Altos
de Ordesa, 27 de agosto de 2018. Segundo cumpleaños de mi nieto Manuel.
En
la Alta Ruta Pirenaica: Ibón de Lapazosa – Refugio de la Brecha – Refugio Goriz
Me
son ajenos todos los gentíos y de entre ellos el de Goriz casi más que ninguno.
No son estos los rincones de montaña que aprecio. La soledad y la hierba
agitada por el viento no existe en ellos. Como refugio para protegerte de una
tormenta, pase. Hace un par de años, por ejemplo, me pilló una de madre y
señor mío y me toco dormir en el acre ambiente de una habitación cerrada a
cal y canto y donde casi era imposible dormir en el espeso ambiente que allí
había. Quien quiera experimentar la naturaleza debería huir de estos sitios,
que son idóneos para tomarse una cerveza pero poco más. Todas las veces que he
visitado Goriz siempre parecía la plaza Callao de Madrid. Aunque bien pensado
no debería decir estas cosas no vaya a ser que la gente tome nota y lo que
ahora es un espléndido y magnífico paisaje para mí solo se vea sembrado a la
tarde de tiendas de campaña. Hoy busqué a unos kilómetros más allá del refugio,
siguiendo el labio superior del valle de Ordesa, un discreto prado a donde no
llegaran los prismáticos de ningún guarda del parque, que ya me sucedió una vez
que me despertara uno a las siete de la mañana con el consiguiente mandato
imperativo de que levantara inmediatamente el campamento que esto era parque
nacional etc. Sí, el Sistema, con mayúscula, esa especie de dios que rige
nuestras vidas y quiere mandar hasta en nuestro modo de elegir la muerte, debería
inventar normas lo suficientemente racionales para que en ellas cupiéramos
todos, los de espíritu más gregario y aquellos otros que amamos la soledad
sobre todas las cosas. No sirve sin más prohibir, sea para proteger el
ambiente que dicen ellos, y de lo que yo siempre dudo, porque de joder el
ambiente ya se encarga especialmente ese mismo Sistema que dice querer
protegerlo, sea por el gusto de prohibir, algo que en Aragón a sus políticos de
pacotilla se les da como hongos.
Sí,
Dios nos libre del Sistema. Sólo es necesario conseguir que los ciudadanos sean
responsables y respetuosos, con los otros, pero especialmente con la
Naturaleza, y me da que sí damos muestra de ello últimamente. Y para ello basta
constatar que en toda una semana que llevo caminando por estos valles no creo
haberme encontrados más que dos o tres papeles en los caminos. El legislador,
metido siempre en sus despachos a donde la realidad llega en diferido, si es
que llega, debería cuidarse más de aquellos que arruinan el ambiente a lo
grande y facilitar al común de los mortales el disfrute de su tierra, de sus
montañas, de sus costas.
Atardece
sobre las lomas más arriba de Ordesa. El sol todavía pega fuerte y tengo que
protegerme a la sombra del macuto. Los pies, al sol y liberados de las botas y
los calcetines asienten a mi gesto agradecidos después del tute de ocho horas
que les he dado. Les he prometido que en el primer riachuelo que veamos los voy
a refrescar, lavar y hacer una pedicura a fondo y es que este vagabundo, puesto
a vivir más cerca de las marmotas o los sarrios que de las personas llamadas
civilizadas, tiene que confesar que cuando se echa al monte por mucho tiempo se
ocupa sólo lo imprescindible de la higiene que es cosa, aunque no lo parezca, de un mundo que al caminante, una vez echado al monte, le queda un poco lejos.
El
caminante tiene que confesar que su mundo está más cerca del de Ursú Uzalá que
de que aquel otro que rige en nuestra tan equivocada civilización en tantas
cosas. El lector que haya visto aquella obra maestra de Akira Kurosawa, Dersú Uzalá, sabrá a qué me refiero. Me
habían regalado por Reyes Quique y mi hija Lucía las dos obras principales de
Vladimir Arseniev, Por los territorios de
Ussuri y Dersú Uzalá y el regalo
ha tenido que esperar al verano para que yo me determinara a desplazarme
mentalmente al Lejano Oriente Ruso de principios del siglo XX. Así que allí
estoy, totalmente enfrascado en la lectura y viviendo las aventuras de Dersú y
Arseniev, el explorador y cartógrafo ruso más notorio de su época, a los que yo
no imagino duchándose todos los días ni haciendo cada jornada la colada para
lavarse unos calzoncillos.
Hoy
en verdad me fue imposible entregarme a la grata lectura de Arseniev. Había
demasiada gente por todos los lados. Quitando la primera hora, donde ya sufrí
mi acostumbrado y leve desasosiego al tener que atravesar las inclinadas
laderas herbosas del Pic entre les Ports para descender al Puerto de Bujaruelo,
después del puerto aquello fue una riada de gente hasta la mismísima Brecha de
Roland. Eso antes de la brecha porque después fue otro el asunto; después del
paso de los Sarrios perdí varias veces el camino entre el caos de grandes
bloques de piedra y cuando al final las rocas cedieron el paso a un sendero
tranquilo por la desolación que son las tierras altas de Goriz, estaba ya tan
cansado que lo único que deseaba era llegar al refugio para tumbarme un rato al
sol con una cerveza en la mano. Entre aquel marasmo de rocas de más arriba me
encontré con un madrileño que andaba tan perdido como yo. Venía del mundo de
los caballos, me contó, y no había salido nunca al monte hasta que alguien lo
engatusó con el Valle de Ordesa y su entorno. No lo dudó mucho, se compró un
mapa y una guía y se vino directamente a Goriz, donde llegó hecho un trapo
pensando que al día siguiente no se movería, pero se movió y subió hasta la
Brecha. Fue en el descenso donde se perdió y decidió seguir conmigo. En un paso
delicado que nos encontramos que requería escalar un par de metros no se
atrevió y se fue a buscar otro lugar más fácil. Un rato después oí que me
llamaba, al fin había vuelto a aquellos dos metros de roca vertical y se había
atrevido. Se le veía contento después de comprobar que el camino al refugio ya
estaba despejado. En el largo descenso hasta Goriz se fue quedando atrás. No lo
volví a ver.
La
tarde se desvanece a poquitos, apaciblemente, como quien no espera de la vida
otra cosa que sucederse los días unos a otros, las chovas graznando, los
colores pasando de la cruda luz del sol sobre las laderas a las tonalidades
suaves del pastel, del sol en la playa de Sorolla a la
suave caricia de los colores de Degas.
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2 comentarios:
Dersú Uzalà. Preciosa película...
También un bello e interesante libro.
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