de desnivel y un gran descenso de otros mil. Estoy contento de mis piernas de septuagenario. Cuando hace un rato subía el último tramo que llevaba al collado me sentí francamente bien; una subida con esfuerzo, pero sosegada y tranquila que me da idea de que después de casi un mes de camino mi cuerpo está ya en esa fase de sentirse como en su casa.

Hoy había amanecido con algunas nubes pero el día auguraba bueno. El bosque y el riachuelo que corría junto al sendero me fueron quitando la pereza poco a poco. Sí, y es que este año me cuesta horrores levantarme. Hubo un par de días que logre hacerlo a las cinco y media, aquí amanece mucho más pronto que en España, pero eso ya ha pasado a la historia. El despertador suele sonar un poco antes de las siete, pero… así que me voy despertando poco a poco mientras hago los primeros cien, doscientos metros de desnivel. Un agradable despertar, por cierto, por un bosque acogedor que sólo dará un respingo, cogiendo la cuesta de en frente, poco antes de llegar al gran lago-embalse de Schelegeisspeicher, donde procederá desayunar. El desayuno que me pusieron valía por un desayuno – comida – cena, así que me hice tres bocatas con embutido, huevos, queso y mantequilla y mermelada. La camarera era guapetona y usaba un inglés tan impecable y de forzada vocalización que cuando me tocaba a mí creo que me pasaba intentando imitarla. Charlamos un poco, la previsión del tiempo para hoy, me dijo, sol y probabilidad de lluvia por la tarde; mañana tocaba sol, me aseguró.


Al otro lado del lago apareció enseguida una de esas estampas típicas de montañas con sus glaciares puestos ahí para ser fotografiados. Ese era el asunto. Al lago, a 1800 m., llegaba una carretera y por tanto había mogollón de gente, que se ocupaba nada más bajar del coche en las fotos de rigor. El bosque había quedado atrás y ahora la senda se dirigía al Passo Vizze, frontera entre Austria e Italia. Subí leyendo a Fromm que en esta ocasión se ocupaba de determinar si el hombre era bueno o malo o si estaba o no determinado por las circunstancias.

El camino estaba discretamente frecuentado, especialmente por parejas mayores y algún matrimonio con niños, algunos grupos daban cuenta de su picnic a los lados de sendero. Fromm decía que la esencia del hombre no es el bien ni el mal, el amor ni el odio, sino una contradicción que exige la busca de soluciones nuevas que, a su vez, crean contradicciones nuevas, entonces el hombre puede realmente resolver su dilema, ya de un modo regresivo o de un modo progresivo. La orientación progresiva, generalmente llevada a cabo, incentivada, durante toda la historia de la humanidad por personalidades relevantes, profetas, pensadores, y transmitida al resto de la población, se opone a la orientación regresiva que nos retrotraería a estados de civilización anterior. Circunstancias como la situación de Alemania en los años treinta del siglo pasado o los tiempos de Stalin, o la guerra civil nuestra en donde se mataban mutuamente ciudadanos que antes se daban cortésmente los buenos días, pueden hacer que la orientación regresiva aparezca. Días atrás hablaba del concepto ensimismamiento, que desarrollaba Ortega y Gasset, y hablaba igualmente de la regresión que se puede producir en el ser humano cuando esta capacidad falta, y hacia hincapié afirmando que nuestro progreso no es un bien que recibamos como se recibe una herencia, sino que el no ejercicio del razonamiento o no afianzamiento, en el caso de Fromm en valores que hemos tardado siglos en adquirir, nos pueden conducir de nuevo a la barbarie.


No paré en el refugio de Passo Vizze. Estaba intrigado por la subida que me esperaba después del largo descenso. No tendría ningún lugar de avituallamiento hasta el día siguiente. Las montañas volvían a ser espléndidas. Bajo mis pies se veía un verde valle sembrado de casitas. Mi camino tomaría antes un solitario y salvaje valle lateral a la izquierda. Los riachuelos bajaban hinchados y desbocados. Un puente colgante de madera me dejó al principio de la última subida. Muy arriba me crucé con un caminante solitario que llevaba un piolet y un macuto de los tiempos de la guerra. Al fondo a la izquierda de nuevo aparecían otras montañas con algún pequeño glaciar en sus laderas. Podría haber puesto la tienda en el collado, pero temía por el viento. Frente a mí las nubes jugaban con las cresterías que tenía delante, una serrada formación que preferí no pensar por dónde habría de atravesarla al día siguiente.

















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